
Me gustaría afirmar que los seres humanos nos inclinamos más a ser exploradores versus conquistadores. Partiendo de la premisa que un explorador se inclina por las herramientas científicas de investigación para comprender el cosmos, mientras que un conquistador se inclina por utilizar las armas para subyugar a otros, con el fin de ser dueños de un pequeño punto en el cosmos.
En este tenor, he observado con mis genes egoístas, que si bien existe una carga genética predeterminada, también existe una carga memética (parafraseando a Richard Dawkins) que se va cultivando, pues el cerebro en los primeros años cuenta con amplia plasticidad para ser moldeado y se comporta como si fuese una esponja, absorbiendo toda la información a su alrededor para digerir y entender lo que le rodea.
Con todo lo anterior me refiero a nuestra curiosidad, la misma que en el cuento mató al gato (aunque el gato tiene 9 vidas y también de acuerdo Schrödinger se encuentra vivo y muerto, atrapado en una condición de espacio – tiempo, mientras no abramos la caja), es la misma que nos ha impulsado constantemente a desafiar lo aparentemente imposible, romper las ataduras y soñar con alcanzar las estrellas; y fue la misma que nos hizo salir del agua para aventurarnos en la tierra.
Para lo anterior debemos tomar el dato de Carl Zimmer, dentro de su escrito “Researchers Find Fish That Walks the Way Land Vertebrates Do” y publicado en The New York Times, en relación a que nuestros ancestros emergieron del agua hace aproximadamente 375 millones de años, evolucionando de peces, anfibios a primates vertebrados con grandes cerebros y gran capacidad de procesamiento neuronal. Es decir imagino que nuestra curiosidad fue un engrane vital para que nuestra biología se viera sometida a la presión evolutiva y gracias a miles de millones de iteraciones e interacciones con el medio ambiente, nos arrastramos de charco en charco hasta aventurarnos a salir a tierra firma y convertirnos en el gran primate que vemos la mayoría de los días en el espejo.
Nuestra capacidad innata por absorber información y procesarla en la medida que nos sirva para continuar evolucionando se liga directamente con la curiosidad o capacidad inquisitiva necesaria para seguir amasando conocimiento, que nos siga abriendo rutas en nuestro camino evolutivo. Aunado a esto sabemos, gracias a investigaciones de Chuansheng Chen, de la Universidad de California, que una variación del gen DRD4, relacionado a la gratificación y aprendizaje, puede estar ligado a nuestra capacidad aventurera y curiosa; específicamente se habla del gen DRD4-7R, que según David Dobbs, dentro de su artículo “Restless Genes” publicado en National Geographic, es portado por el 20% de los seres humanos y se asocia directamente con la inquietud y curiosidad.
Somos curiosos por naturaleza y por ello constantemente sentimos la necesidad de zarpar hacia una nueva aventura, en donde salirnos de nuestra zona de confort nos permita experimentar nuevas descargar de placer ligado a la dopamina que nos exciten y nos hagan sentir vivos. Tal vez por ello Herman Menville, como gusta citarlo a Carl Sagan, decía en su novela Moby Dick lo siguiente: “Me siento atormentado por un eterno deseo por las cosas remotas. Me encanta navegar en mares prohibidos”.
Prosiguiendo a esto el mejor divulgador científico Carl Sagan nos dicen que a pesar de las ventajas materiales de nuestra vida sedentaria, ésta nos ha dejado parcialmente satisfechos e incluso después de alrededor de 400 generaciones, todavía no hemos olvidado el camino abierto a donde se esconden nuevos secretos y donde nos esperan nuevas aventuras. Continua Sagan argumentando que hemos invertido nuestro tiempo, de forma romántica, en lugares lejanos y comprendimos que los inviernos largos, los veranos cortos, las cosechas rebosantes, nuestra existencia y la de las estrellas no duran para siempre.
Sabemos entonces que nada dura para siempre, especialmente nuestra vida pues solamente pasamos por aquí y tanto el rey como el peón terminan en el mismo cajón. Entonces hemos comprendido la necesidad de seguir fomentando nuestra curiosidad para conquistar nuevos horizontes; ya salimos del agua, ahora queremos salir del planeta y colonizar otros, Marte por ejemplo.
Nuestro pasos espaciales han sido pequeños pero prometedores, similares a los del Cryptotora thamicol, pez encontrado en una cueva en Tailandia que camina de la misma forma como lo hacemos los vertebrados. Incluso, como lo dice Carl Zimmer, ha sido capaz de desarrollar una estructura esquelética similar a la que desarrollaron nuestros antepasados para caminar, incluyendo una pelvis, por increíble que todo esto parezca.
Todo esto resulta una prueba irrefutable de la evolución, del trabajo de ingeniería biológica de la naturaleza con sus múltiples interacciones e iteraciones con el medio ambiente para producir mutaciones que sean cada vez más adaptables a la presión de la supervivencia de Darwin, para posteriormente pasarlas a su descendencia.
No dudemos que en el futuro, esa misma curiosidad que nos hizo salir del agua, sea la misma que nos siga alentando para ahora salir del planeta y conquistar nuevos mundos, expandiendo nuestra presencia en el cosmos y dejando “respirar” a nuestro planeta Tierra. Siempre con la esperanza de que las nuevas generaciones sientan la misma curiosidad del explorador, del científico y que mantengan viva la flama de la capacidad inquisitiva humana para seguir evolucionando y por fin avancemos de una singularidad a otra.
