La nueva jungla de Sinclair

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Cierto día, después de terminar de darle alimento a mi cuerpo y cerebro, me dispuse a caminar por el centro comercial, particularmente hacia la librería. Lo anterior consciente de mi adicción confesa a adquirir libros, pues no es extraño que cuando pongo un pie dentro de un lugar donde venden textos, salga con algún ejemplar bajo el brazo.

En esta ocasión, disfrute de las diferentes secciones ofrecidas en esa tienda, especialmente la parte de divulgación científica y tecnológica, y después de peinar aparentemente la zona, pensé que la profecía de la compra compulsiva de conocimiento no iba a surtir efecto. Sin embargo, casi a la salida del recinto, divisé un libro cuya portada cautivó inmediatamente mi atención y reconociendo la estrategia mercadológica de esa imagen, me acerqué a tomar el texto y examinar su descripción, pues el amor efímero a un libro, en ciertas situaciones entra por ojos, pero la verdadera adquisición del mismo se logra después de leer la contraportada y algo del interior, que nos enganche a no soltarlo.

La imagen, en cuestión, era la de un cerdo tomado de una pata trasera, elevándolo del piso, mientras se observaba una fuerte y profunda incisión en su cuello, misma que le producía un brote considerable de sangre, reflejado en la pared de mosaico y el piso, evocando los mataderos de ganado, aunado a la boca abierta del animal, logrando en mi tal impresión, que me pareció escuchar al cerdo gemir pidiendo auxilio, solicitando ayuda ante la inminente muerte y exigiendo una explicación del porqué su fin de esa manera tan fría, tan sin sentido, tan injusta, pues no había hecho daño alguno y por ende no merecía terminar así.

Valga la descripción anterior para hablar acerca de la compra y posterior lectura del excelente libro titulado: “La Jungla” de Upton Sinclair, quien con una escritura descriptiva magnífica, nos transporta a la situación de los mataderos de ganado, en el año de publicación de la obra, siendo este el 1905, donde con las tragedias y vicisitudes que vive el personaje principal: Jurgis Rudkus, de nacionalidad lituana, podemos comprender mejor el porqué esta novela llevó a su autor al camino de la fama, siendo éste un total desconocido, además de permear la posibilidad del socialismo dentro de las mentes de muchos ciudadanos, no solo norteamericanos, sino de todo el mundo.

Entrando a fondo en el texto de Sinclair, me sorprendió la descripción de la vida de Jurgis, quien llega con su familia y amigos, a disfrutar del “sueño americano”, pensando que su éxito será rotundo, pues además del sinfín de oportunidades que ofrece ese país, nuestro personaje principal se mofa de su constitución física para desempeñar cualquier labor y abrirse paso en el escalafón socioeconómico.

Sin embargo las cosas no son tan fáciles y vemos, conforme pasan las páginas de la novela, que Jurgis cae presa del sistema capitalista de esa época, y sus sueños y los de su familia y amigos se ven truncados súbitamente.

La jungla de Sinclair habla de la explotación del hombre a manos del hombre, haciéndonos meditar que el hombre es un lobo para el hombre (Homo homini lupus), pues los obreros tienen que trabajar largas jornadas laborales en los mataderos de ganado, con condiciones infrahumanas y donde la única meta es que fluya el dinero hacia los dueños de esas empresas, si es que se pueden llamar así, mientras que a los obreros se les minan sus ingresos y sus prestaciones cada vez que se puede. Por tanto no importa que los trabajadores se lesionen, se enfermen o mueran en los mataderos, pues de acuerdo a estos empresarios, debe imperar la supervivencia del más fuerte y es así que los que se quedan en el camino, deben ser simplemente reemplazados por otros que sí puedan con el trabajo y quieran formar parte del engranaje económico descrito. Además de que si bien los sindicatos protegían algo a los trabajadores, al final vemos que como sucede en la actualidad, muchos líderes de los mismos, caminan con dificultad, por tener hinchadas sus bolsas de dinero de sus agremiados.

