Rodrigo Soto Moreno
Hace diversos ayeres, cuando iniciaba mi interés por la lectura, recuerdo pedirle a mi Padre prestado cierto libro. La respuesta de él casi siempre era la misma: “Sí, te lo presto pero no lo puedes sacar de la casa”. Lo anterior a razón de que uno de los objetos más preciados de mi progenitor son precisamente sus libros.
En este contexto, para mi Padre existe dos marcados niveles de importancia o valor entre cada libro que ostenta. Obviamente la primera escala se rige por la calidad del escrito y el autor del mismo, estando en la cima aquellos libros de ciencia, especialmente los de medicina, pues los recuerda con agrado gracias al vasto conocimiento que le han proveído al ejercer su profesión. Sin embargo la segunda escala es la que más capta mi atención, pues se centra en el simple hecho de que aquellos libros que son de pasta dura, son dignos de contar con un lugar especial en los libreros de la casa de mis padres. Curiosamente si existe algún libro, predilecto por mi Padre, que no se encuentre en el formato de pasta dura, no hay problema pues él recurre a solicitar que se empaste y así subirlo de rango para ser conservado.
Me permití elaborar los párrafos anteriores, porque al igual que mi progenitor, estoy seguro que muchos otros individuos piensan de forma similar. Es decir, primero adquirimos aquellos libros en el tema de nuestra preferencia para leer, escogiendo de diferentes temáticas como literatura, poesía, educación, divulgación científica, música, historia, sociología, antropología, novela, entre muchos otros; y seguramente la siguiente escala de decisión puede ser la pasta dura del mismo, dejando en segundo plano a los libros de pasta suave y mucho más abajo a los paperback.
Yo difiero un poco sobre esta clasificación, pues si bien respeto el gusto de cada quien por el tema de lectura de su elección, y también aprecio un buen libro de pasta dura, pero en mi caso han sido los libros paperback quienes me han acompañado en todo momento y lugar para poder disfrutar de una excelente lectura cotidiana, además de incrementar un poco mi bagaje de conocimiento con el fin de compartirlo y seguir aprendiendo constantemente.
Buscando reafirmar lo aquí descrito, encontré hace algún tiempo un escrito interesante titulado: “The Revolutionary Effect of the Paperback Book” elaborado por Clive Thompson y publicado en Smithsonian Magazine. En ese escrito se habla sintéticamente cómo una simple innovación en la presentación y formato de los libros fue clave para transformar los hábitos de lectura en los Estados Unidos de América.
Dentro de ese escrito Thompson nos cuenta la historia de Robert Fair de Graff quien hace 76 años se enfrentaba con frustración a que los libros eran caros e inaccesibles para los norteamericanos, es decir, existían alrededor de 500 librerías en las 12 ciudades principales y los libros costaban $2.50 dólares, algo así como $40 dólares actuales según Clive Thompson. De ahí que Fair de Graff tuvo la idea de hacer los libros más pequeños, menos costosos y por ende más fáciles de transportar y utilizar por los ciudadanos.
Robert Fair de Graff lanzó en 1939, según lo descrito por Thompson, Pocket Books en donde los libros se redujeron de tamaño, entre nos 10 y 15 centímetros sumado a que el precio también fue mucho más accesible. Todo esto logró que los norteamericanos pudieran aumentar su lectura, gracias a la practicidad de estos textos en estilo paperback.
El éxito de Fair de Graff vino también acompañado de ciertas preocupaciones por los críticos en literatura, ya que como la demanda por libros se incrementaba velozmente, los editores recurrieron a publicar textos más comerciales e incluso algunos que estuvieron abandonados y nadie quería leer, aunque también gracias a ello, surgieron nuevas novelas de ficción con gran trabajo creativo de sus escritores.
Hoy en día el éxito del paperback de Fair de Graff se ha eclipsado, como nos comenta Thompson, porque su precio ya no es tan accesible como antes incluso llegando a estar compitiendo con el de algunos títulos en pasta dura. Además las tabletas electrónicas llevan gran ventaja, al poder contener un sinnúmero de títulos en un espacio todavía más pequeño y accesible que el paperback. Sin embargo, a mis 38 años, yo todavía sigo embelesado por los títulos en el formato de Fair de Graff y confieso que son los primeros títulos que busco al ingresar en una librería, sobre todo hablando de Barnes and Noble.
Por lo pronto me dispongo a continuar mi lectura en formato paperback y disfrutar de la practicidad de esa lectura, evitando todavía la lectura de libros en tabletas, pero estoy consciente que ese futuro tecnológico es inevitable y debemos aprender a abrazarlo como lo hemos hecho con la gran idea de Fair de Graff.