Platicando, hace unos meses, con el Profesor Albert Sasson, un brillante científico europeo, me comentó algo que me causó revuelo: “pienso que en ciertas ocasiones, los mexicanos inician una relación, ya sea de negocios, de intercambio de conocimiento (como en las universidades), en la política, con una dosis de desconfianza”.
Es decir, lo que el Profesor Sasson quiere decir, es que partimos de la premisa o prejuicio de que la otra persona, con la que vamos a intercambiar algo en este país, nos puede jugar una mala pasada, meter en un engaño, adjudicarse nuestro éxito o simplemente quedarnos mal. Tan solo en el escrito de Ciro Pérez Silva, publicado en La Jornada, nos dice: “En México, 7 de cada 10 ciudadanos sostiene que no se puede confiar en la mayoría de las personas y 75% no conoce a alguien que le pueda ayudar a defenderse de una injusticia…”, según el Informe País sobre la Calidad de la Ciudadanía.
Pero ¿qué tiene que ver lo anterior con la divulgación científica? La respuesta es simple: al no existir confianza entre los ciudadanos de un país, difícilmente se podrá hacer divulgación científica; siendo ésta de gran importancia para la diseminación del conocimiento científico y tecnológico, para la generación de nuevas ideas, para el surgimiento de una sociedad basada en el conocimiento y por ende de una economía de las ideas. Aunado a esto, el marco legal no funciona y es ineficiente, por eso al ser propietarios de una idea creativa, tenemos miedo que sea secuestrada por otra persona, de forma ventajosa.
Además, como lo ha comentado Marcelino Cerejido, existe un analfabetismo científico en nuestro país, remarcando nuestra preocupación por el precio del excremento del diablo (bautizado así por Juan Pablo Pérez Alfonzo), es decir por el petróleo; en lugar de destinar mayores recursos a la ciencia y a la tecnología, como lo han hecho otros países, teniendo claro que ese es el camino hacia el verdadero desarrollo económico.
Sin embargo, no podemos olvidar que vivimos en un país con más de 50 millones de pobres, con casas de lámina, si bien les va, y con la falta de alimento para hacer las 3 comidas requeridas; y que si bien se ha reducido el analfabetismo, existe por otro lado un lacerante analfabetismo funcional, donde personas con título profesionales, con licenciatura, maestría o doctorado, muestran graves carencias de razonamiento o de tasa de procesamiento neuronal y realmente no les sirve para nada, tener esos grados sino se actualizan constantemente, leyendo, escribiendo, enriqueciéndose con nuevo conocimiento, exponiendo sus ideas al escrutinio para fortalecerlas, derribarlas o construir nuevas ideas.
Detectamos también una serie de jóvenes que buscan enriquecerse de manera rápida, sin importarles que sea por medio de un camino ilícito y riesgoso que les puede truncar todas sus aspiraciones en el futuro. Además los medios masivos de comunicación, rara vez trabajan en crear conciencia hacia la población y se centran en imponer sus ideas, buscando condicionarnos como si fuésemos “perros de Pavlov”.
¿Qué debemos hacer en este sentido?
Simplemente invertir más en ciencia y tecnología; invertir más en divulgación científica; además de buscar que la investigación científica llegue a la innovación con productos terminados. Además no solamente se tiene que leer, sino se tiene que escribir. La premisa, la estrategia, la táctica, el objetivo o como lo quieran llamar, debe ser: un país que lea y un país que escriba, donde cada uno de sus ciudadanos interactúe con la información y en enriquezca mentalmente; pues aquellas naciones que han tenido éxito y derrame en su economía, son las que han apostado a la inversión en ciencia y tecnología, a la divulgación científica, a la creación de nuevas ideas ligadas al mercado productivo. Pues como nos comentaba el Profesor Aguilar Romanillos, investigador de la comunidad europea, en España se generan muchos “papers” de investigación científica, pero desgraciadamente muchos de ellos se quedan guardados en un librero, no llegan a ser innovación, sumado a que aquellos españoles que logran ser disruptivos y poner un desarrollo tecnológico en el mercado, se dan cuenta que el mercado español no provee el marco o ambiente necesario para comercializarlo, teniendo que irse a otro país como Estados Unidos. Situación que no es extraña para los emprendedores mexicanos.
Dos propuestas rápidas, para mejorar el crecimiento de un país, es que los ciudadanos debemos leer más y escribir más, sobre todo en materia de ciencia y tecnología. Pues recordemos que desde que llegamos a este planeta, hemos absorbido conocimiento y sin darnos cuenta también transmitimos conocimiento. Parafraseando a Carl Sagan: gracias a nuestra capacidad extrasomática, hemos guardado y difundido el conocimiento, hemos evolucionado como civilización.
El ser humano ha podido plasmar su conocimiento en diferentes medios, principalmente en los escritos, y hoy en día con los grandes avances de las tecnologías de información, podemos aprovechar ese gran bagaje y riqueza de conocimiento, para explotarlo, expandirlo, generar productos con innovación y que reditúen en el aparato económico.
Pero por favor, debemos hacerles más caso a los científicos que a los políticos.