Rodrigo Soto Moreno
Existe una pasividad y tranquilidad aparente, atrayente y seductora, en cada movimiento simplista de una planta.
RRSM
El olor a tierra mojada siempre trae gratos recuerdos, pues me transporta al momento de la mañana, muy temprano, cuando mi bisabuela Ena, regaba sus azaleas, jazmines, gardenias y orquídeas de su casa en Coatepec. El riego iniciaba antes de que saliera el sol, pues mi bisabuela Ena sabiamente decía que de lo contrario el agua se evaporaría y sus plantas se podían secar.
Terminando ese ritual, pareciese como si esos organismos plantae agradecieran el saciar su sed, con un delicioso buqué que despertaba nuestro sentido del olfato, y advertía a nuestro cerebro el efímero placer de olfatear una seductora fragancia proveniente del jardín.
Muchos piensan que una planta solo requiere tierra, agua y luz solar (directa o indirecta) – decía mi bisabuela – pero ella advertía que para que estos seres vivos enraizados vivan felices y crezcan en armonía, era necesario demostrarles nuestro cariño. Parte de ese cariño consistía en podarlas, gentilmente, removiendo con sus manos las hojas secas, así como quitando hierbas no invitadas al festín de cierta maceta o de algún lugar en la tierra del jardín. Además de agregar tierra de hojas, que según mi bisabuela Ena, era un deleite para el “paladar” de sus amigas plantae.
Disto enormemente de contar con la destreza y experiencia de la mano de mi bisabuela Ena, para el cuidado de las plantas, pero la admiración y respeto hacia esos seres vivos prevalece en mí. Derivado de lo anterior es necesario mencionar que resulta un privilegio convivir con organismos anclados a la tierra, que son gran parte responsables de generar oxígeno en sus reacciones y secuestras el dióxido de carbono.
Aparte de ser vitales para airear nuestras bocanadas de oxígeno y darnos vida, mantienen una resiliencia increíble, pues son expertas en salir de situaciones peligrosas y extremas, así como soportar las condiciones inhóspitas del clima, a pesar de estar “limitadas” a un espacio físico enraizado. Es por ello que el doctor Daniel Chamovitz, nos argumente en su libro “What a Plant Knows”, que los sentidos de las plantas, nos pueden sorprender en cuanto a la percepción tan clara que tienen del mundo que las rodea. Resultado de los trabajos de este autor, se afirma que las plantas pueden ver, oler, sentir y recordar, pero claro no de igual forma que nosotros, pero con cierto parecido al usar esos sentidos para sobrevivir como especie.
Chamovitz nos dice que como bien sabemos una planta no puede cambiar de residencia o moverse repentinamente de lugar por sus propios medios, buscando mejores condiciones climatológicas y de alimento, por ello está claro que gracias a su elaborada y sofisticada evolución biológica, traducida en sus hojas, ramas, flores, raíces y corteza, han podido adaptarse a la selección natural, especialmente gracias a un complejo mecanismo sensorial para reaccionar y anticipar los cambios constantes en su medio ambiente.
Es así, de acuerdo a Chamovitz, que las plantas pueden “ver” al percibir la luz en diferentes manifestaciones, e incluso el autor se aventura a decir que estos seres vivos saben si estamos cerca de ellas y si nos paramos arriba o a un lado de las mismas. Además saben cuándo hay bastante o poca luz, determinando si inicia el día, es medio día o se va a terminar el mismo y viene la noche. Un aspecto interesante en este punto, es que las plantas saben de dónde viene la luz, entonces es por ello que las vemos crecer dobladas hacia cierta dirección, buscando su alimento lumínico y de ahí las curiosas contorsiones de las mismas en su afán por comer los rayos solares. Además se ha demostrado, según el propio Chamovitz, que los cambios en la cantidad de luz que recibe una planta, son percibidos directamente por ellas y de esa forma determinan las estaciones del año.
También, según estudios de Chamovitz, las plantas pueden “oler” o mejor dicho, detectar ciertas señales químicas en el ambiente para prepararse o reaccionar ante las mismas. Algunos ejemplos del autor son que saben cuándo una planta vecina ha sido cortada o talada, así como “huelen”, por así decirlo, cuando otra planta es devorada por cierta plaga. Pero particularmente se habla del caso del proceso de maduración en los frutos, cuando los mismos emanan etileno (producto químico relacionado en el estrés de las plantas y su envejecimiento), enviando la señal a otros para que maduren también y se cuente con una respuesta similar en los árboles con frutos vecinos, para seducir a ciertos animales a que los coman y así dispersar las semillas por otras zonas, cuando evacuen, expandiendo las oportunidades de siembra de esas plantas frutales.
Siguiendo en este tenor, las plantas se comunican y tienen memoria, pues Chamovitz nos ejemplifica que cuando son atacadas por plagas, envían mensajes a sus vecinos, por medio de feromonas, advirtiéndoles de la amenaza creciente y previniéndolos e incitándolos a tomar cartas en el asunto y prepararse con las sustancias químicas adecuadas para repelar la agresión descrita o crecer hacia otro lado y no hacia la posición de su vecino infectado. Además, gracias a investigaciones, se ha determinado que trabajan constantemente en la producción de semillas con mejoras, para sopesar los cambios climáticos a los que fueron expuestas, buscando crear descendientes más resistentes y con mayores posibilidades de soportar mejor el estrés de la vida.
