Revista número 122, diciembre de 2011, páginas 71 a 72
Nunca he sido muy adepto a la ingesta de postres, aunque no niego que me agrada incorporar algo de azúcar a mi dieta, sobre todo bajo la premisa de que la glucosa es alimento neuronal. Por lo anterior, me ha resultado interesante observar, cuando estoy en algún restaurante, cómo los individuos con los que comparto mesa o aquéllos en las inmediaciones del lugar, se apresuran a terminar sus platillos principales para proceder a solicitar la carta de postres y pedir lo conducente.
Sin embargo, lo curioso reside en que algunas personas que piden ese postre para saciar su aparente hambre, denotan una especie de ansiedad cuando les llega, similar tal vez a lo que sucede con un niño menor a un año cuando llora para solicitar su leche y se calma al tener la mamila en la boca.
En este tenor, encontré información importante en el sitio de bloomberg, específicamente en el escrito de Robert Langreth y Duane Stanford, titulado: “Fatty Foods Addictive Like Cocaine in Growing Body of Scientific Research”.
La tesis de este escrito es la siguiente: la comida chatarra y las bebidas azucaradas no solamente son en parte responsables del sobrepeso y obesidad en el mundo, sino que también pueden hacer al cerebro adicto a estos sabores, de igual forma que lo hacen la nicotina, la cocaína u otras drogas similares. Incluso, algunos estudios de escaneo cerebral revelan que los obesos y los comedores compulsivos muestran disturbios en su sistema de recompensa, similar a lo que sucede con los consumidores de droga.
CARGA COLOSAL
El sobrepeso y la obesidad representan, en todo el mundo, una carga colosal para los presupuestos médicos, y causan graves problemas a la población. Para comprender un poco mejor este mercado, según información de la Organización Mundial de la Salud, tenemos lo siguiente:
* Desde 1980, la obesidad se ha más que duplicado en todo el mundo.
* En 2008, mil 500 millones de adultos (de 20 y más años) tenían sobrepeso. Dentro de este grupo, más de 200 millones de hombres y cerca de 300 millones de mujeres eran obesos.
* El 65 por ciento de la población mundial vive en países donde el sobrepeso y la obesidad cobran más vidas de personas que la insuficiencia ponderal.
* En 2010, alrededor de 43 millones de niños menores de cinco años tenían sobrepeso.
EL CASO MÉXICO
Hablando en específico del caso de México, la información de CNN es impactante, pues se dice que del mercado de mil 200 millones de personas que sufren obesidad, 70 millones son mexicanos (obesos y con sobrepeso), según lo obtenido también por la OMS. Este problema se estima que generará costos a México por al menos 150 mil millones de pesos en los siguientes diez años, además de generar costos indirectos por 23 mil millones anuales, según información del doctor José Ángel Córdova Villalobos, secretario de Salud de México.
Como lo sabemos, pero lo remarca la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), México se encuentra en el primer lugar en sobrepeso y obesidad, pues las cifras del estudio titulado y publicado por esta misma organización: “La obesidad y la economía de la prevención”, se advierte que nuestro país debe actuar para detener esta epidemia, ya que el 70 por ciento de los mexicanos tienen sobrepeso y 30 por ciento, obesidad. Este mal también aqueja a los pequeños, pues los datos de CNN muestran que más de cuatro millones de niños de entre 5 y 11 años la padecen.
CARACTERÍSTICAS ADICTIVAS
Si aunado a todo lo descrito, agregamos que en verdad las grasas de la comida chatarra, el azúcar y la fructuosa de las bebidas, así como la grasa y el endulzante de ciertos postres poseen características adictivas, similares a lo que sucede en el cerebro con las descargas de dopamina y fijación neuronal, por la activación del sistema de recompensa, estimulado por una droga como la cocaína, entonces el problema se potencia.
El escrito de Langreth y Stanford señala que el azúcar y la grasa siempre han estado presentes en la dieta de los seres humanos y que nuestro cuerpo está diseñado para procesarlas, pero el problema se presenta cuando al procesamiento de los alimentos se le añaden altas cantidades de azúcar, grasas malas y harinas, además de que el alto consumo de todo esto deriva en la mencionada obesidad y el sobrepeso.
