
Rodrigo Soto Moreno
Por un período aproximado de unos 2 millones de años, el Homo Erectus, y otros homínidos, deambularon en la naturaleza como cualquier otro animal, sin destacar, como uno más de los organismos complejos multicelulares mutados gracias a la evolución y así continuaron su camino.
Pero de pronto la presión evolutiva puso a prueba a un nuevo homínido, quien al descubrir el fuego, pudo cocinar sus alimentos animales y así obtener otro tipo de proteínas, a partir de la carne. Lo anterior logró modificar el tiempo que dedicaba a la digestión, con su intestino largo, pues ya no tenía que pasar prolongados períodos rumiando vegetales, sino que ahora podía extraer la energía de sus comestibles, de forma más veloz.
El resultado de esto fue que se favoreciera el desarrollo de un cerebro grande, como lo hemos señalado en otras colaboraciones, con una densidad y conexiones neuronales fuertes y abundantes, para comprender el medioambiente, versus el intestino largo para digerir alimentos del reino plantae (tallos, tubérculos, corteza, frutas, verduras), mismo que se hizo más pequeño. Es decir nuestro cerebro grande, aunado a la ingesta de proteína animal, hizo que nuestro intestino evolucionara a hacerse más corto y también que cambiara la flora bacteriana para la digestión de la carne cocida (aunque claro, hoy en día quisiéramos variar la dieta e ingerir mucho más vegetales).
Este homínido, el Homo Sapiens, empezó a destacar de entre sus similares, quienes también ya habían dejado la postura cuadrúpeda al hacerse bípedos, pero fue el Sapiens quien advirtió que podía transformar su medioambiente con sus manos, quienes eran las indicadas para traducir sus disparos neuronales creativos, buscando adaptarlo y acomodarlo a sus necesidades (aunque claro, hoy en día sabemos que debemos estar más en simbiosis con la naturaleza que viceversa).
Comprendió que para abrirse paso entre las bestias y aspirar a juntarse y sentarse con los dioses mitológicos, debía valerse de esos disparos neuronales creativos y así potenciar sus caminos o alternativas para sobrevivir en el planeta, pues los peligros eran demasiados y a la vuelta de la esquina, como todos los otros depredadores arriba en la cadena alimenticia, por lo que tuvo que convertirse en un depredador que sorteara y derrotara a otros más poderosos, no gracias a sus músculos, sino a su trabajo en equipo y a la velocidad de su procesamiento neuronal, dando entrada a la revolución cognitiva.
Así inició la lucha de sobresalir entre las bestias y desear convertirnos en dioses. El Sapiens podía ser derrotado físicamente, pero la derrota le servía para aprender de sus errores y regresar reagrupado y con nuevas estrategias para obtener la victoria. Esas pequeñas dosis de soberbia le valieron para sobrevivir y expandirse rápidamente, pero también para extinguir no solo a diversos animales sino a otros homínidos debido a nuestro brusco paso.
Posteriormente nos aventuramos a conquistar las plantas, mientras que la realidad fue que ellas nos conquistaron a nosotros y surgió la revolución agrícola. Pensamos que con esclavizar al hombre a un cultivo no era suficiente y queriendo tiempos más modernos, parafraseando a Charles Chaplin, creamos máquinas de vapor con nuestra mente ingenieril, abriendo paso a la revolución industrial y esclavizando a los hombres con las máquinas.
Ahora estamos cerca de una revolución de la singularidad, en donde potenciemos la velocidad y capacidad de nuestros disparos neuronales gracias a la simbiosis que realizaremos con máquinas y humanos, partiendo de una ingeniería a la inversa del cerebro, para comprender su funcionamiento, con el fin de crear un punto de inflexión que nos lleve a un crecimiento exponencial de nuestras ideas creativas.
En este tenor unas de las predicciones, de Ray Kurzweil, es que nuestro cuerpo tenga nanorobots que estarán trabajando incansablemente para prevenir y reparar daños en nuestro cuerpo. También que podamos descargar cualquier tipo de información a nuestro cerebro y así ser símiles al aprendizaje computacional como cuando le instalamos un programa para operarlo, bajo la premisa de iterar, equivocarnos y aprender. De igual forma todos estaremos conectados y todos seres un superorganismo, similar al comportamiento de las hormigas, pero con nuestra mente exploradora y científica que nos permitirá asentarnos en otros planetas y potenciar nuestra presencia, buscando el equilibrio natural y que predomine nuestra mente de explorador versus la de conquistador.
Pero nada de esto se podrá lograr sin la ayuda de nuestro encuentro con la naturaleza, es decir continuar replicando la ingeniería biológica con la ingeniería computacional humana. Quizás así nos acerquemos a descifrar el cosmos que nos rodea, es decir comprendiendo los códigos de programación de la Madre Naturaleza, del cosmos y adaptarlos y aplicarlos a nuestra existencia. Además, sueño, que esto nos ayude a encontrar civilizaciones de seres inteligentes, donde juntos podamos trabajar en equipo para seguir descubriendo los secretos del cosmos para aplicarlo a nuestro código evolutivo.
