Supongo que muchos de nosotros hemos escuchado el dicho: “la curiosidad mató al gato”, en donde pienso que la moraleja puede ser: “no debes ser metiche”. Tomando esto último y apoyándonos en el experimento del gato de Schrödinger, según la explicación del video de Minute Physics:
En donde se coloca a un gato en un bunker, junto con una caja de pólvora inestable, misma que tiene 50% de probabilidad de explotar y la misma de no hacerlo, transmitiendo ese riesgo al felino. Es decir, al no abrir el bunker, el gato tiene 50% de posibilidad de estar vivo y 50% de estar muerto.
Para tener algo de certeza en la respuesta, a la paradoja anterior, debemos darle rienda suelta a nuestra curiosidad y abrir el bunker para averiguar el resultado, siempre bajo la advertencia que la muerte del gato puede provenir de nuestra observación. Me refiero reiteradamente a que, mientras no observemos, el gato se encuentra vivo y muerto a la vez, según la propia explicación de Schrödinger y con sustento de la mecánica cuántica o apoyándonos en los multiversos, en un universo muere el gato y en otro universo el gato vive. De igual forma la paradoja, resulta ser tal, un problema de difícil interpretación y solución. En conclusión, nuestra observación obliga al cosmos a tomar una decisión y definir la situación del gato. Pero para efectos más prácticos, la curiosidad define la respuesta anhelada, me refiero a nuestra curiosidad y no la del gato. ¿Correcto?
Pero dejemos ese dilema a un lado, pues tratar de explicarlo sería “pisar arenas movedizas”, y mejor centremos la atención en la simple curiosidad, que si bien se le limita al famoso dicho, resulta amiga vital para el aspecto inquisitivo de la investigación científica y tecnológica. Además se encuentra ligada a nuestra percepción y comprensión del mundo que nos rodea.
Según George Loewenstein, la curiosidad surge cuando contamos con una brecha entre lo que sabemos y lo que queremos saber y bajo esa premisa hemos acrecentado el conocimiento propio, para continuar deambulando en la ruta evolutiva de nuestra elección. En palabras de David Dobbs: “la obsesión por ver lo que hay más allá de esa lejana cordillera o de ese océano –o de este planeta- es una parte esencial de la identidad humana y de su éxito”.
Algo muy interesante, en este tema, investigaciones por parte de Chuansheng Chen, de la Universidad de California en Irvine, señalan que el gen DRD4, mensajero químico ligado al aprendizaje y la gratificación, puede estar ligado a nuestra capacidad aventurera e inquisidora. Pero específicamente una versión del mismo, denominada DRD4-7R y que según Dobbs (en su escrito “Genes Inquietos”, publicado en National Geographic), “es portada por el 20% de los seres humanos y se asocia con la curiosidad y la inquietud”.
Otros investigadores como Jim Noonan, genetista evolutivo, señalan que un gen no puede ser responsable de la capacidad exploradora del ser humano, sino más bien un conjunto de ellos, refiriéndose a los genes que forman las extremidades y el cerebro en cada uno de nosotros. Lo anterior ha logrado que podamos desplazarnos, en grandes distancias, usando la tasa de procesamiento neuronal para abrirnos el paso, ante cualquier adversidad en el camino. Pero un punto muy importante para Noonan, es nuestra capacidad de imaginación, misma sumada a una infancia larga, en donde podemos explorar y aprender con cierta facilidad, como lo describe Alison Gopnik, de la Universidad de California en Berkeley. También aunado, de acuerdo Mariana Krakovsky, en su escrito: “Close Bonds Increase Novelty´s Appeal” de Scientific American Mind, que aquellos bebés seguros de contar con el apoyo de sus padres, son más propensos a explorar, indagar y curiosear con juguetes no familiares, dentro de un laboratorio, al ser comparados con otros bebés inseguros de la relación de apego con sus progenitores. Como adultos, comenta Krakovsky, los individuos con matrimonios saludables y buenas amistades, incrementan su interés en experiencias novedosas, así como mayor vitalidad en sus actividades.
Por otro lado, estudios de resonancia magnética funcional, explicados por Jonah Lehrer, en su escrito “The Itch of Curiosity”, hablan en relación al sitio donde se puede encontrar la curiosidad, explicado en la actividad cerebral en córtex prefrontal, el núcleo caudado y el giro parahipocampal. Haciendo especial énfasis en el núcleo caudado, pues según Lehrer, es la intersección entre el nuevo conocimiento y las emociones positivas. Aquí podríamos inferir que el reducir la distancia o brecha de lo que sabemos contra lo que queremos saber, se traduce en satisfacción cerebral.
Este último punto nos sirve para llegar a la conclusión que si bien es cierto que el tener mayor información sobre cierto tema es gratificante, en términos de descarga de dopamina en el cerebro; resulta neurálgico conocer el anhelo de conocimiento en cada uno de nosotros, particularmente en los niños para seducirlos hacia el mercado de la ciencia y la tecnología, así como en hacerles entender que la inteligencia puede relacionarse a la capacidad de tener alternativas y la curiosidad nos ayuda a determinar qué puerta intentar abrir para salir del obstáculo presente. Esto espero enseñar a mis genes egoístas y los invito entonces a abrir el tan comentado bunker y ver si el gato murió o no…

