El viejo baúl de los recuerdos en mi memoria, todavía me sorprende con lo que encuentro dentro del mismo. Pues en esta ocasión me trasladó a la época de la preparatoria, con mis queridos amigos, en el colegio “Las Hayas”, donde a muchos nos parecía correcto burlarnos del estereotipo del mexicano, es decir carcajearnos de lo que podría denominarse como las características primordiales de este curioso personaje, aludiendo a su flojera, su falta de organización, su ignorancia, su incompetencia, su deshonestidad, su descompromiso, entre muchas otras; esto con el fin de elaborar chistes que nos proveyeran de la atención del grupo, aunque fuese por breves momentos.
Todo lo anterior, sin darnos cuenta que no estábamos haciendo mofa de un ser extraño, sino que nosotros mismos nos hacíamos un “harakiri” al burlarnos de los mexicanos, siendo irónicamente habitantes y nativos de México. En resumidas cuentas aventábamos el lodo para arriba y no nos percatábamos que todo lo que sube, mientras no desafíe a la gravedad, tiende a bajar.
Ciertamente parecía un juego inofensivo, ya que la exageración ridícula de las características de un pueblo, resaltando los defectos sobre las virtudes, es usada en diversos países por sus propios cohabitantes y en lo particular me parece sano hacerlo, siempre y cuando seamos poseedores de una mente inquebrantable y lo suficientemente fuerte, sin generar estereotipos y sabiendo diferenciar la broma de la verdad, pues ya dijo Nietzsche: “lo que no me mata, me hace más fuerte”.
Sin embargo mi preocupación vino cuando dejé el salón de clases y me tuve que enfrentar a la jungla, bien descrita por Sinclair en su libro con el mismo título, a la que llamamos vida. Ahí me di cuenta que luchamos constantemente con la mente, entre nuestra inteligencia maquiavélica para la connivencia versus el primate samaritano y empático que llevamos dentro, entre la cooperación grupal para obtener el mayor beneficio posible para cada miembro, como lo describió el premio Nobel, John Nash, y la adicción al dinero que provoca obesidad de recursos en ciertos individuos, sin pensar en la carencia de otros. Sumando las variables desastrosas de corrupción e impunidad que deambulan felices en el país.
Pero lo que más me preocupa es lo que he visto, en mis cortos 36 años de vida, que aqueja fuertemente a los mexicanos, convirtiéndose en un lastre para el avance de la sociedad, como grupo, y de cada individuo como tal en cuestión. Me refiero a lo que he denominado como la derrota de la razón. Es decir, por absurdo que suene, pareciera que la mayoría de los mexicanos entramos ya derrotados a cierta competencia y que tenemos un grave problema para elevarnos en igualdad, al compararnos con otros pueblos, y sentirnos pares, con nuestro ego en lo más alto que se pueda, entendiendo la grandeza de los hombres, parafraseando a Napoleón, de la cabeza al cielo y no de la tierra o pies a la cabeza.
Claro que lo anterior no aplica a todos mexicanos y por supuesto que se han logrado avances y éxitos en ciertos campos como ejemplo podemos pensar en el deporte, en las recientes olimpiadas, y algo en economía, pero sobre todo en cuanto a cultura, donde como muchos pensadores lo han descrito, ahí sí somos una potencia mundial. Pero a mi gusto, nos falta explotar nuestras fortalezas y dejar de exaltar nuestras debilidades.
Por lo tanto es hora de abrazar y aplaudir la rica mezcla de ingredientes genéticos que nos conforman y es tiempo de dejar de vernos y sentirnos como pueblo conquistado, pues considero que ese sentimiento nos hace cargar una losa más pesada que la que cargó el Pipila, logrando apreciarnos como inferiores. Debemos notarnos como cuna de la civilización Mesoamericana, con los Olmecas, así como alabar la inteligencia de los Mayas con todas sus contribuciones a las matemáticas y a la astronomía.
Simplemente en mi caso, cuando me miro en el espejo, observo algunos rasgos mezclados de españoles, irlandeses y escoceses, pero lo que más destaca es mi herencia de la cultura indígena mexicana, no solamente porque me gusta bañarme todos los días, incluso algunos hasta tres veces, dependiendo la temperatura, sino por mi capacidad inquisitiva de buscar el conocimiento para amasarlo y moldearlo con delicia para después de procesarlo, buscar compartirlo como lo hicieron mis antepasados.
Debemos comprendernos como una cultura homogénea que transita hacia la consecución de objetivos comunes que rieguen a las diferentes escalas o clases sociales, al igual que advertir que en la diversidad étnica se encuentra el desarrollo económico, pues se generan diferentes ideas creativas, mismas que viajan a lo largo y ancho del territorio nacional, gracias a la informática y las telecomunicaciones.
Pero para lograr esto, requerimos trabajar en una sola cosa: en la educación. Solamente con el flujo de conocimiento podremos crecer económicamente, a las tasas deseadas para sacar a la población de la pobreza, buscando que se incorporen a la clase media. Aquí la estrategia debe ser el aumentar el número de graduados en ciencia y tecnología, misma apuesta que han utilizado los países desarrollados y algunos subdesarrollados, con miras a salir de su estancamiento. Además hay que abrirnos a la incorporación de nuevas mentes creativas, permitiendo el intercambio científico, tecnológico y cultural entre nuestro país y otras naciones, sin tener miedo que los jóvenes egresados salgan del país, pues se ha comprobado en escritos como en el titulado: “The magic of diasporas” en The Economist, que mientras no se pierda más de un 20% de los graduados universitarios, por lo regular la fuga de cerebros hace más rico al país de origen, ya que regresan a invertir en su ciudad natal. Solamente en el caso de los Estados Unidos, de acuerdo a estudios de la Universidad de Duke, se muestra que los inmigrantes son 1/8 de la población de los Estados Unidos, pero ellos han logrado crear y desarrollar 1/4 de las empresas de ingeniería y tecnología en ese mismo país.
Haciendo hincapié en este punto, es vital que dentro del esquema educativo del país se hable del proceso de la conquista de México, como un proceso muy importante de intercambio cultural, esto con el fin de eliminar el estigma que se inserta en la mente de los jóvenes como pueblo conquistado y que van arrastrando en su devenir personal. Aunado a esto es imperativo que en la misma educación se genere un detallado plan de modelo emprendedor, para que los jóvenes egresados trabajen de forma innovadora en el autoempleo y generación del mismo, gracias al traslado de una idea creativa hacia su aplicación práctica en el mercado, la generación de patentes y por ende derive en un impacto positivo al PIB del país. Claro, con la ayuda legal y financiera adecuada para que fomentar a estas empresas por parte de la iniciativa pública y privada.
Por último, para contrarrestar la derrota de la razón, debemos trabajar en una nueva filosofía de triunfo en México. Donde dejemos de tener prejuicios hacia nosotros y hacia nuestros semejantes, en donde no nos juzguemos por nuestro color de piel, por nuestra estatura, por el dinero que tengamos en el banco, por nuestras propiedades, por nuestra vestimenta, por nuestra forma libre de expresarnos, por nuestras creencias, sino más bien construyamos un faro luminoso en la tasa de procesamiento neuronal, ya que tenemos la misma primera y última arma del progreso humano: la razón. Potenciemos nuestro poder cognitivo y no tengamos miedo a equivocarnos, sabiendo que nos podremos levantar del fracaso y que seguramente después de 1000 iteraciones vendrá la 1001 con un momento Eureka repleto de éxito. No somos un estereotipo, somos lo que decidamos ser y podemos empezar ahora…

