
Hace algún tiempo, en la ciudad de Xalapa, mis padres, mis hermanos y yo contábamos con la agradable presencia y compañía de dos canes de la raza chow chow, hembra y macho, nombrados Winnie y Jordan respectivamente. Sintiéndose dueños de la casa de mis padres y sus alrededores, eran fieles guardianes del jardín, evitando no solamente la incursión de cualquier individuo desconocido, sino también limpiando la zona de posibles plagas como ratas y ratones. Además prácticamente inseparables.
Un día, no recuerdo bien la fecha, pero sí que era motivo de celebración por cierto aniversario; se escucharon los primeros cohetes para “aumentar” el júbilo de ese festejo; estos fueron incrementando en número y periodicidad, causando estrés en Jordan. Derivado de esto, este chow chow macho, saltó la pequeña reja del jardín y sorteó la herrería de la puerta principal del consultorio de mis padres, huyendo hacia la calle, esperando así aminorar con la distancia, los embates de los tronidos de los petardos.
Al cabo de un rato, cuando terminó la fiesta de los cohetones, Jordan volvió al porche de la casa y le abrimos la puerta para ingresar de nuevo al jardín. Al siguiente día, por la mañana, notamos un cambio extraño en él, pues no tenía el mismo apetito y la vitalidad tradicional, por lo que llamamos al veterinario, el médico Leoncio, para que lo revisara, pero antes de que lo pudiera hacer, este gran chow chow murió.
A la llegada del veterinario, le solicitamos su intervención para descartar el envenenamiento como posible causa de muerte de Jordan. Los resultados arrojaron que, Jordan, efectivamente había ingerido alguna sustancia tóxica que le causó la muerte. Derivado de esto la atención del doctor veterinario fue monitorear a Winnie y darle tratamiento para evitar contagio por contacto con su pareja cánida. El veredicto del veterinario fue que la perra estaba sana.
Winnie continuó su vida tradicional en las dos semanas siguientes, pero no con el ánimo tradicional, ni con el apetito acostumbrado. Fue revisada en diversas ocasiones por el médico Leoncio, sin encontrar rastros de intoxicación o envenenamiento, y al término de la segunda semana, esa leal y fiel perra chow chow murió súbitamente. Médicamente no se encontraron rastros de veneno o toxicidad y la conclusión del veterinario, en cuanto a la muerte de Winnie fue vejez, mientras que la de mis padres, de mis hermanos y la mía, fue por extrañar a su pareja: Jordan.
Aunque la idea en relación a la aflicción animal o sufrimiento por la pérdida de un ser querido, de un compañero o pareja de la misma o diferente raza, resulta complicada de corroborar, recientes investigaciones pueden acercarnos a comprender mejor este fenómeno. En el artículo de Barbara J. King, titulado: When animals Mourn y publicado en Scientific American, se habla de algunas situaciones parecidas a la descrita.
El primer ejemplo ofrecido por King se refiere a un delfín hembra en aguas griegas, quien estresada por la pérdida de su recién nacido, se negaba a aceptar la muerte de su criatura al empujarlo y moverlo, como alentándolo a recuperar su motricidad. Además de transportarlo muerto sobre su lomo, auxiliada por su espina dorsal al nadar. Incluso se dice, según observaciones del biólogo marino Joan Gonzalvo, que después de la descomposición natural del cuerpo, la madre removía los pequeños pedazos de piel muerta del cuerpo de su pequeño. Todo esto aunado a que la madre delfín aparentemente afligida estaba dejando de comer como tradicionalmente solía hacerlo.
Otro ejemplo lo ofrece Jane Goodall cuando reporta que en Tanzania, un chimpancé llamado Flint cayó en una especie de depresión, afectándolo físicamente, hasta llevarlo a la muerte y todo ligado a la reciente pérdida de su madre, Flo, en semanas pasadas. También existen recuentos, según King, sobre gorilas hembras que se niegan a soltar a sus recién nacidos muertos y los llevan a donde vayan, hasta que el cuerpo se descompone.
