
Rodrigo Soto Moreno
Probablemente no lo hemos notado de forma consciente, pero existe un código para todo, desde uno para abrir o cerrar una puerta (llave), pasando por el de la existencia y funcionamiento de todos los seres vivos, hasta aquel que contiene los ingredientes para formar un universo, un cosmos, a partir aparentemente de la nada.
Imaginemos que la primera singularidad, siendo un punto ínfimo, aquella que creó el universo donde estamos todos los seres vivos, contenía el código necesario para desplegar la información que conformaron a las ciencias que influyen en nuestro planeta, como la física, la química, la biología y sus respectivas leyes que gobiernan la interacción de los átomos, de la materia, de la energía y de las moléculas.
Existe un código dentro nosotros, que contiene la información necesaria para el funcionamiento de los organismos vivos, me refiero al ADN. En donde padre y madre envían el 50% de carga genética a un nuevo producto, trasladando sus genes egoístas y formando un nuevo superorganismo, y en nuestro caso, se irá incorporando el código de los memes influenciado por la sociedad, por la educación y la cultura a su alrededor.
Aunado a esto último, hace algunos años nos dimos a la tarea del proyecto del Genoma Humano, con el objetivo de leer y tratar de comprender el mensaje dentro de la secuencia del código genético nuestro y de otros seres vivos. Ahora estamos intentando ir más allá y no solamente leer, sino escribir en el mismo; similar a lo realizado por J. Craig Venter, científico genetista, al crear un genoma sintético que se introdujo en una célula y tomó control de ella.
Mirando hacia el cosmos, podemos darnos cuenta que ahí existe un código matemático, físico, químico y biológico representando en las espirales logarítmicas, estudiadas por Descartes y Bernoulli, este último llamándola “Spira mirabilis” (espiral maravillosa), y con ejemplos claros en los brócolis romanesco, en los fractales naturales y de Mandelbrot, en los ciclones, en los brazos de las galaxias, en los nervios de la córnea, así como en las conchas de los moluscos.
Otro código interesante es el de Fibonacci (1,1,2,3,5,8,13…) que se expresa en formas en espiral como en la coliflor, la alcachofa y el girasol entre otras, como lo explica Nathan Collins en su escrito “ScienceShot: Sunflowers Do the Math”, publicado en Science; y que además agrega que esto se debe a una hormona en esas plantas, denominada auxina, y que gracias a modelos matemáticos que miden la correlación de la auxina y ciertas proteínas en su interacción para transportarse dentro de las plantas, se ha podido predecir dónde se acumulará esa hormona.
Provenimos de una singularidad y ahora nos estamos encaminando hacia una nueva singularidad, la de Kurzweil, con un nuevo código que estará en simbiosis entre la programación biológica y la programación computacional. De ahí la importancia de que los niños, desde los primeros años aprendan a programar y conozcan el código computacional, para posteriormente ligarlo al código biológico, para promover que ellos se acerquen a conocer el lenguaje, no solo de la vida, sino del cosmos.
Espero que mis genes egoístas emprendan esa interesante tarea de compresión y dominio del código computacional, ligado al código biológico y se abran paso para continuar en su camino evolutivo hacia la fusión con el cosmos y, parafraseando y tomando ideas modificadas del gran filósofo y maestro Nietzsche, encontrarnos con el eterno retorno de lo no idéntico.
