El afecto asfixiante

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bearhug

Hasta hace poco no comprendía la explosión descontrolada de afecto asfixiante, producto inicial del contacto visual hacia cierto ser vivo, mismo que por contar con ciertos rasgos de infante, nos inspira a acercarnos para ofrecer lo que para nosotros puede ser una “amable” caricia, pero al estar dominados por la emoción sobre la razón, la balanza se inclina a que nuestro accionar sea más cercano a un afecto asfixiante. Sobre todo si hablamos de mascotas, pero en especial cuando nos relacionamos con nuestra descendencia directa.

Hoy en día cuento con un concepto más claro al respecto, no solamente por haber leído el escrito de Carrie Arnold titulado: “Cuteness Inspires Aggression” y publicado en Scientific American MIND, sino también por las constantes muestras de cariño efusivo hacia mis genes egoístas, expresadas en cascadas de abrazos parentales que en ocasiones desgastan el significado de amor paternal.

Con lo anterior, no resulta extraño que padres, madres, abuelos, abuelas, tíos, tías u algún otro familiar expresen efusivamente su cariño hacia algún pariente, específicamente a un hijo, nieto o sobrino, y que en ese intercambio de caricias, se trasmita también un mensaje abrumador que termine por hartar al receptor de tanta adoración.

De todo esto no quiero decir que con abrazos lesionemos el amor que queremos expresar, ya sea a un ser querido como un hijo (a) o hacia alguna de nuestras mascotas como un perro o un gato, sino que en nuestro furor emotivo de tocar eso que nos parece bello, caemos inevitablemente en muestras de afecto que pueden cansar al objeto de aprecio.

Para Carrie Arnold, existe un deseo universal de apretar a animales pequeños; a lo que yo agregaría que también se aplica cuando hablamos de infantes humanos.  De esto, la propia Arnold, nos dice que ya sea que estemos pellizcando los cachetes de un bebé o envolviendo a una mascota en un abrazo de oso, la mayoría de nosotros hemos experimentado esa extraña urgencia de dar un gigantesco apretón.

De acuerdo a investigaciones de Rebbecca Dyer y Oriana Aragon, de la Universidad de Yale, existe cierta relación en cuanto a observar algo bello y el que surja en nosotros nuestro lado agresivo, situación que han catalogado como “cute aggression”. Reafirmando estos estudios, a ciertos participantes se les mostró una serie de imágenes, las cuales estaban catalogadas en 3 diferentes categorías como: bellas, chistosas y agradables. Aunado a esto, a cada persona, se le dio un film alveolar o comúnmente conocido como plástico burbuja, con el objetivo de replicar el efecto de apretar aquellas “cosas”.

Los resultados arrojaron que las personas que apretaron un mayor número de burbujas, fueron aquellas que vieron las imágenes bellas; esto en comparación con los individuos a quienes se les presentaron imágenes de control, como las chistosas y agradables. Después de esto, para la investigadora Dyer, existen cosas tan bellas o agradables a la vista, que nos cuesta mucho trabajo resistirnos de apretarlas o tocarlas. Por su parte, Aragon, nos comenta que esto no quiere decir que el mostrar “cute aggression” es sinónimo de querer lesionar a un mascota o a un niño, sino que la respuesta puede provenir de la búsqueda del cerebro en cuanto a ventilar sentimientos excesivos de felicidad.

Al final la moraleja puede ser que si bien nos sentimos ansiosos de apretar a esa criatura bella, representada en una mascota o cierto ser humano, es necesario tomar un paso hacia atrás y contenernos en cuanto a dejarnos dominar por la emoción, evitando que nuestra conducta obsesiva de cariño, se transforme en una de afecto asfixiante.

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