Rodrigo Soto Moreno
Resulta compleja la tarea de definir al ser humano, especialmente al mexicano, sobre todo si sumamos a ello las variables de que estamos constantemente luchando entre nuestra inteligencia maquiavélica y el primate samaritano, así como entre la razón y la emoción.
Pero dentro de este vaivén de máscaras sociales, pienso que existe un ser humano heroico que utiliza el estandarte de la razón para luchar por sus ideales, consciente de que puede estar equivocado y por ello aprovecha sus errores para iterar, interactuar y posteriormente aprender, absorber el conocimiento y transmitir el mismo. Por otro lado existe otro ser humano que es presa fácil de sus emociones, dejándose llevar por el pensamiento de las masas, quienes le dicen qué pensar, qué hacer y cómo reaccionar. Esto último muy ligado al temor de caer en el error de utilizar su razonamiento.
En este contexto no debemos olvidar que existe un antiguo mecanismo evolutivo del miedo; explicado por el neurocientífico Shmuel Lissek, quien señala que nos ha servido para reaccionar con rapidez ante cierta situación de aparente riesgo o peligro y sobrevivir, pero muchas veces nos obstaculiza para potenciar nuestra tasa de procesamiento neuronal. Explicando el miedo y volviendo con Lissek: la amígdala toma el control del cerebro y activa la respuesta del miedo, antes de que otras zonas corticales puedan intervenir para valorar determinada situación, desde una perspectiva racional.
Derivado de lo anterior, pienso que no debemos tener miedo a expresar nuestras ideas, aunque nos equivoquemos, pues el error forma parte del proceso de aprendizaje, en nuestro encuentro por comprender la naturaleza y el cosmos; reforzando esto tenemos la famosa frase de Tomás Alva Edison: “No fracasé, sólo descubrí 999 maneras de cómo no hacer un foco”.
Somos un gran país, una potencia cultural, heterogéneos y llenos de creatividad y genialidad, pero con grandes carencias en el trazado de una ruta crítica para el aprovechamiento del recurso más valioso: los mexicanos. Este país es de cada uno de nosotros y no de aquellos líderes frívolos y vacíos tanto del ambiente del ambiente público y privado.
Es imperativo trabajar en una estrategia nacional, basada en el conocimiento científico y tecnológico, fortaleciendo la producción de patentes, en donde cada habitante sea muy competitivo de forma personal y también se trabaje por el bien colectivo o grupal de la nación. Hablando del tema de patentes tenemos los datos recientes del gran periodista Andrés Oppenheimer, donde señala que México en 2013 solamente registró 233 patentes internacionales, comparado esto con las 57,300 de Estados Unidos, las 44,000 de Japón y las 12,400 de Corea del Sur, por mencionar algunas.
Entonces ese hombre heroico dominado por la razón debe ser por el cual nos orientemos, no dejando fuera a la emoción, pero tampoco usarla como “modus vivendi”; trabajando de forma individual competitiva pero también buscando el beneficio colectivo, reforzando el conocimiento en ciencia y tecnología, sumada la innovación con el resultado de las patentes correspondientes.
Parece una tarea complicada y que requiere un análisis exhaustivo, pero no lo es tanto. Parafraseando a Neil deGrasse Tyson, dentro de la serie Cosmos nos dice: “Dale a un niño un libro y él puede cambiar el mundo”, con lo que concuerdo pero además agregaría el seducirlo a que escriba y plasme sus conocimientos, intercambiando su saber con otros, enriqueciéndolo, iterando, errando, para continuar incansablemente aprendiendo y razonando.