La primera y última arma: la razón

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Hurgando en los rincones de mi cerebro, cerrando los ojos, me acerco a abrir la puerta de la imaginación y dejo escapar un sinfín de tiras históricas, para buscar ubicarme en lo que apreció el primer antepasado (homínido) de nosotros los seres humanos, cuando sintió una leve molestia al erguirse, cosa que le pareció normal porque era la primera vez que lo experimentaba.

Siendo este un dolor que valía la pena, no como otros que no le habían redituado beneficio, pues ahora se abría ante sus ojos, una nueva perspectiva del paisaje de la madre naturaleza. Siguiendo así, miró sus manos manchadas de tierra y estirando sus dedos, las observó por ambos lados, cerró los puños, movió los pulgares, estiró los brazos y sonrió, con una sonrisa algo pícara, sabiendo que nuevas aventuras se acercaban.

Ahora era imperativo iniciar esa nueva locomoción y dar unos pasos en esa posición, nada simple, nada sencillo, pues anteriormente el apoyar sus cuatro extremidades, le habían facilitado la tarea, pero eso no lo desanimó, ya que estaba acostumbrado a combatir contra las leyes físicas imperantes. Los primeros pasos resultaron frágiles, haciendo que su cuerpo se tambaleara en una especie de vaivén, logrando sopesar esto al encontrar pequeños arbustos y troncos, ayudándose con sus manos a recargarse en los mismos y sortear los obstáculos que se iba encontrando cuando avanzaba.

De nuevo sobrevino la sonrisa en su rostro, un poco más abierta y alegre, más espontánea, mostrando alguno de sus dientes, sucios y desgastados por morder carroña, tubérculos, algunos frutos, así como por rasgar la carne de sus presas con el fin de ingerir el valioso alimento proteínico. Pero eso no era importante, sino la sensación de caminar en dos extremidades y observar, como nunca lo había hecho, de forma desafiante, el panorama de vegetación y animales que se postraban en su nuevo campo de visión.

Se impuso un nuevo reto, trepar a la colina más cercana y así comenzó a subir, buscando llegar a la cima para tener una mejor vista del paisaje. Observó entonces la estepa llena de animales, las manadas de herbívoros comiendo hierbas, los carnívoros machos durmiendo y sus cachorros jugueteando, mientras las hembras preparaban la estrategia para cazar y proveer la comida. Era magnífico lo que veía y lo que absorbía de información. Por un momento se sintió superior a esas bestias, pues él era el único que podía caminar así, con sus piernas, aunque de forma torpe.

Quiso poner nuevamente a prueba su forma erguida y levantó la cabeza hacia el cielo, donde primero vio aves volando y se imaginó su satisfacción, al igual que la suya, sobre su posición privilegiada para observar todo ese retrato de la naturaleza y comprender el ciclo de la vida en su forma más pura y de cierta forma, más justa aplicando el esquema diario de ser más veloz para, por un lado atrapar una presa y por otro escapar de las garras y colmillos de la muerte, así como el estrés que eso conlleva. Esas aves seguro tenían mejor rango visual que él, pensó. Experimentó entonces el sentimiento de envidia.

Nuestro personaje se estresó, sintiendo que debajo del vello prominente en todo su cuerpo, se le enchinaba la piel, saboreó ese momento de estrés combinado con un éxtasis de conocimiento que sus neuronas al disparar iban almacenando en su memoria, dentro de su cerebro. Posteriormente bajó la mirada y divisó una rama tirada, se agacho con algo de trabajo y la tomó con sus manos, rompió las ramas más pequeñas que salían de la parte principal, haciéndola más recta y manejable, tenía su primera herramienta, una especie de bastón primitivo que le ayudaba a dar sus pasos con mayor firmeza, mientras se acostumbraba a caminar en dos extremidades.

Había transformado su medio ambiente y ahora meditaba en relación a que la vida sería más sencilla, al tener libres sus manos y poder usarlas para fabricar herramientas que le darían una ventaja clara sobre otros homínidos y claro, sobre la mayoría de los animales. En ese momento se sintió falto de fuerzas, cansado, era demasiada información, demasiado éxtasis de emoción, por lo que decidió descansar. Buscó refugio en la seguridad de las ramas de un árbol, para no ser sorprendido por otro depredador y aseguró su bastón, a su lado, para no perder ese valioso utensilio.

Al poco rato cayó rendido y se durmió, para ser presa de Morfeo, quien lo llevó al mundo de los sueños y soñó. Entonces se imaginó a él mismo corriendo por la estepa, transformando su bastón en lanza para cazar, en grupo de otros homínidos, de forma más eficiente. Así como domesticar a su eterno amigo, el perro, para auxiliarse del mismo tanto en el proceso de cacería como en la carga de las presas obtenidas.

Siguió la línea de tiempo de su sueño y aceleradamente vio como descubría el fuego y podía abrigarse mejor del frío y cocer sus alimentos; domesticó a ciertos animales para tenerlos como ganado y sacar provecho de sus carnes y de sus pieles, también controló las semillas y se dispuso a cultivar las mismas para obtener frutos con que alimentarse él y alimentar a su ganado. Continuó modificando su alrededor y creó más herramientas, para tomar agua, para comer, para cazar, para transportar objetos con la rueda; requirió protegerse del frío y construyó pequeñas chozas.

