Desconectados de la naturaleza

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Erigida en la ciudad de Coatepec, la casa de mi bisabuela Ena consta de un gran zaguán de madera acompañado de un picaporte antiguo en forma de mano, con la finalidad de ser utilizado para tocar y solicitar audiencia. Contribuyendo a la belleza de la vivienda, tenemos a los costados amplios ventanales, adornados con herrería tradicional de la zona; resaltando la teja que ofrece la calidez de un ambiente pueblerino, así como las paredes blancas con un toque de azul claro en la parte de abajo. Todo ello descansando al lado de banquetas considerablemente amplias, y de una calle con piedras trabajadas de tal forma que los automóviles pueden circular sin lesionar sus amortiguadores.

Al entrar podemos disfrutar de la profundidad de la vivienda y de la altura de los techos de madera y enormes vigas que cargan al ejército de tejas; mismas que deben ser supervisadas constantemente por aquello de las goteras. Siguiendo el recorrido, nos encaminamos hacia otra puerta y la sala de recepción de visitas; pero lo mejor viene a unos pasos más, pues podemos gozar del primer jardín de la vivienda, con el suelo compuesto por piedras de río y diversas plantas y árboles frutales como naranja, toronja, entre otros, así como una fuente donde nadan gustosamente unas cuantas tortugas de las conocidas como japonesas o de orejas rojas, todo esto flanqueado por dos pasillos y un regimiento de azaleas con flores rosadas, violetas y blancas.

Aunado a lo descrito, se estimula nuestro sentido del olfato, al percibir un agradable aroma a jazmín mezclado con gardenias, y seducen nuestra vista los colores originales y vibrantes de las orquídeas. Alegraban esta vívida imagen, los cantos de los canarios de mi bisabuela Ena, quienes a pesar de estar enjaulados, me parecía que cantaban como si estuvieran libres, tal vez contentos de recibir comida, protección y cariño. Además de los canarios, recuerdo que ese hogar albergó al buen y fiel guardián Kiko, un perro boxer; al inquieto y agresivo Pascual, un pato que huyó volando tan pronto creció; un sinnúmero de pollos, quienes gradualmente se convirtieron en gallinas y después inevitablemente nos ofrecieron proteínas vitales al postrarse cocidos en nuestros platos; también diferentes conejos que cavaban madrigueras y quienes semejando lo hecho por el conde de Montecristo, lograban librar las barreras de ese hogar y correr hacia su libertad; y como dije, estaban mis tortugas y algunos charales, quienes al confiarse eran devorados por las primeras. Guardo estos recuerdos de convivencia y juego con todos esos animales, considerándolos como extensiones de mi familia.

Todo lo aquí descrito creaba un ambiente de armonía y simbiosis entre la arquitectura de la naturaleza y la humana, haciendo de ese lugar un reducto muy especial de convivencia familiar; especialmente por las constantes visitas de mis primos para enfrascarnos en diversas y divertidas actividades lúdicas; jugando a mojarnos con el agua de la fuente y de otros tanques, a las escondidas en toda esa casa, algunos juegos de mesa, como la tradicional memoria, pero sobre todo utilizábamos un segundo patio empastado (traspatio), de pequeñas dimensiones, para combatir deportivamente en competitivos partidos de fútbol. Con porterías improvisadas con rocas y troncos de árboles, chicos y grandes nos disputábamos el balón para marcar un gol a nuestros contrarios. Al final de todos estos juegos, invariablemente terminábamos ensopados en sudor, oliendo a arrieros, y llenos de pasto y tierra en manos y rodillas. Posterior a la batalla deportiva, tanto ganadores como perdedores siempre esbozábamos una gran sonrisa, convencidos que lo que se pelea entre rivales en la cancha, se comparte fuera de ella, como es el compañerismo, la camaradería, la amistad y la fraternidad.

Al final del día era yo quien pasaba más tiempo en casa de mi bisabuela Ena y al terminar de jugar, ya fuese con tíos y primos, así como con los animales que comprendían la fauna del hogar, la regla de mi tía Elodia era que me lavará muy bien las manos y posteriormente fuera a darme un baño para quitarme todas las posibles bacterias adquiridas, pues existía miedo por parte de mis dos guardianas, de que pudiese enfermarme derivado del contacto excesivo con plantas y animales; pero la realidad es que sin saberlo, esa relación con otros seres vivos como tortugas, charales, conejos, pollos, gallinas, perros, pájaros, gardenias, azaleas, jazmín, toronjas, naranjas, café, orquídeas, pasto, musgo, tierra, agua estancada, entre muchos otros, fueron esenciales en mi desarrollo, pues en ese intercambio con otros organismos vivos generó nuevas bacterias que se incorporaron a mí, fortaleciendo mi sistema inmune.

