Cuentan mis hermanos, Jorge y Ena, que algún momento de su existencia, en diferentes charlas con sus amigos, salió a colación su denotada preocupación o estrés. Sin embargo, ambos cofrades genéticos, respondieron que ellos no eran tan “nerviosos”, pues si querían conocer a alguien realmente estresado, deberían conocerme a mí.
En este tenor, confieso que en algunas ocasiones me siento preocupado por no estar preocupado. Es decir, en una especie de paradoja existencial, el tener un momento de calma, dentro de la terrible aceleración del mundo actual, me causa cierta angustia controlable. También lo anterior, me produce el estar alerta ante una posible consternación, relacionada a cierto obstáculo o problema venidero.
Mi punto es que todos, en algún punto de nuestras vidas, hemos sido anfitriones de un asiduo visitante: el estrés. Sin embargo, esta reacción del cuerpo para afrontar una amenaza, es experimentada de diferentes maneras, dependiendo de la circunstancia o individuo en cuestión. Es decir, desde el punto de vista evolutivo, el estrés resulta muy útil, hablando de la supervivencia del ser humano; pero también es dañino, cuando es permanente o constante. Entonces, parafraseando a Paracelso, la dosis de estrés en nuestras vidas, puede traducirse en alerta (supervivencia) o veneno (muerte) para el cuerpo.
De acuerdo al escrito de Virginia Hughes, titulado: “Stress: The roots of resilience”, publicado en la prestigiosa revista Nature, se habla de que tan solo en los Estados Unidos, entre el 50 y 60 por ciento de las personas experimentarán un evento traumático, en cierto punto de sus vidas. Aunado a esto, la propia Hughes nos dice que este estrés agudo dispara una intensa respuesta fisiológica, creando una asociación en los circuitos del cerebro, entre el evento y el miedo al mismo. Si esta fijación dura más de un mes, como sucede con el 8 por ciento de las víctimas de trauma, según Hughes, entonces se considerara como trastorno por estrés postraumático (TEPT).
Por otro lado, está claro que debemos aprender a vivir no solamente con la incertidumbre, sino aceptar y digerir esas leves descargas de estrés, asociadas al ritmo tradicional de la vida, sobre todo la urbana. Sumado a esto, desde mi punto de vista, en nuestro devenir evolutivo, optamos por dejar una especie de letargo, para incorporarnos al camino del error, la iteración y el aprendizaje, sin olvidar un costo inherente: el estrés.
Volviendo al TEPT, la propia Virginia Hughes nos refiere que las investigaciones científicas han encontrado ciertos factores psicológicos positivos para enfrentar los eventos traumáticos, estos son: redes sociales fuertes, recordar y confrontar el miedo, y una visión optimista al respecto. Sin embargo, algo muy importante, dentro de escrito de Hughes, es que las personas que enfrentan una situación traumática, no siempre desarrollan el TEPT y aunado a esto, esos individuos muestran mayor actividad en la corteza prefrontal.
Derivado de esto los estudios del neurocientífico Kerry Ressler y colegas, de la Universidad Emory en Atlanta, han arrojado que los individuos resilientes cuentan con una mayor conexión física entre la corteza del cíngulo anterior (CCA) y el hipocampo. Esto, en palabras de Hughes, nos dice que la resiliencia depende en parte de la comunicación entre el circuito de razonamiento en la corteza prefrontal y el circuito emocional dentro del sistema límbico. Tal vez, por eso tenemos a personas con gran capacidad para soportar el estrés, incluyendo aquí los eventos traumáticos, y salir de los mismos después de un tiempo adecuado, evitando así caer en el TEPT; mientras que por otro lado, algunos de nosotros somos más vulnerables a este recurrente visitante en nuestras vidas.
Desde mi perspectiva, y como lo he descrito en otras ocasiones, pasamos de un estado unicelular de aparente letargo, divididos y sin propósito colectivo, a otro pluricelular, con cooperación y como sistema emergente, donde se potenciaron nuestras preocupaciones ante los diversos obstáculos a los que nos enfrentamos. Pero en este punto es importante recordar que la dosis de estrés, está por un lado relacionada no solamente con la capacidad alerta para huir de cierto peligro, sino también con la creatividad para resolver problemas, dentro de nuestra tasa de procesamiento neuronal; sin olvidar aquel estrés latente y recurrente que al ser bien controlado, puede derivar en el TEPT.
Al final quiero terminar con un párrafo que he usado en otras colaboraciones y nos ayudaría tal vez a ver de otra forma este tema. Me refiero a que por cada pincelada de belleza en los cuadros de Da Vinci, por cada revelación en la física del universo relativo de Einstein, por cada cálculo matemático de Gödel, por cada vida que ha salvado la penicilina de Fleming, por cada poesía de gol de Maradona, se produjo a la par una dosis de estrés. Lo importante entonces es saber manejar nuestras angustias, preocupaciones, depresiones leves, frustraciones, eventos traumáticos, para salir de los mismos lo más rápido que se pueda y evitar caer en situaciones irreversibles con daño psicológico y mental; así como utilizar los breves lapsos de estrés, para sacarles el jugo necesario y derivar en ideas creativas.