Rodrigo Soto Moreno
En estos tiempos tan interesantes, donde todo está conectado y la información fluye sin parar asemejando ubicuidad, siempre y cuando tengamos acceso a datos de internet, se me haría normal la excitación neuronal y maravillarnos al recordar todos el camino ininterrumpido que nuestros antepasados tuvieron que sortear para que cada uno de nosotros esté aquí, yo escribiendo y usted leyendo; además darnos cuenta que venimos del mismo lugar, de una singularidad inicial, siendo ese polvo de estrellas que nos dijo Carl Sagan; aunado a la gran probabilidad de tener el mismo fin cuando este universo se enfríe y no sea más, para muy probablemente dar inicio a otro como un eterno retorno de lo idéntico o de lo no idéntico, parafraseando al gran maestro Friedrich Nietzsche.
Pero no, tal parece que es mucho más sencillo entregarse a la sinrazón, a la superstición, al frívolo control de la adicción dionisiaca, al desbocarnos por poseer cosas, amasar fortuna y poder, pero especialmente a evitar la premisa inicial básica de nuestra existencia aquella de absorber y transmitir información, especialmente la ligada a la ciencia y la tecnología y que se relaciona directamente con nuestros saltos evolutivos para continuar el camino en ascenso del Sapiens.
Cuando Platón hablaba de su maestro Sócrates y de su famosa paradoja en relación a la conocida frase que se le atribuye de: “yo solo sé que no sé nada” o “yo sé una sola cosa, que no sé nada” era un cúmulo de sabiduría y humildad, un manifiesto que se erigía sobre la ignorancia y que retaba a todos aquellos eruditos a reafirmar que siempre existe conocimiento nuevo y por ende no podemos saberlo todo, nos mantenemos ignorantes y esa hambre de saber es la que nos movió a salir del agua y seguramente será la que nos haga salir de este planeta para terraformar otro.
Sin embargo en la actualidad vende más el no pensar, el no razonar y aceptar todo porque alguien lo dice, por ello se nos ha buscado mecanizar y hacer en serie, con la modalidad de no utilizar los disparos neuronales y estar distraídos con el mar de información vacía de algunos medios de comunicación quienes confabulados con el sistema gubernamental se la pasan creando “cajas chinas”, como nos lo ejemplificó Luis Estrada en su Dictadura Perfecta. Es así que el analfabetismo funcional y la pobreza se han convertido en aliadas del oscurantismo social, con el fin de manipular más fácil a la población, que parecieran títeres sin hilos, agregando claro nuestra adictiva necesidad de darle más importancia al tener que al saber.
Sumado a lo anterior, en mis viajes cotidianos a la librería encontré un libro interesante titulado: “El derecho a la pereza” de Paul Lafargue, en donde se expone un tema que pareció indicado compartir desde una perspectiva filosófica e intelectual y que pudiera utilizarse como antídoto a la mecanización de la especie humana, como nos lo advirtió Charles Chaplin con su película “Tiempos Modernos”.
Aquí un video para acordarnos de ello:
Pero bueno, volviendo con Lafargue, éste nos dice lo siguiente: “Una extraña locura se ha apoderado de las clases obreras de las naciones donde reina la civilización capitalista, una locura que no es sino el resultado de las miserias individuales y sociales que, desde hace siglos, torturan a la triste humanidad. Esta locura es el amor al trabajo, la pasión moribunda por el trabajo llevado hasta el agotamiento de las fuerzas vitales del individuo y su prole”.
Si bien el texto de Lafargue es un grito socialista y de ataque al capitalismo, el suscrito que no es socialista sino más bien propongo un nuevo sistema que replique el funcionamiento de la naturaleza; comprendo que la productividad empresarial ligada a la mecanización del empleo, ha logrado que el ser humano busque emplearse y no generar empleo, que busque aumentar las piezas que saca de la línea de producción y no en mejorar la programación lineal de la misma. Esto, a la larga solo traerá consigo que cuando los primeros robots con inteligencia artificial despierten, harán esos empleos como propios. La gran mayoría de los empleos mecanizados serán propiedad de inteligencias artificiales, dejando sin trabajo a muchos seres humanos.
