Mis disparos neuronales

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Después del oleaje tradicional de un día laboral, encuentro en ocasiones ciertos momentos de aparente calma y me he dado a la tarea de crear una especie de “escenarios teatrales”, dentro de mi mente, auxiliado por mi competitiva imaginación, buscando comprender los disparos neuronales que cada uno de nosotros tenemos y usamos al tener contacto con el medio ambiente que nos rodea.

Derivado de lo anterior, me permito confesar la gran curiosidad que siento hacia el cerebro, el del ser humano, aunque mi interés particularmente se centra al mío, mismo que trato de usar cotidianamente. En este tenor, a mi parecer, resulta increíble el trabajo de la ingeniería biológica, primero al nacer de forma temprana, para que nuestro cerebro pase por el canal de parto, pagando el precio de ser muy dependientes de nuestra madre, para sobrevivir, pero con la promesa de aprender de forma veloz para abrirnos paso en la selva de asfalto que hemos creado.

Describiendo un poco a este órgano, tenemos que pesa aproximadamente 1.5 kilogramos, con un volumen de 1,130 cm cúbicos en mujeres y 1,260 centímetros cúbicos en hombres, de acuerdo a Cosgrove. Aunado a esto, sabemos que el cerebro humano, según Katherine Harmon en su artículo “Earlier Model of Human Brain’s Energy Usage Underestimated Its Efficiency” publicado en Scientific American, ocupa solamente el 2% de la masa corporal, y de acuerdo a Nikhil Swaminathan en su escrito “Why Does the Brain Need So Much Power?” publicado en Scientific American, consume el 20% de la energía del cuerpo. Además, recientes investigaciones dentro de Proceedings of the National Academy of Sciences, sumado a lo encontrado por Wei Chen, de la Escuela de Medicina de la Universidad de Minnesota, se ha descubierto que dos tercios de la energía de nuestros cerebros es usada para que las neuronas “disparen” o envíen las tradicionales señales de comunicación y el restante tercio es para reparar y mantener saludables a las células nerviosas.

Siguiendo aquí, en diversos escritos he hablado acerca de nuestra tasa de procesamiento neuronal, que es algo así como 100 mil millones de neuronas con 100 millones de millones de conexiones, de acuerdo a datos de Carl Zimmer. Pero el dato que cautivó mi atención fue el proporcionado por Mark Fischetti y expresado de forma gráfica por Jen Christiansen, al comparar a las computadoras contra el cerebro humano. Para Fischetti, desde hace décadas el ser humano se ha dado a la tarea de construir máquinas que puedan procesar datos más veloces que el cerebro humano, al igual que puedan guardar mucho más información de lo que nosotros podemos, tarea que han logrado correctamente.

Por ejemplo, de acuerdo a Fischetti, la computadora más veloz es la “K”, fabricada por Fujitsu en Japón, misma que puede almacenar aproximadamente 30 petabytes de información (de acuerdo a Wikipedia: un petabyte es una unidad de almacenamiento de información cuyo símbolo es el PB, y equivale a = 1.000.000.000.000.000 de bytes), además de que puede procesar 8.2 miles de millones de megagflops (1 megaflop equivale a 1 millón de operaciones por segundo) y consume 9.9 millones de watts. Comparando lo anterior con el cerebro humano, tenemos que éste es capaz de almacenar alrededor de 3.5 petabytes y realizar operaciones a una tasa de 2.2 mil millones de megaflops, consumiendo solamente 20 watts. Sin embargo para Fischetti está claro que la ingeniería biológica, a pesar de los datos mostrados, supera a la ingeniería computacional, pues nuestro cerebro consume la energía de un foco y cabe perfectamente en nuestro cráneo.

Después de analizar lo descrito, pienso que somos sorprendentemente sistemas emergentes y surgimos de organismos unicelulares simples, que se organizaron entre ellos, para transformarse en sistemas complejos o multicelulares, con el objetivo claro que de esa forma potenciaríamos nuestras posibilidades de supervivencia; resultando esto cierto, gracias a la gran cantidad de conocimiento que pudimos amasar, procesar y utilizar en cada decisión, con el fin de crear puntos de inflexión y moldear así el camino evolutivo que cada uno de nosotros ha seguido en nuestro andar por esta Tierra.

Después de todo esto, me gustaría ahondar en la inteligencia humana y en la de cada uno de nosotros, ligada obviamente al cerebro humano, pero eso merece otro escrito al respecto. Por lo pronto mi consejo sería seguir imaginando los disparos neuronales, que realizamos con cada pensamiento que evocamos y por otro lado reaccionamos dependiendo del estímulo recibido; pero sobre todo disfrutemos de la belleza de la ingeniería biológica que nos ha regalado una eficiente “caja neuronal” para transitar entre los placeres provenientes de nuestra razón y emoción, mismos que nos hacen deambular entre la competitividad profesional para sobrevivir en la denominada economía de las ideas, así como embriagarnos de las delicias sensoriales percibidas por la piel, pero sobre todo de la estimulación neuronal con ciertas descargas de dopamina para calmar, como lo he dicho, nuestra implacable búsqueda de placer.

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