Se maravillaba de los fenómenos naturales, particularmente del Sol y de la Luna, del día y de la noche, de las estrellas, de la lluvia, de los truenos y relámpagos, de la vida y sobre todo de la muerte. Se sintió desnudo y confeccionó burdas y elaboradas prendas; creció en número, se trató de organizar pero después de varios intentos se tuvo que caer en la fuerza bruta, con guerras, para lograr una aparente “paz”, creando clases sociales y se dio cuenta que los de abajo trabajaban más y obtenían menos, mientras los de arriba no hacían nada y vivían con opulencia.

Se desmotivó y perdió el sentido de la vida, erigió entonces amplios y majestuosos templos buscando acercarse a los dioses, les rezó, les oró, les habló, les suplicó, les exigió, pero nunca tuvo respuesta. Quiso destruir los templos, pero su ego lo detuvo, eran maravillosos, eran el resultado de su mente, de su capacidad, de su arquitectura premoderna, el vivo reflejo de su creatividad traducida en algo sublime, algo para la posteridad, para que otros seres pensantes, como él, se maravillarán no solamente al pasar, sino al entrar, aunque al salir se sintieran igual de vacíos como llegaron.

Después otra ráfaga de eventos, dentro de su sueño, donde veía que las construcciones hechas por los hombres se iban comiendo la tierra de la naturaleza y le iban quitando su hábitat a los animales y a las plantas, el cielo azul se volvió gris y cada vez que tomaba una bocanada de aire, sentía que se producía mucosa en su nariz de la polución en el ambiente.

Observó que tanto a él, como a sus “hermanos”, se les caía el vello o se volvía más delgado, la vestimenta se tornó más sofisticada, el pudor se apoderó de sus cuerpos y era motivo de morbo ver a alguien desnudo. La rueda había sido evolucionada y se usaba en todo tipo de transportes, los cielos habían sido conquistados con “pájaros de acero” que transportaban bienes y también seres humanos. Se llegó a la Luna y se le pisó con agrado, se habló de una conquista espacial y se mandó un grito silencioso al espacio, buscando la respuesta de los “dioses” o de otros seres inteligentes. De nuevo, solamente silencio.

Se hablaba de progreso, de equidad, de oportunidades para el que quiere trabajar, para el que quiere ser emprendedor, pero nuestro personaje solamente vio la misma escena que se había producido antes, en línea de sueño; el hombre explotando al hombre, la vanidad, la avaricia, la corrupción, el llanto, la desigualdad, la muerte. Parecía que una ley imperaba, no de la de la razón, sino la de quien supiera engañar mejor, robar, corromper, traicionar, eliminar, matar a sus semejantes. Había que lesionar a otro para subir en el escalafón humano. De nueva cuenta los de abajo desgarrándose para el sustento y los arriba solamente diciéndolos qué hacer, sentados esperando su recompensa no mercida. Esto sin mencionar la devastación que había sufrido el planeta, el hombre y todos los seres vivos, por las guerras y enfrentamientos bélicos.

Caminó y buscó refugio en un templo, se maravilló de la arquitectura elaborada y de las mezclas de lo antiguo con lo moderno, de las magníficas representaciones de deidades en las esculturas, entró y se sentó, trató de hablar y no supo qué decir y por ende tampoco obtuvo respuesta. Descansó en silencio y trató de relajarse de todo lo que había visto. De pronto recordó que estaba soñando, que nada de eso era real y trató de despertarse hasta conseguirlo. Efectivamente, despertó empapado en sudor y se encontraba en el árbol, acurrucado con su bastón al lado.

Bajó del árbol, se limpió el sudor con la mano y tomó su bastón, asiéndolo fuerte con sus manos para levantarlo sobre su rostro y golpearlo fuertemente contra su muslo, logrando escuchar el crujir de la madera al romperse la herramienta en dos pedazos. Todo era una gran mentira, así no debió ser. Estaba molesto con su bastón, pero pensó que eso no era justo, porque era simplemente un objeto inanimado, sin culpa, sin capacidad de decidir. Sintió un nuevo hormigueo en su piel y se excitó, lo tenía. El problema no radicaba en los utensilios y herramientas, sino en el mal uso de las mismas, así como en la explotación desmedida de los recursos vivos, humanos, vegetales y animales y materiales, así como en la avaricia sin control, en la impunidad para los que solamente observan y no hacen nada, en los que sacan ventaja maliciosa de otros, en los que mienten de forma adictiva, en los que roban al que trabaja, en los que tienden trampas a los honrados.

El Sol había empezado a ocultarse, casi terminaba otro día. Nuestro amigo cerró los ojos y suspiró, sabía la respuesta. No necesitaba lanzas, flechas, balas, granadas, cañones, rayos láser, bombas, para cambiar el futuro de la humanidad, tampoco debía sentarse a hablarle a los cielos y esperar respuesta. Solamente existía un arma válida para lograr una evolución equitativa y era el derecho de todo ser humano a la razón. La única constante de progreso y avance era la tasa de procesamiento neuronal en miras de la igualdad y fraternidad de los seres humanos, para que al fin lograsen tener libertad.

Abrió entonces sus brazos al horizonte y aspiró una gran bocanada de aire fresco. Un nuevo mundo estaba a sus pies y él era el arquitecto de su destino y del de miles de millones de seres vivos. Había mucho que hacer…

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