Pero ahora me vuelven a sorprender cuando encuentro un artículo de Jennifer Frazer titulado: “Dying tres can send food to neighbors of different species via Wood-Wide-Web” y publicado en Scientific American, en donde se nos dice que abajo del suelo se extiende un laberinto de conexiones entre las raíces de los árboles y las plantas, favorecidas por los hongos, en lo que se conoce como red micorrizal. La palabra micorriza, de acuerdo a Wikipedia, es de origen griego y se refiere a la simbiosis entre un hongo (myco) y las raíces (rhizos) de una planta.
Los hongos micorrizales, de acuerdo a Jennifer Frazer, se asocian con la raíz de una planta, porque ambos obtienen un beneficio de ello. El hongo infiltra a la raíz de la planta, pero no la ataca. La planta le da alimento al hongo, y por otro lado el hongo ayuda a la planta a incrementar su capacidad de absorción de agua y minerales, gracias a la red de filamentos del hongo.
Continuando con lo descrito por Frazer, se sabe que las plantas se pueden comunicar con otras gracias a las corrientes de aire, incluso cuando cuentan con algún patógeno o cierto herbívoro que las está comiendo, éstas mandan señalas a las de su especie para que fortalezcan sus defensas. Sin embargo resulta increíble que las conexiones micorrizales puedan, además de advertir del peligro, enviar comida o nutrientes esenciales a los vecinos. Incluso, de forma fascinante, algunas plantas moribundas, pueden enviar fósforo y nitrógeno a otras saludables de su misma especie. Además de que también pueden enviar señales, como toxinas, para impedir que otras plantas se acerquen a competir por los mismos recursos.
Volviendo a la transferencia de comida entre plantas, Jennifer Frazer remarca que la cantidad enviada no es trivial sino considerable. Es decir el monto transferido, en ciertos casos, analizado por medio de radioactividad de carbono, fue similar al costo energético de reproducirse. Además si recordamos lo descrito, el envío de alimento entre plantas se ha llevado a cabo entre individuos de diferentes especies (Abeto Douglas y el Pino ponderosa), lo que muestra un claro comportamiento altruista; aunque algunos científicos señalan que las conexiones micorrizales y los hongos en particular pueden ser responsables de destinar los recursos equitativamente y así generar plantas y bosques más resilientes ante los embates del clima.
Otro escrito muy interesante al respecto es el titulado: “Plants talk to each other using an internet of fungus”, elaborado por Nic Fleming y publicado en BBC, en donde se habla de una supercarretera de información entre una gran población de individuos, similar al Internet, pero en lugar de ser World Wide Web, se le ha denominado Wood Wide Web, en la que como lo describimos, los hongos juegan un papel fundamental para comunicar las interacciones entre estos organismos plantae. Es decir, gracias a una red de hongos, se conectan las raíces de las plantas en donde se puede ayudar a otros con nutrientes, prevenir de ataques, así como ahuyentar a otras plantas que no sean bienvenidas en cierta comunidad.
Para Fleming, el 90% de las relaciones con los hongos, son benéficas para ambos. El primero en acuñar el término “mycorrhiza” fue el biólogo alemán Albert Bernard Frank, con el fin de referirse a la asociación de hongos con las raíces de las plantas, donde el hongo recibe comida en forma de carbohidratos, y ayuda a la planta a obtener más agua, así como proveerle fósforo y nitrógeno como nutrientes, como ya lo habíamos descrito en líneas anteriores.
Por lo anterior y de acuerdo a Fleming, los hongos han sido llamados como “el internet natural de la Tierra”, por Paul Stamets; además de la transmisión de alimento e información, es gracias a estas conexiones con las raíces de las plantas que se fortalece el sistema inmune de las mismas. Fleming nos explica que cuando un hongo coloniza raíz de una planta, se libera una serie de sustancias químicas que buscan defender del aparente organismo intruso y es gracias a esto que la respuesta del sistema inmune de una planta reacciona con mayor celeridad y más eficiente ante una amenaza real. Fleming lo sintetiza al decir que cada planta que se conecta a la red mycelial de los hongos, las hace más resistentes a la enfermedad.
De todo esto podemos aprender mucho, primero acerca de la colaboración entre las plantas, para compartir recursos con los hongos, así como comunicarse por medio de una red de raíces y filamentos; además la fortaleza de las mismas para sobreponerse y mantenerse ante los embates del clima y de sus depredadores cuando los insectos las comen o los humanos las podan o cortan. Aunado a todo esto podemos inferir que las plantas no son organismos separados, sino interconectados por medio de sus raíces, que los harían parecer como un superorganismo, con capacidad altruista que buscan el progreso grupal sobre el individual.
Plantadas y sin posibilidad de moverse de ahí, con gran capacidad para reinventarse y sortear el ambiente inhóspito, pidiendo solamente tierra, agua y sol; estos organismos me siguen maravillando y la tierra mojada me volverá a traer recuerdos de mi bisabuela Ena regando sus azaleas en Coatepec.