Lafargue continúa su texto con otros puntos interesantes como: “En este tipo de sociedad, el trabajo es causa de toda degeneración intelectual, de toda deformación orgánica”. Es decir, en estas sociedades decadentes y donde se busca imponer la sinrazón y el analfabetismo funcional, es más importante ser un peón de la línea de producción en lugar de producir mis ideas, es más importante subir artículos a una plataforma que generar mis propias teorías y exponerlas al mercado de las ideas.
Siguiendo con Lafargue tenemos: “También los griegos de la época de oro despreciaban el trabajo: solo a los esclavos les estaba permitido trabajar: el hombre libre valoraba solamente los ejercicios corporales y los juegos de inteligencia. Era también el tiempo en que se caminaba y se respiraba en un pueblo de hombres como Aristóteles, Fidias, Aristófanes; eran los tiempos en que un puñado de valientes aplastaba en Maratón a las hordas de Asia que Alejandro Magno iba luego a conquistar”.
Cabe señalar que no estoy diciendo que el trabajo sea malo, al contrario el trabajo dignifica a todo ser humano y nos permite, en muchos casos cuando es de índole intelectual, aumentar nuestra calidad y esperanza de vida versus el jubilarse y esperar el camino de la muerte. Lo que estoy diciendo es que no nos entreguemos a la sinrazón, a la mecanización de las funciones, a los procesos en serie, porque al final todo aquello que es similar a una línea de producción, será absorbido por la inteligencia artificial quienes se desempeñarán mucho mejor que cualquier ser humano.
Mi preocupación reside en que detecto una sociedad repleta de jóvenes con grandes ideas y con gran potencial, pero faltos de lectura y de filosofía, carentes de esa curiosidad inquisitiva que nos puede abrir los ojos y hacernos nuevamente brincar al descubrimiento de nuevos mundos y nuevos retos para nosotros los Sapiens; sobretodo esperando que podamos colonizar otros planetas y convertirnos en una nueva especie, al estilo del Homo Deus de Yuval Noah Harari.
En este mundo interconectado y en donde las ideas viajan sin aparentes barreras, es necesario crear un nuevo ecosistema donde encarguemos el trabajo mecanizado y carente de valor superior, desde el punto de vista intelectual, a los futuros robots con inteligencia artificial y en donde a nosotros se nos asignen las tareas de pensar como superorganismo, como una red neural, en el futuro de nuestra especie trabajando al unísono.
Si bien todavía falta tiempo para que las inteligencias artificiales empiecen a tomar nuestros trabajos, es necesario dejar de entregarnos a la sinrazón. Reitero, la curiosidad nos hizo salir del agua y esto ha sido comprobado, fueron esos peces que decidieron dejar su rutina mecanizada los pioneros en aventurarse a salir del agua, pero antes hace aproximadamente 385 millones de años, de acuerdo al artículo “Fish Changed in a Surprising Way Before Invading Land” de Ed Yong y publicado en The Atlantic, donde se habla de las investigaciones de Malcolm MacIver de Northwestern University quien ha descubierto que los ojos de los primeros tetrápodos (como anfibios) y sus parientes lejanos del agua (peces) sufrieron interesantes modificaciones antes de salir del agua, es decir los ojos evolutivos de los peces inquisitivos se agrandaron para ver más allá, fuera del agua y planear la ruta de exploración como tetrápodos; para MacIver primero evolucionaron los ojos para ver fuera del agua y luego las extremidades para arrastrarse y salir.
Necesitamos despertar de nuestra mecanización laboral para estimular nuestros disparos neuronales creativos y así como los primeros peces dejaron su vida rutinaria para evolucionar en esos tetrápodos (anfibios) y salir del agua, nuestra tarea será ahora asomarnos hacia las estrellas y apuntar hacia lo más lejano, para visitar nuevos mundos y conocer más del Cosmos.