LA ANSIEDAD
Para el doctor David Ludwig, investigador de Harvard, los alimentos altamente procesados causan picos y declives en la ingesta de azúcar en la sangre, y logran la ansiedad, para volver a incorporar esa azúcar al cuerpo. Es así que Langreth y Stanford comentan que la constante estimulación de nuestro cerebro con alimentos cargados de calorías y grasas procesadas desensibiliza el circuito cerebral, e invita a que las personas tengan que consumir mayores cantidades de alimentos chatarra para mantener su estado de placer ligado a la dopamina.
Para corroborar lo descrito en las líneas de arriba, Langreth y Stanford hablan sobre un estudio realizado en 2010, en la Universidad de Texas, donde se estudió con resonancia magnética a 26 mujeres con sobrepeso, cuando sorbían una malteada con helado de Haagen Dazs y chocolate Hershey’s, para determinar las partes del cerebro que se activaban.
A las mismas 26 mujeres se les volvió a analizar seis meses después, y se descubrió que aquéllas que ganaron peso mostraron reducida actividad en el cuerpo o núcleo estriado, que es una región del cerebro que procesa la recompensa; esto, claro, cuando sorbían de nuevo la misma preparación de malteada.
Además, en otros estudios similares, se proyectaban fotos de malteadas a ciertas personas, y se les examinaba su cerebro mediante imagen de resonancia, y se pudo observar que se prendían las mismas regiones que logran la hiperactividad de un alcohólico cuando está a punto de recibir su trago, y mostraron entonces claros síntomas de adicción.
RATAS ADICTAS
En otro estudio de la Universidad de Princeton, se buscó identificar si las ratas podían hacerse adictas a una solución de agua con un diez por ciento de azúcar, cantidad similar a lo que contiene un refresco embotellado o enlatado. Esa solución se les permita durante todo el día, lo que dio como resultado que las ratas subieran de peso y que cuando se les bloqueaba la sensación de azúcar con otra droga, mostraban claros signos de ansiedad y estrés, así como temblores por la falta de la misma, como si fueran adictas, según dice Bartley Hoebel.
Lo más impresionante vino cuando, en un experimento en Francia, en 2007, Serge Ahmed, neurocientífico de la Universidad de Bordeaux, demostró que las ratas, al ser expuestas a tomar agua con sacarina, preferían la misma en comparación a tener cocaína disponible. En resumidas cuentas, su adicción al dulce de la sacarina era más fuerte que la adicción causada por la droga prohibida.
De acuerdo a lo aquí descrito, es muy interesante remarcar que si bien es cierto que consideramos la ingesta de comida en exceso como una adicción, los datos anteriores dan mucho mayor sustento a la capacidad que tienen las grasas procesadas y los azúcares en bebidas, de atrapar al cerebro en un ciclo adictivo, además de que, al consumir estos productos de grasa chatarra y azucarados, lesionamos de cierta forma nuestro sistema de recompensa, y es por ello que, para obtener el mismo placer de la ingesta de esa comida, requerimos aumentar la cantidad, y de ahí que venga sin lugar a dudas el sobrepeso o la temible obesidad, pero todavía más preocupante si la adicción y fijación de disparo neuronal correspondiente es similar a lo producido por drogas fuertes, como la cocaína.
Para finalizar, quiero puntualizar dos cosas: Primero, de acuerdo a diversos estudios, como lo descrito por Nikhil Swaminathan, en su artículo de Scientific American, titulado “A Lean Gen for Low Cal Longevity”, se demuestra que una dieta correcta, así como la restricción en la cantidad de calorías requeridas, ayuda directamente a aumentar la esperanza de vida.
Por otro lado, The Lancet encontró recientemente, en un estudio en 2009, en el cual incluyó a 900 mil personas, que la obesidad moderada reduce la esperanza de vida entre dos y cuatro años, y la obesidad severa la reduce hasta en diez años. Pensemos antes de caer en un círculo sin retorno, vicioso, de la adicción a la comida chatarra y a los postres.
Referencias:
Robert Langreth and Duane D. Stanford, Fatty Foods Addictive as Cocaine in Growing Body of Science, Bloomberg Magazine, 1 Noviembre de 2011