
Confieso no ser un experto en el tema zombi o zombie en inglés, pero me ha resultado interesante el mismo, a raíz de que tanto familiares como amigos me han impulsado a la lectura y seguimiento de estos “muertos vivientes”. En este sentido, considero que una de las mayores influencias en mi decisión por acercarme y comprender mejor este fenómeno, es: The Walking Dead, pero no la serie televisiva, sino los cómics originales elaborados por Robert Kirkman en el 2003.
En este punto aclaro que mi atracción a la cultura popular de los zombis no es solamente por observar las creativas formas de eliminarlos, sino la impresión de que a pesar de que la raza humana enfrenta a un enemigo en común, y que deberíamos de unirnos para ello, mostramos el despliegue de los tradicionales conflictos que nos obstaculizan para avanzar como especie.
Aunado a esto me he preguntado, como supongo que otros lo han hecho, si sería posible el surgimiento de un virus, bacteria, enfermedad, padecimiento, etc., que diera pie al inicio de un “apocalipsis o guerra zombi”, diezmando considerablemente la población mundial y dejando a unos cuantos a enfrentar a los extraños para luchar entre prolongar la vida o el cese de la misma.
Responder a lo anterior es muy complicado, pero revisando en diferentes publicaciones de divulgación científica, he localizado escritos muy interesantes al respecto y tal vez podrían iniciar un proceso de análisis crítico para acercarnos a la respuesta que cada uno de nosotros quiera abanderar.
Entrando a la parte científica resulta sorprendente que de acuerdo al texto de Katherine Harmon, titulado: “Undead-End: Fungus That Controls Zombie-Ants Has Own Fungal Stalker” publicado en Scientific American, y muestra que ciertas hormigas de la selva brasileña, son infectadas por el Ophiocordyceps, un hongo parásito. El proceso es muy simple, según lo describe Matt Kaplan de National Geographic, pues señala que el hongo infecta a la hormiga, toma el control de su cerebro y después mata al insecto al llevarlo a una posición idónea donde pueda florecer y esparcir sus esporas para seguir infectando a otras hormigas.
Por su parte el investigador en entomología y biología, David Hughes, describe el comportamiento de estas hormigas infectadas, catalogándolas como “hormigas zombi”, en donde las mismas se caracterizan por caminar al azar, mostrando convulsiones que las hacen caerse, similar a lo que sucede con una persona ebria, según reporte el propio Hughes. Sin embargo la realidad es otra, pues a pesar de pensar que estamos viendo el comportamiento de una hormiga, de acuerdo a Hughes y sus colegas, en verdad estamos siendo testigos de una expresión genómica y comportamiento del hongo Ophiocordyceps en todo el organismo vivo de ese insecto en particular.
Estas hormigas infectadas, según Harry Evans del Centro Internacional de Agricultura y Biociencia, sugieren tener una especie de toxina en su sistema nervioso, esto inferido por los movimientos sin coordinación y la hiperactividad de los insectos, quienes terminan paralizadas y muertas, en la hoja de una planta, muy cerca del suelo, para que el hongo parásito pueda desprenderse de nuevas esporas y continuar su tarea infecciosa.
Pero algo que salta a la vista de las observaciones de los estudiosos en este fenómeno, son las características en común que despliegan estos insectos infectados antes de partir con el Caronte hacia su muerte. Es decir, de acuerdo al artículo “The Life of a Dead Ant: The Expression of an Adaptive Extended Phenotype”, publicado en The American Naturalist, los autores hablan de una “mordida de la muerte”, donde las hormigas con el hongo Ophiocordyceps se acercaron al norte de una planta, posteriormente mordieron una hoja a unos 25 centímetros del suelo, seleccionando un ambiente con temperatura de entre 20 y 30 grados Celsius y de entre 94 y 95 por ciento de humedad. Todo esto deja perplejos a los investigadores, por la especificidad de las locaciones y la consistencia del comportamiento de las hormigas zombi. Además, según Katherine Harmon, otros estudios han encontrado que el hongo infeccioso provoca atrofia de los músculos de sus víctimas, sobre todo en el área de las mandíbulas de esos insectos eusociales.
Después de esa “mordida de la muerte”, esencial según Hughes para que no caiga la hormiga al suelo y pueda entonces el parásito lanzar sus esporas contaminantes; las “hormigas zombi” mueren a las 6 horas y en los 3 días siguientes surge, en la parte posterior de la cabeza del insecto, un tallo de hongo, mismo que después de madurar en algunas semanas, será responsable de lanzar las esporas para introducirse en un nuevo huésped. Además increíblemente esta relación infecciosa se ha encontrado, específicamente en “mordidas de la muerte” en restos fósiles de plantas que datan desde hace aproximadamente 48 millones de años. Dándonos a entender que esta infección parasitaria no es algo reciente.
Derivado de todo lo anterior, este hongo Ophiocordyceps, ha sido objeto de trasladarlo al mundo de los videojuegos, donde uno denominado: “The last of us” evoca el comportamiento infeccioso de lo aquí descrito, con la particularidad de que el parásito brinca de contaminar a las hormigas y se introduce en nuevo huésped: los seres humanos. Replicando el comportamiento de la gripe porcina, como lo explica Kyle Hill en su escrito: “The Fungus that Reduced the Humanity to The Last of Us”.
Otro ejemplo muy interesante es el descrito por Christof Koch, dentro de su artículo: “Protozoa could be controlling your brain”, en donde se habla del parasito protozoario denominado: Toxoplasma gondii. Aquí inicia con el conocido comportamiento de las ratas y ratones, quienes tienen miedo a ciertos depredadores, especialmente a los gatos. Por ello, cuando huelen heces u orin de estos felinos, la primera reacción de los roedores es evitar esa zona y refugiarse en su madriguera. Pero cuando esas ratas y ratones se encuentran infectados por el Toxoplasma gondii, pierden el miedo a los gatos y en algunas ocasiones hasta prefieren estar en su compañía, provocando que sean devorados por éstos y por consiguiente el parásito protozoario pasa al felino donde gustosamente se desarrolla. Lo increíble de esto, es que el comportamiento suicida del roedor es guiado por el parásito, pues el toxoplasma gondii sabe que puede reproducirse mejor en el intestino del gato y ser arrojado para su propagación, por medio de las heces de este animal.
Un ejemplo más lo ofrecen unos parásitos conocidos como Clinostomum marginatum, quienes buscan replicarse en el agua al ser transportados por aves que cazan peces. Posteriormente esos peces infectados, son obligados por el parásito a nadar cerca de la superficie del agua y por ello capturados por aves, quienes al comer el pez se infectan del mismo parásito al ser receptáculos de sus huevos, y así sucesivamente convirtiendose en un ciclo de vida turtuoso y tormentoso tanto para peces como aves infectadas.
Podríamos recurrir a otros ejemplos similares, pero el espacio no es tan amplio como para hacerlo. Sin embargo creo que hemos podido hacer un pequeño acercamiento a lo que sucede realmente con un comportamiento, similar a un zombi, donde un parásito infecta a un ser vivo y toma el control del mismo, haciendo que cumpla el objetivo final de convertirse en un receptáculo para que el parásito u hongo pueda propagarse de nuevo en otro ser vivo y seguir infectando sucesivamente.
Por lo pronto todavía no podemos decir: “…y entonces ha empezado…”. La mejor respuesta la tiene usted.