Esa fue una gran época, con gratas memorias, sobre todo de sana convivencia con mis primos, tíos, abuelos, bisabuelos, hermanos y mis padres. Fue un reducto del tiempo en donde no teníamos acceso a la ubicuidad del Internet y por ende tampoco a los celulares, computadoras, tabletas y cualquier otro dispositivo móvil. Iniciaba tal vez el surgimiento del Atari y otras consolas de video juegos como el Intellivision, para después dar entrada al Nintendo y toda esa gama de entretenimiento tecnológico. De pronto crecimos y nos incorporamos a la celeridad de la globalización, pero sobre todo del Internet, en donde el mundo se hizo más pequeño, pero los seres humanos nos hicimos más distantes en cuanto a nuestras relaciones sociales, pero sobre todo a nuestra interacción con la Madre Naturaleza.

Antes, en esos tiempos, nos encontrábamos desconectados de la tecnología y conectados con lo natural, pues muchos de los juegos eran al aire libre y cuando salíamos al parque o al campo escuchábamos el trinar de las aves, ahora solamente percibimos el chasquido de los clics de los celulares o de las tabletas electrónicas. En la actualidad, según datos de Tamar Lewin, en su escrito: “If your kids are awake, they´re probably online” publicado en el New York Times, se nos dice que los niños de 8 a 18 años pasan más de 7 horas y media al día utilizando sus celulares. Incluso, por increíble que parezca, algunos de los jóvenes que participaron en ese estudio señalaron que al no tener su dispositivo móvil, su día sería demasiado aburrido.

Pero no solamente eso, pues el alejarnos de la naturaleza ha tenido un costo para nuestra descendencia ya que las nuevas generaciones no están tomando su carga necesaria de bacterias y protegerse así de diferentes padecimientos. Por ejemplo, en el escrito de Jane E. Brody titulado: “Babies Know: A Little Dirt Is Good for You” publicado en The New York Times, se señala que los millones de bacterias, virus y especialmente las lombrices que entran a nuestros cuerpo, a través de la tierra, promueven el desarrollo de un sistema inmune saludable. A la par se analiza, en diferentes estudios y observaciones epidemiológicas, que el incremento en las fallas del sistema inmune con enfermedades como esclerosis múltiple, diabetes tipo 1, pero sobre todo las alergias y el asma, hayan crecido dentro de los Estados Unidos de América.

Por ejemplo para la experta en microbiología Mary Ruebush, una de las explicaciones del porqué un niño o niña ponen cosas en su boca es simple: están permitiendo que su sistema inmune pruebe el ambiente y además se refuerce en ese intercambio de información bacteriana. Por su parte el doctor Joel V. Weinstock del Boston Medical Center, cuando un ser humano nace, su sistema inmune es similar a una computadora sin programar, es decir requiere de las instrucciones necesarias. Aunado a todo esto, uno de los grandes problemas detectados, según lo explica Brody, es que estamos constantemente educando a nuestros hijos en ambientes excesivamente limpios, como si quisiéramos que estuviesen en una burbuja y que nada los pudiera contaminar, pero hemos olvidado que es precisamente esa contaminación bacteria la que nos complementa y nos hace ser más fuertes y resistentes a diversas enfermedades.

De igual forma la doctora Ruebush, quien cuenta con un libro titulado: “Why dirt is good”, nos recuerda que las bacterias se encuentran en todos lados, alrededor de nosotros, incluso aquí agrego que muchas descansan en el teclado de una computadora o en el control de la televisión de nuestro hogar. Además, siguiendo con Mary Ruebush, muchos de esos microorganismos no causan problemas y otros viven normalmente en el tracto digestivo, ayudándonos a digerir de mejor manera la comida y produciendo nutrientes necesarios y dándonos una vida saludable. Ahora tampoco debemos empezar a comer tierra y buscar contaminarnos constantemente con virus, bacterias y lombrices, sino simplemente no debemos ser obsesivos con la limpieza, pues aunque es cierto que debemos lavarnos las manos antes y después de ir al baño, así como cuando vamos a manejar alimentos, también es importante no perder el contacto con la naturaleza y con seres vivos como plantas y animales.

También el doctor Weinstock nos aclara este contacto con el medio ambiente, cuando recomienda que los niños deben jugar en la tierra descalzos y ensuciar sus manos con la misma y solamente lavarles las manos cuando vayan a comer. Además el gastroenterólogo e inmunólogo David Elliot afirma que los niños que viven y juegan en las granjas se encuentran constantemente expuestos a lombrices y otros organismos de los propios animales de la granja y por ende, son menos propensos a desarrollar padecimientos de alergias, así como una enfermedad autoinmune que surge cuando el sistema inmune responde inapropiadamente a sustancias y tejidos normales en nuestro cuerpo.

Por último y para cerrar esta colaboración, estoy de acuerdo con la recomendación del doctor Elliot cuando habla de que los niños deben tener perros y gatos en su casa, para exponerse a las lombrices intestinales que son necesarias para un sistema inmune saludable y atendiendo a esa recomendación Yael y yo hemos provisto a nuestros genes egoístas, representados en Ena Camila, el contacto con plantas y tierra, así como con animales como una perra, un gato y tortugas para reforzar el crecimiento bacteriano y de su sistema inmune. Esperemos así volver a conectarnos poco a poco con la naturaleza.

http://inspireout.com/our-adventures/pacific-crest-trail-2010/our-mission/the-problem/nature-deficit-disorder/
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