
Rodrigo Soto Moreno
Hace aproximadamente unos 35 años, según mi memoria y mis recuerdos, aprendí algo sobre la honestidad, igualdad, la justicia, la equidad y la honestidad, en casa de mi bisabuela materna, en la ciudad de Coatepec, Veracruz. Esto se reforzó en el colegio “Las Hayas”, donde se nos inculcaron los valores y la necesidad de una buena convivencia, no solamente entre compañeros de clase, sino con todos los miembros honorables de la sociedad.
Con esto no quiero decir que sea un ciudadano ejemplar y perfecto, disto mucho de serlo, pero para nada me acerco a la desfachatez que tienen la mayoría de los políticos, así como su descaro y falta de escrúpulos para robar a manos hinchadas y llenas al pueblo, que supuestamente los eligió de forma democrática.
Hablo de situaciones simples, por un lado en la casa de mi bisabuela uno tenía que respetar a sus semejantes, comerse todo lo que se ponía en el plato a la hora de comer, no tomar dinero ajeno, doblar la ropa sucia y ponerla en el cesto para lavarse, ayudar en las tareas de la casa, así como hacer la tarea que me habían encargado en la escuela. Al no cumplir alguna de estos preceptos, éramos sujetos a un castigo.
Por otro lado, en la escuela, debíamos respetar a nuestros compañeros, obedecer al maestro, realizar los ejercicios en el salón de clases, no decir malas palabras, respetar los símbolos patrios, hacer deporte, estudiar y no copiar nunca, menos en los exámenes y entregar la tarea del día anterior. También, al haber una falta a lo anterior, éramos sujetos a un castigo.
En la actualidad, al salir de esos recintos: el hogar y la escuela, no he encontrado otros que ofrezcan la igualdad, la justicia, la equidad y la honestidad; claro diversas instituciones públicas y privadas lo pueden pregonar a los mil y un vientos pero como se dice tradicionalmente: “del dicho al hecho, hay mucho trecho”.
De lo anterior se puede inferir que muchas instituciones se encuentran deterioradas y corruptas, pero no olvidemos que todo deriva del ejemplo de la “cabeza”, y se va impregnando a los órganos inferiores. Me refiero a que si el jefe o jefa del hogar, el maestro o la maestra, no ponen el ejemplo correcto, difícilmente encontraremos igualdad, justicia, equidad y honestidad, tanto en el hogar como en la escuela.
Para mi gusto, mientras nuestra “cabeza” o líder público o privado no dé el ejemplo adecuado, no esperemos que el país progrese y la economía riegue beneficios hacia todas las clases sociales. En este país, pareciera que la “cabeza” promueve abiertamente la desigualdad, la injusticia, la parcialidad, la corrupción, entre otras cosas negativas.
Lo peor del caso es que parece que no nos damos cuenta que si seguimos permitiendo que los líderes públicos o privados continúen privilegiando los malos ejemplos, estamos poniendo en riesgo el progreso de nuestra nación. Por ello, dentro de este tenor, es necesario recurrir a la desobediencia civil o desobediencia inteligente, en donde evitemos ser “perros de Pavlov”, y utilicemos nuestra capacidad de discernir y razonar para ir en contra de aquellas instrucciones de los líderes falsos, que ponen en riesgo el progreso del país, favoreciendo su beneficio individual sobre el colectivo.
Solamente la sociedad pensante y organizada con objetivos concretos, sin violencia, trabajando el unísono y en simbiosis, es el camino seguro hacia el progreso.
