Larga vida a las abejas…

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Mi primera experiencia con las abejas no fue grata y aunque el recuerdo no es del todo claro, fue cuando iba caminando con mi amigo y vecino Omar Mora, en la zona montañosa y de frondosa vegetación en Xico, dentro del estado de Veracruz. Ahí íbamos en busca de aventura, cuando todavía se podía andar en esos montes sin riesgo extremo, solamente el normal producido por una raspadura o caída, al que cualquier supuesto explorador está expuesto; cuando por mi inexperiencia como montañés moví unas ramas y alboroté, sin percatarme, a un panal y en represalia por mi intromisión y como advertencia a mi cercanía al enjambre, fui picado varias veces por estos insectos, dejándome una buena marca: hinchazón en gran parte del ojo derecho.

El resultado inmediato, derivado del encuentro anteriormente descrito, fue contar con cierta aversión hacia las abejas y buscar refugio cuando se presentaba alguna. Sin embargo he aprendido, después de prueba y error, no solamente a eludirlas sino evitar realizar aspavientos, así como tratar de informarme sobre estos curiosos insectos tan importantes en la naturaleza y particularmente en la de nosotros los seres humanos.

En este sentido imagino que pocas veces nos detenemos y sentamos a meditar en relación a la simbiosis vital entre ciertos ecosistemas, sobre todo en el caso particular de organismos pequeños, a quienes se nos olvida darles el valor que merecen, como sucede con las abejas. Por ejemplo, de acuerdo a datos de May Berenbaum, entomóloga de la Universidad de Illinois, el mercado de la miel vale alrededor de 150 millones de dólares, solamente dentro de los Estados Unidos. Pero si contamos la polinización dentro de la agricultura norteamericana, aportada por esos insectos, estamos hablando de alrededor de 15,000 millones de dólares, según datos de la propia Berenbaum.

Siguiendo dentro de este mercado, la revista Nature, nos dice que las abejas productoras de miel, polinizan una tercera parte de los cultivos en estadounidenses, es decir hablamos de alrededor de 100 tipos de siembras con flores, que nos sirven de alimento, como es el caso de las manzanas, nueces, brócoli, aguacates, soya, espárragos, melones, calabazas, pepinos, kiwis, cerezas, moras, arándanos, apio, entre otros, al igual que ciertos tipos de alimento – forraje, que se usa para el ganado.

Obviamente, nos afirma Nature, la polinización también es llevada a cabo por otras especies de animales, como pájaros y otros insectos, pero el gran problema se encuentra cuando se trata de abarcar a toda la agricultura norteamericana, pues debido de su gran tamaño, resulta una tarea titánica para esas especies, por lo que se deben apoyar de la movilidad de las abejas en forma independiente, así como de los apicultores, quienes trasladan a estos antófilos hacia donde se requiera polinizar ciertos cultivos.

Estamos hablando de un enorme ejército de trabajadores, pues de acuerdo a May Berenbaum, cada colina de abejas cuenta con alrededor de 30,000 a 50,000 individuos listos no solamente para producir miel, sino para contribuir de forma vital en la polinización de cultivos importantes en nuestra dieta alimenticia. Todo esto orquestado gracias a una completa y compleja red de lenguaje simbólico, como lo llama Berenbaum, en donde las abejas avisan, por medio de un baile, a sus compañeras sobre la localización de ciertas plantas con flores, para que éstas se unan al trabajo de explorar y polinizar para que final obtengamos los frutos deseados.

En este punto vale la pena ahondar en el sistema de comunicación de las abejas, donde la revista Science nos habla en relación a la similitud en las señales inhibitorias emitidas por nuestras neuronas, con el fin de llegar a cierto consenso sobre determinada decisión y el punto de acción, con el trabajo de las abejas para lograr cierto acuerdo entre otras colegas, en cuanto al lugar donde deben de transportarse para construir y desarrollar un nueva colonia y continuar la prosperidad del enjambre. Lo anterior llevado a cabo por medio de cabezazos, es decir, las abejas propinan golpes de cabeza a otras, con el fin de eliminar aquellos mensajes que sean competencia con los suyos. Al final gana quien aseste mejores cabezazos y convenza a sus compañeras que su opción es la mejor o tal vez, algunas abejas, se cansen de ser golpeadas y acepten coincidir en la ruta de acción a tomar.

Explicado por Kate Shaw, en su escrito “Bees reach consensus by headbutting dissenters”, publicado en ars technica, nuestros disparos neuronales compiten por cierto resultado. Es decir, en palabras de Shaw, el cerebro cuenta con miles de millones de neuronas recolectando información y buscando la forma correcta de responder o no ante la misma. Además surgen las señales inhibitorias, mismas que buscan bloquear a otras con diferente objetivo. Ante el hidrante de información al que estamos expuestos, es necesario contar con alentadores e inhibidores de acciones, con el fin de llegar a un punto de acuerdo o determinado equilibrio, para llevarnos o no hacia cierta acción. De forma afín las abejas, con cabezazos, promueven e inhiben las ideas contrarias a cierto objetivo y así movilizan al enjambre hacia determinada ruta evolutiva.

Con este breve texto, espero que podamos ver de forma superficial, parte del plan maestro de la naturaleza, así como el valor de un ser aparentemente insignificante en tamaño, pero de gran importancia en la economía de la agricultura no solamente de los Estados Unidos, sino de todo el planeta y tal vez así podamos darles otra oportunidad antes de buscar matarlas por cruzarse en nuestro camino y dejarlas hacer su trabajo en la producción de miel y en la significativa polinización, para seguir degustando ciertos productos en nuestra dieta alimenticia.

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