Un caso similar es explicado por Cynthia Moss en Kenia, quien reporta a elefantes atendiendo y estando al pendiente de otros de su especie enfermos y en estado crítico. Esto se acopla a lo descrito por Iain Douglas Hamilton, cuando habla de la muerte de la líder de un matriarcado de elefantes, llamada Eleanor, quien antes de morir se colapsó e inmediatamente la líder de otro matriarcado cercano, llamada Grace, fue en su auxilio empujando a Eleanor para levantarla. Pero cuando volvió a caer y los desesperados intentos para ponerla de pie fracasaron; Grace decidió quedarse con Eleanor durante una hora y seguir intentando. Al final Eleanor murió y en las semanas siguientes, según Douglas Hamilton, las hembras de las otras familias se acercaron al cuerpo de la elefanta sin vida en aparente preocupación y perturbación.
En este sentido Barbara J. King ofrece diversos ejemplos, abarcando a parejas de gatos que se comportan de manera extraña y hacen ruidos por la falta de su compañero o compañera; jirafas que sufren la pérdida de crías; coyotes que se afligen por la partida de su madre; pero uno de los casos más sorprendentes para King, es el de unos patos rescatados después del maltrato sufrido al ofrecerles alimentación forzada para posteriormente ser transformados en “foie gras”, y debido a ello presentando lipidosis hepática o hígado graso.
Fueron tres los patos rescatados, pero especialmente dos llamados Kohl y Harper, eran quienes estaban en las peores condiciones y mostraban un claro miedo hacia los seres humanos. Harper estaba ciego de un ojo y Kohl tenía las piernas deformadas, pero eso no les impidió que durante cuatro años hayan formado una estrecha y fuerte amistad entre ellos, según lo descrito por King. A pesar de que se sabe que las aves son seres muy sociales, King remarca lo inusual de la relación entre esos patos.
Cierto día, prosigue King, el pato Kohl presentó dolores muy fuertes en su pierna, mismos que le impidieron volver a caminar; ante esa situación se tomó la decisión de ponerlo a “dormir” para poner fin a su sufrimiento. Al realizar esa operación, se le permitió a su amigo Harper observar ese amargo procedimiento, así como acercarse a su amigo cuando hubo terminado el mismo. Lo que sucedió a continuación es increíble, pues Harper empezó a empujar el cuerpo de Kohl, como queriendo animarlo y ponerlo de pie. Luego Harper se acostó junto al cuerpo de su amigo, poniéndole su cuello arriba del de Kohl y quedándose así durante varias horas. El resultado final fue la muerte también de Harper, después de dos meses de estar cabizbajo, quien para los investigadores no pudo soportar la falta de su amigo y compañero Kohl.
Después de diferentes observaciones y estudios, la doctora King ha concluido que los cetáceos, los primates, los elefantes, y diferentes animales domésticos, dependiendo de sus circunstancias y de sus personalidades, sufren y se afligen por la pérdida o muerte de un pariente, familiar o amigo cercano. Aunado a que se cumplan ciertas características como que dos o más animales pasen gran parte de su tiempo juntos, más allá de lo que requieren para su propia supervivencia. Seguido a esto, cuando uno de esos animales muere, el sobreviviente modifica su comportamiento normal de rutina, como lo es el comer, dormir, además de adoptar cierta posición o expresión facial que denota aflicción o dolor por la pérdida y ese mismo comportamiento se prolongue durante un período superior al estrés tradicional que cualquier ser vivo puede experimentar.
En mi caso particular, no tengo duda alguna que los animales, obviamente dependiendo del grado de relación y su personalidad, tienden a afligirse por la pérdida de un ser cercano a ellos, de su especie o no, y derivado de ese sufrimiento también pueden sumirse en una depresión severa que los lleve a la muerte. Estaremos entonces al pendiente de nuevas investigaciones al respecto, y cada uno de ustedes, mediante la relación y experiencias con sus mascotas u otros animales, pueden seguramente ofrecer una mejor explicación.

