
Rodrigo Soto Moreno
Estamos en constante evolución, aunque pareciera imperceptible, y por esa razón tanto desde el punto de vista biológico y social, todos los seres vivos estamos sometidos a la presión evolutiva, misma que nos pone a prueba y por ello nuestros genes y memes trabajan incansablemente en absorber y transmitir información que embone con el ecosistema de la vida, para así dentro de un proceso de errar, iterar y aprender, podamos mutar y avanzar hacia el siguiente paso evolutivo.
Dentro de este contexto, es común que todos nosotros celebremos nuestros éxitos, nuestros triunfos, nuestras victorias, situación que puede llevarnos a caer en la soberbia de sentirnos invencibles y superiores, por ello no debemos olvidar festejar también nuestras derrotas, pues en el suelo, en el error, en la equivocación, en la frustración controlada podemos aprender más al iniciar un proceso de análisis de lo sucedido, para reinventarnos y resurgir en una especie, como lo dijera Nietzsche, de eterno retorno de lo idéntico o tal vez de lo no idéntico y posiblemente mejorado.
Continuando con el maestro Nietzsche y parafraseando una de sus conocidas frases tenemos que aquello que no nos mata, logra al final de cuentas fortalecernos y aunado a este tenor contamos con un ejemplo muy interesante al respecto, pues resulta que el fuego, a pesar de su acción muchas veces devastadora, tiene un componente benéfico para la adaptación de muchas especies, y se integra como una parte natural en el funcionamiento de diferentes ecosistemas.
Dentro del estudio de R. Nasi, R. Dennis, E. Meijaard, G. Applegate and P. Moore, con su escrito titulado: “Forest fire and biological diversity” y publicado en la FAO (Food and Agriculture Organization of the United Nations), se hace mención al importante valor del fuego para crear mayor resiliencia en muchas plantas, especialmente en los árboles quienes después de ser expuestos a un fuego, engrosan su corteza y también son capaces de curar las “cicatrices” que les dejó esa exposición. Además ciertas especies de plantas, adaptadas a medioambientes afectados por el fuego, requieren del mismo para germinar (pues sueltan sus semillas cuando notan que ha terminado un incendio), establecerse y reproducirse. Sumado a que ciertos bosques, después de ser azotados por el fuego, se regeneran prolíficamente.
Por otro lado, de acuerdo al estudio de L.T.Kelly y L. Brotons, de la Universidad de Melbourne, con su investigación titulada: “Using fire to promote biodiversity” publicado en Science, se remarca también que muchos animales y plantas requieren del fuego para su supervivencia, sin embargo debemos de tener cuidado en relación a la cantidad de fuego que es benéfica y maléfica, pues es un factor complejo de analizar. Lo cierto es que existe una relación simbiótica entre el fuego y la biodiversidad y este agente de combustión no debe ser visto necesariamente malo.
Claro todo esto hablando de los fuegos naturales y no de los provocados por los seres humanos, que como no están programados por la naturaleza, resultan ser maléficos para el equilibrio de los ecosistemas. Entonces cierta dosis de estrés de fuego es vital para la simbiosis de muchos ecosistemas y contribuye directamente a la resiliencia de ciertas especies de árboles. Trasladando esto a nosotros los seres humanos, también requerimos de esa dosis de estrés evolutivo para que nuestros genes y memes se activen y colaboren para crear aquellas condiciones necesarias para reinventarnos y resurgir de cierto evento, similar a las víboras cuando cambian de piel y se sienten rejuvenecidas o como las tortugas cuando eliminan partes viejas con nuevas en su caparazón.
Toda la existencia es proceso de destrucción y construcción, es la resultante del juego entrópico de caos y orden donde surge la creación de vida y por ello captó mucho mi atención la frase del título de este escrito, misma que pertenece a la Bestia, personaje dentro las 24 múltiples personalidades dentro de la película “Split” de M. Night Shyamalan; quien la expresa en alusión a que aquellos seres que han sido expuestos a la presión evolutiva biológica y social y que logran salir victoriosos de ese conflicto, con heridas, ya sean superficiales, internas o psicológicas, son efectivamente los más evolucionados.
Recordemos que desde que nuestras células procesan información y especialmente oxígeno, todos los seres vivos nos encontramos aparentemente a contra reloj de la oxidación celular y de la muerte celular programada; nuestros genes y memes cuenta con una precarga de datos y continúan acumulando información biológica y social que se traduce en la esperanza y calidad de vida que resultamos tener, a menos claro que logremos trasladarnos a un nuevo receptáculo de inteligencia artificial que nos permita vivir eternamente, mientras el sistema de código biológico y computacional funcione o pueda ser reiniciado y nos mantenga vivos.
Nuestro sistema inmune así trabaja, respondiendo a los vendavales y ataques de virus y bacterias para sobreponerse, generar anticuerpos necesarios y mantener nuestro superorganismo en control, en equilibrio, en simbiosis con otras millones de bacterias y células que nos conforman trabajando y cooperando al unísono. Es por ello que cada enfermedad, padecimiento, raspadura, trasplante, y en si cualquier golpe físico o emocional se guarda como error en el sistema, para aprender del mismo y hacer las correcciones necesarias, mutar y mejorar nuestro cuerpo.
Al final creo que debemos consideran las sabias palabras de la Bestia y sugiero analizarlas con cautela pues cargan con importante mensaje, que es el siguiente: “Eres diferente del resto. ¡Tu corazón es puro! ¡Regocíjate! Los rotos son los más evolucionados. Regocíjate”; y así entender que mucha de nuestra fuerza proviene de aquello que, parafraseando al gran Friedrich Nietzsche, nos marcó, nos dañó pero no nos mató y eso mismo nos hizo más fuertes.
Desde cierta perspectiva muchos de nosotros estamos rotos, aunque no parezca, algunos más, otros menos, pero siempre recordemos que con cada embate de la vida, del que salgamos victoriosos, eso nos acerca cada vez más al superhombre de Nietzsche, ese mismo que pregona Yuval Noah Harari con su Homo Deus y es el mismo que promete crear la inteligencia artificial vinculada a nosotros.