Revista número 54, del 25 de mayo al 7 de junio de 2007
Una disyuntiva entre supervivencia y patología
César, montado en su caballo, sentía que ya no era aquel perspicaz y gallardo guerrero, pues no solo le pesaba y lamentaba la falta de su padre, sino también sentía como si las fuerzas lo abandonaran, al igual que a Sansón cuando le cortaron el pelo. Sin embargo, su caso era diferente, pues la espiroqueta Treponema Palladium (mejor conocida como sífilis) se había alojado en su cuerpo y ahora corría por sus venas.
A pesar de esto, recordó que antes de todo era un Borgia, y aunque no estuviera su padre Alejandro VI, el papa, para darle su apoyo, sabía que tenía que cumplir su palabra al jurar servicio y lealtad a su yerno, el rey Jorge III de Navarra. De esta forma, volteo a ver a su pequeño ejército, que sitiaba el pueblo de Viana, al norte de España, para atacar. Sin embargo, éste no respondió, y él supo que había sido traicionado. Empuño su espada y gritando a sus huestes: “traidores…. Cobardes”, arremetió solo contra sus enemigos.
Su armadura, y la máscara negra que cubría su rostro, para que impidieran ver las deformaciones provocadas por la sífilis, lo hacían verse como un jinete del Apocalipsis, que cabalgaba entre los mortales. Y es cierto: una de las palabras que no existía en la mente de Cesar Borgia era el “miedo”. Murió en 1507, a los 31 años, después de haber sitiado esta ciudad.
VALENTIA Y DISIMULO DEL MIEDO
En la línea de tiempo de la historia hemos escuchado un sinnúmero de relatos, novelados, similares al anterior. Personajes como Aquiles, Rodrigo Díaz de Vivar “El Cid”, Alejandro Magno, Cayo Julio César, entre otros, parecen mantener una característica única, que es su valentía y disimulo del miedo, o incluso darse el lujo de no experimentar este ultimo. Esta bravura e intrepidez ha logrado grabar su momento en la historia de la humanidad, y ha trascendido de generación en generación.
Sin embargo, la línea del tiempo evolutiva tiene algo que comentar al respecto, ya que, para diversos investigadores, el miedo es una de las respuestas más antiguas en las especies y es sinónimo de supervivencia darviniana, remembrando a Darwin.
Esta emoción, cuando se le mantiene bajo control y sin dejarla que se convierta en una fobia –que sería la intensificación desproporcionada del miedo-, resulta un mecanismo muy útil para cualquier organismo, a fin de detectar un riesgo potencial y optar, usando inteligencia, por la estrategia de caminos alternos ante la situación que se presenta con el fin de salir airosos.
EL MIEDO, UN DISPARO NEURONAL
Como es naturalmente conocido por nosotros, y tomando lo descrito en la web de How Stuff Works, el miedo se representa como un disparo neuronal, dado ante una situación o estimulo específico. Nuestro corazón comienza a latir más fuerte; los músculos se tensan, la respiración se agita y los pulmones permiten la entrada de más aire de lo normal; las pupilas se dilatan, agudizando nuestra vista. Ante todo esto, tenemos la conocida frase en inglés de fight or flight; es decir, “pelea o vuela”, haciendo referencia a enfrentar la situación o huir de la misma con el simple objetivo de preservar nuestra vida.
Para el neurocientífico e investigador pionero en el tema del miedo, Joseph E. LeDoux, existen dos tipos de ciclos en este; en donde a la amígdala puede llamársele “la polea” de acción dentro de esta emoción. Existen dos caminos para crear el miedo: el primero es llamado “el camino corto” y el segundo “el camino largo”.
El camino corto, según el profesor en Medicina, Marc Siegel, de la Universidad de Nueva York, y tomando la descripción de LeDoux, implica el “no tomar riesgos”, y tiene una respuesta de 12 milisegundos desde que se recibe la primera información en el tálamo, se procesa en la corteza cerebral, y se envía la señal a la amígdala para tener una reacción determinada, así como se recuerda gracias al hipocampo del cerebro.
