No me hizo falta leer al profesor Dan Ariely, psicólogo y especialista en la economía conductual, ni tampoco conocer el comportamiento de ciertos babuinos, como lo describe Richard Byrne para darme cuenta que la inmensa mayoría, o tal vez todos, los seres humanos mentimos, poco o mucho, en alguna etapa o momento de nuestras vidas. Tal vez solamente requerí hacer dos o tres negocios con familiares y supuestos amigos para darme cuenta de la realidad.
Aunque me gustaría develar públicamente la falta de veracidad de esos oscuros personajes, no es el momento ni el espacio para hacerlo. Lo correcto es confesar que aunque he perdido la confianza en algunos seres humanos, todavía guardo esperanza en cierta modificación en la escala de valores y retomar el pilar básico de la verdad como aquella variable vital para generar no solamente lazos sociales, sino también redes productivas en este país.
Pero bueno, retomando los aspectos científicos y analizando parte de la justificación del porqué mentimos, voy a compartir una de las respuestas ofrecidas por el mencionado y conocido investigador Dan Ariely, utilizando un ejemplo de este profesor; mientras que por otro lado describiré un comportamiento muy peculiar de unos babuinos, documentado por los primatólogos Richard W. Byrne y Andrew Whiten.
En el primero de ellos, a los sujetos de experimento (estudiantes), se les presentó una serie de números contenidos en 20 matrices y se les pidió que localizaran, en cada matriz, dos números que sumados se obtenga un 10. El tiempo para resolver este acertijo fue de 5 minutos y se les paga por la cantidad de soluciones que pueden aportar. Cabe señalar que los números a sumar contienen dos decimales en su composición y en condiciones normales, los investigadores sabían que un sujeto tradicional, puede resolver en promedio 4 matrices en el tiempo establecido.
Pero con el fin de dejarle la puerta abierta a la trampa y la mentira, se le ofreció a uno de los grupos estudiados, a que ellos se calificarán y marcaran en una hoja la cantidad de matrices resueltas, compartiendo su resultado al investigador. Lo curioso fue que al incorporar esta opción, entre un grupo de estudiantes, increíblemente se reportó que ellos habían podido resolver 6 matrices en promedio; es decir 2 más que dentro del grupo de control y promedio tradicional.
Para Ariely, el resultado fue que los estudiantes en el grupo permisible para contar y publicar sus propios resultados, sin que fuesen atrapados en engaño, fueron más propensos a mentir aunque fuese un poco. Sin embargo, cuando en lugar de darles capital, se cambio la moneda por unas fichas, como en un casino, que se podían cambiar por dinero; se obtuvo que el resultado se alteró, ya que los estudiantes, con posibilidad de mentir, lo hicieron al doble que aquellos a los cuales se les seguía ofreciendo dinero de forma directa.
Pero cuando se colocó a un actor, dentro de uno de los grupos, como estudiante que podía resolver todas las matrices en menos de 5 minutos y llevarse caminando su dinero; influyó en que todos los estudiantes de ese grupo dijeron haber resuelto el doble de matrices que el grupo de control, es decir 8 matrices en total. De nueva cuenta para Dan Ariely, al parecer cuando vemos un ejemplo de comportamiento negativo, se difunde o propaga como virus a otros miembros del grupo.
De estos y otros estudios, el profesor Ariely ha podido obtener interesante conclusiones sobre las variables que incrementan o disminuyen la deshonestidad y me permito compartirlas por este medio.
La mentira se incrementa con:
1. Nuestra habilidad para razonar
2. Conflictos de interés
3. Creatividad
4. Agotamiento excesivo
5. Actos morales previos
6. Otros beneficiándose por nuestra deshonestidad
7. Ver el ejemplo de otros siendo deshonestos
La mentira se disminuye con:
1. Códigos de honor
2. Firma en documentos
3. Recordatorios morales
4. Supervisión
Todas estas variables se encuentran fluyendo también entre la probabilidad de que seamos atrapados mintiendo o siendo deshonestos, así como la cantidad de dinero en juego para mentir o no.
En el segundo de los ejemplos tenemos a Paul, un joven babuino chacma, que se encontraba paseándose placenteramente, en lo que parecía ser una rutina tradicional y costumbrista, situación que también le resultaba saludable como forma de ejercicio.
De pronto, divisó a una babuina adulta haciendo excavaciones, la conocía por el nombre de Mel. Pero, ¿qué era lo que estaba escarbando? Paul se tuvo que acercar un poco más para poder ver con claridad. Era un delicioso y nutritivo bulbo, conocido como esporofito, mismo que resultaba tentador para saciar el hambre que este joven mamífero tenía.
Sin embargo, no era fácil poder arrebatarle ese platillo a Mel, pues pelearía con fiereza y seguramente le ganaría a Paul, que era más pequeño y débil que ella. Había que utilizar la mente. De pronto, una figura familiar se muestra cercana en el horizonte, es la madre de Paul y fue entonces que surgió el momento Eureka para nuestro personaje.
Mientras tanto, Mel ya había logrado sacar el tubérculo, cuando Paul, sin pensarlo dos veces empezó a llorar de forma desenfrenada, logrando que su madre se alertara y saliera velozmente a su defensa. Al llegar donde Paul, su madre buscando la protección de su criatura y al observar la escena vio a su hijo en llanto y a Mel con un esporofito (bulbo) en su manos, infiriendo que se lo había quitado a su hijo, embistió con fuerza hacia ella, ocasionando que Mel soltará su premio y corriera por su vida, a la par que la madre de Paul la perseguía con ferocidad.
Paul, conteniendo el fingido llanto, caminó felizmente hacia el tubérculo que había extraído Mel y con un dejo de cinismo tomó su premio no merecido para disfrutar de tan suculento manjar. Su mente truculenta y maquiavélica había triunfado.
La situación anterior fue una de tantas observaciones de los primatólogos Richard W. Byrne y Adrew Whiten, de la Universidad de St. Andrews en Escocia, que dieron paso a que ellos crearan la hipótesis de la “inteligencia maquiavélica”, que según sus estudios argumenta que la explosión de inteligencia en los primates fue debido a la necesidad de formas más sofisticadas de engaño social y manipulación.
Incluso estudios del propio Byrne y de Nadia Corp, han señalado que el tamaño del neocórtex (corteza nueva) predice el grado en que un primate practica la decepción. Es decir, a mayor tamaño de éste en una especie, tendremos entonces un gran número de individuos en una comunidad o sociedad que usen la deshonestidad como estrategia o táctica para manipular socialmente a otros.
De ahí que Ferric C. Fang y Arturo Casadevall, dentro de su artículo “Why We Cheat”, argumenten que en la naturaleza, la trampa o el engaño han evolucionado como una forma en que los organismos obtienen ventaja sobre otros, sin incurrir en el costo del esfuerzo. Para estos investigadores, cualquier individuo se pregunta: ¿Cuáles son mis probabilidades de obtener algo por nada sin ser capturado y castigado?
Podríamos seguir escribiendo sobre el tema, pero es mejor cortar por el momento aquí y responder al título del escrito, siendo desde mi perspectiva, un contundente sí. Todos mentimos, aunque sea poco y ocasionalmente. Lo único que nos detiene desde mi punto de vista son dos cosas, el creer en que debo comportarme correctamente y dentro del marco de la ley o el tener miedo al ostracismo social y al castigo de la ley, sin impunidad. La mejor respuesta la tiene usted.