Aunado a esto tenemos el caso de los animales, ganado vacuno y porcino, quienes son transportados hacia los mataderos y alineados, al estilo de una programación lineal, para ser ejecutados de forma sistemática, olvidando todo cuidado de la dignidad en los últimos minutos en la vida de un ser vivo, por lo que no es extraño escuchar esos gemidos de los cerdos, a lo largo de la cadena de producción, cuando son sacrificados y con ellos sentir como se nos “enchina” la piel, al inferir el dolor por el que están pasando. De ahí que el autor textualmente nos diga: “en los mataderos se aprovecha todo lo del cerdo, menos sus gemidos”. Todo esto no inmuta a los trabajadores, pues ellos son motivados por otros llantos, los de sus hijos que demandan comida ante la carencia de recursos, derivado de la época que es previa al colapso de la economía norteamericana de 1929.

Por otro lado, hablando ahora de la calidad de los productos que surgen del ganado mutilado, es de mencionar que distan mucho de la calidad necesaria, pues en esa época, todo se debía aprovechar sin importar si el animal estaba enfermo o incluso muerto, pues para todo había mercado y si no se podía vender como carne como tal, se transformaba con químicos, en ciertos embutidos que disfrazan el aroma y el sabor del producto, para solamente tener consecuencias devastadoras cuando ese es ingerido por algún ser humano. La calidad de la carne, en la novela de Sinclair, se cuidaba solamente cuando se hablaba de los productos de exportación, es decir cuando se enviaban a Europa, particularmente a Alemania.

Con este escrito no pretendo contar todo acerca del texto de Sinclair, pero sí enarbolar acerca de las dos premisa básicas en su mensaje, que para mi gusto son: en primer lugar crear las condiciones laborales adecuadas para los trabajadores, quienes son el motor de la economía, traducido esto en buenos salarios, prestaciones, servicio médico y fondo de retiro como mínimo. En segundo lugar es cuidar la calidad de los productos que salen de los mataderos, hacia el consumo de la población, pero sobre todo procurar la vida digna y de calidad en los últimos minutos que tiene el ganado, tratando de evitar esos gritos desesperados de agonía que helarían a cualquiera con sentimos de empatía hacia la vida.

El impacto de la jungla de Sinclair fue tal que llamó la atención del presidente norteamericano Roosevelt, y a pesar de no compartir las ideas socialistas del escritor, tomó cartas en el asunto enviando a realizar una investigación a los mataderos y los empacadores de carne, dando como resultado a la ley denominada “Pure Food and Drug Act” de 1906, que estableció la oficina química que posteriormente se convertiría en la Administración de Drogas y Alimentos (FDA por sus siglas en inglés). También es de mencionar que Churchill alabó el texto de Sinclair, pero tampoco compartía sus ideas socialistas.

El hablar de la jungla de Sinclair no es solo recordar el pasado y las viejas malas prácticas del mercado de los mataderos, sino abrir los ojos a la realidad actual, donde existen nuevas junglas en donde los trabajadores son explotados por los patrones y solamente se busca generar riqueza para el que está en la “torre de marfil” de la organización, poniendo así cadenas virtuales a cada obrero para que no tenga oportunidad de crecimiento en la empresa, ni dejarlo que salga a obtener un trabajo bien remunerado y con buenas prestaciones. Yo tampoco soy partidario del socialismo, pero es necesario crear condiciones de igualdad y crecimiento para todos los que realizan un trabajo digno con esfuerzo y con el fin de calmar el llanto de hambre de sus seres queridos. Pensando que cada trabajador bien remunerado y con prestaciones es uno menos para el mercado de la delincuencia.

Por último sería bueno que las organizaciones que matan animales para consumo humano y también todas las que hacen experimentos con seres vivos en supuesto beneficio para la ciencia, procedan con cautela y se cuide siempre al ser que tienen frente a ellos, pues también sienten, también sufren y también preguntan el porqué de su fin de esa forma, a veces cruel, que los sintetiza en un plato para el consumo de otro ser vivo: el hombre, o los hacen anfitriones de una cierta enfermedad al inocularlos. De mi parte, a veces, quisiera abrazar a un corcel, como lo hizo Nietzsche en su locuacidad racional, y de forma empática pedir perdón por la raza humana y por los injustos castigos que los animales han recibido.

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