Por otra parte, el camino largo, según LeDoux, toma alrededor de 30 a 40 milisegundos en el proceso de lo que está sucediendo, y puede ser considerado, de acuerdo al profesor Siegel, como el cerebro pensante. Aquí, antes de tener una reacción totalmente impulsiva, como reflejo incondicionado, nuestra mente razona lo que está sucediendo, para proceder a elegir el camino de acción adecuado.
EL CEREBRO ALERTA LOS SENTIDOS
Es interesante observar que los seres humanos somos tan peculiares, que a diferencia de otras especies, podemos ponernos ansiosos, aprensivos y sentir turbación ante situaciones que solamente hayamos leído o escuchado; es decir, sin ni siquiera haber experimentado un evento en particular, el cerebro dispara y despierta nuestros sentidos hacia el miedo, según Siegel, en su artículo Can We Cure Fear ? de Scientific American Mind.
Así como la reacción ante el miedo puede tener consecuencias positivas, el profesor Siegel nos recuerda que la recurrencia o incidencia de esta emoción tiene una relación directa con el aumento de enfermedades nerviosas, como la depresión, el infarto y problemas generales del corazón.
En una encuesta de 2005, realizada por Gallup, para comprender los miedos de los jóvenes de los Estados Unidos, así como para entender cómo estos miedos se siguen trasladando en la edad adulta, la lista de los primeros 10 se muestra a continuación:
1.- Ataques terroristas
2.- Arañas
3.- Muerte
4.- Fracaso
5.- Guerra
6.- Alturas
7.- Crimen / Violencia
8.- Sentirse solo
9.- El futuro
10.- Guerra nuclear
Analizando estos miedos comunes y buscando evitar que una emoción común se convierta en una fobia, se ha experimentado con moléculas que son bloqueadores de las catecolaminas, mismas que están relacionadas con el estrés, y que inhiben el disparo neuronal del miedo.
CONEXIONES CEREBRALES
Otros estudios, mencionados por el profesor Siegel, que se han publicado en el Proceedings of the Nayional Academy of Sciences USA, por el neurólogo Jonathan Kipnis, encontraron que en cierta combinación de cocteles, como por ejemplo el conocido Cop-1 (copolimero 1) mismo que estimula la producción de las células T, y busca la supresión de la agitación o “enojo” de las células nerviosas, ayuda directamente a suprimir el temor en las personas, o a limitar el disparo neuronal de éste, para que no se fijen las conexiones cerebrales en este sentido, durmiendo a las amígdalas.
Existen otros estudios, que describe Siegel, donde Larry Cahill, de la Universidad de California, encontró que la administración de propanalol también bloquea las catecolaminas, y que ya es conocido como este tipo de droga se receta para combatir la ansiedad o el estrés desmesurado.
Sin embargo, el trabajar excesivamente con medicamentos y la prescripción de diversas drogas tiene resultados demostrados en la supresión de ciertas emociones o en mantener aturdida ka amígdala, pero al igual que se trabaja en la no fijación de disparos neuronales del miedo o incluso en aquellos que derivan en fobias, creo que debemos cuidar la receta de estos medicamentos no cause adicción, pues muchas veces al tratar de curar una ansiedad, depresión, frustración, miedo o incluso una fobia, convertimos al paciente que no controla sus emociones en una persona que requiere una “maná” psicotrópico para “encajar” en una sociedad, con una simbiosis directa al consumo de estas “medicinas”.
CADA QUIEN CREA SU PROPIO INFIERNO MENTAL
La diferencia entre una mente creativa una mente con carencia de “momentos Eureka” radica en que la primera ha logrado eliminar sus demonios y ha visto que cada quien se crea su propio infierno mental, que muchas veces es más cruel que el ilustrado por Dante Alighieri en la Divina Comedia, o que puede remembrarnos en la película clásica de Psycho,de Alfred Hitchcock, y también la The Shining, de Stanley Kubric. El miedo visto a través de la evolución de las especies, principalmente la humana, recorre una línea muy delgada entre sinónimo de supervivencia humana, en la búsqueda de soluciones alternas inteligentes ante una posible situación de peligro, o por otro lado una patología que impide el desarrollo social, creativo y personal de cualquier ser humano, cuando esta emoción deriva una fobia. Además, su supresión mediante dosis químicas de productos farmacéuticos, recordando a Paracelso, puede ser un veneno más que una solución al problema.