Esa forma risible de perder el tiempo

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Rodrigo Soto Moreno

Cuando me encuentro liberado de mi éxtasis dionisiaco, me resulta sorprendente y triste la forma en que perdemos el tiempo. No solamente por la normal procrastinación, de diferir o aplazar por algo más divertido o lúdico, sino porque insistimos en dedicarle mayor tiempo a cuidar el ropero, el clóset, versus a procurar nuestro librero y su contenido, si es que existe alguno en casa.

Si bien es importante utilizar la ropa, como si fuese una segunda piel o plumaje para enmascararnos y deambular en la selva de asfalto de esta urbe social, resulta de mayor importancia cargar con bits y bytes de información de conocimiento científico y tecnológico, ya sea en libros impresos o digitales para sortear mejor los embates y la presión evolutiva de nuestra especie humana, pero sobre todo para protegernos de los pseudo sapiens.

Solo pensemos, como nos lo dice Carl Sagan y parafraseando sus palabras tenemos que un libro es asombroso, pues es un objeto plano hecho de los árboles, con piezas flexibles en donde se imprimen las porciones de garabatos oscuros y divertidos. Pero con una mirada en esas páginas y ya estamos dentro de la mente de otra persona, incluso de alguien muerto hace miles de años. Siendo así, a través de los milenos un autor está hablando claramente y silenciosamente a usted o a mí. La escritura es quizá la más grande de las invenciones humanas, uniendo a personas que nunca se conocieron, ciudadanos de épocas lejanas. Los libros rompen los grilletes del tiempo. Un libro es la prueba de que los humanos somos capaces de hacer magia. Esto nos dice el gran Carl Sagan.

En este punto, también Carl Sagan nos dice que no podemos leer todos los libros que se han producido por la especie humana, pues si nos dedicáramos a leer toda nuestra vida, solo alcanzaríamos a cubrir un par de miles de ejemplares, siendo una parte muy diminuta de todo lo que se ha escrito por manos humanos. De ahí la importante recomendación de Sagan de escoger cuidadosamente lo que vamos a degustar de lectura para alimentar nuestros disparos neuronales.

Aunado a todo esto, es mi deber recordarles que nos encontramos atrapados en un lugar ínfimo, aunque no lo parezca. Este sitio es un planeta denominado Tierra, donde hasta el momento no podemos salir o escapar hacia otros confines del universo, del cosmos.

Para darnos una idea en relación a nuestra prisión planetaria y algo de lo que hay allá afuera, pongamos entonces un poco de perspectiva de números de tamaño del planeta, de nuestra galaxia y de la cantidad de galaxias que se supone existen, según el universo observable y los cálculos de los mejores científicos en astronomía.

Las medidas de nuestro planeta, desde el ecuador, tiene un diámetro de 12,756 km y una circunferencia de 40,091 km. Ahora la Vía Láctea, que es la galaxia en donde nos encontramos, mide aproximadamente unos 100,000 a 180,000 años luz de diámetro, y el universo tiene por lo menos 2 billones de galaxias, según los últimos datos de Christopher Conselice de la Universidad de Nottingham.

Recordando claro que un año luz, de acuerdo a Wikipedia, es una unidad de distancia y se calcula como la longitud que recorre la luz en un año, donde la velocidad de la luz es de 299,792,458 metros por segundo. De acuerdo a esto tenemos que un año luz equivale a 9.46 x 10 elevado a la 12 km.

Tan solo ayer, 22 de febrero de 2017, la NASA anunció que encontró un sistema solar con 7 planetas similares a la Tierra y en donde 3 de ellos se encuentran en la zona de ricitos de oro (goldilock zone) o la zona habitable y podrían contener agua. Sin embargo estos planetas se encuentran a unos 40 años luz de distancia de nosotros.

Ahora me pregunto, después de toda esta letanía de divulgación científica, ¿vale la pena perder el tiempo en ser deshonesto y con desfachatez de corrupción para amasar poder y dinero a como dé lugar? ¿Vale la pena desarrollar mi inteligencia maquiavélica para lesionar a otros? ¿Vale la pena seguir dándole el liderazgo a los políticos sobre los científicos? Estamos inmersos en un mar de información, alimentado por los medios de comunicación y por las principales televisoras por captar nuestra atención y en donde muchos de ellos le da prioridad a la superstición sobre la ciencia y la tecnología, sobre el método científico probado, para favorecer los dimes y diretes de una persona que no es experto en ningún tema. El problema no es que existan zopencos con alta autoestima, sino que nosotros les demos poder confiriéndoles algún cargo público y privado. La meritocracia debe imperar sobre la apellidocracia del compadrazgo, sobre el apellido de alcurnia, la ropa ostentosa de marca y el peinado lleno de gel.

Recordemos que hace unos 2.5 millones de años, de acuerdo a Timelines of Science del Smithsonian, los primeros homínidos presumiblemente los Homo Habilis o los Australopithecus, desarrollaron las primeras herramientas de piedra, mientras que ahora en este 2017 soñamos en poder crear la primera inteligencia artificial que derrote la prueba de Turing y pase desapercibida entre los seres humanos. De igual forma imaginamos un futuro en donde podamos descifrar la ingeniería a la inversa del cerebro, de la conciencia y obviamente de la inteligencia humana, para colocarlas en un nuevo receptáculo que no se deteriore como nuestro cuerpo, y gracias al nuevo lenguaje de ceros y unos, bits y bytes, sumado a la secuenciación de ADN (A, C, G, T) y el lenguaje de programación computacional, podamos transferirnos a nuevos cuerpos, para generar nuevas ilusiones, pero sobretodo procesar la información de manera más rápida, similar a lo que haría una computadora cuántica que brinca entre 0 y 1 constantemente.

Derivado de esto pienso que sería mejor darle más juego a la ciencia, a la tecnología y a la divulgación de las mismas, por encima de las banalidades políticas y de la búsqueda desmedida de poder y dinero. Recordemos que ni los reyes, ni los emperadores ganan las batallas, esas son victoria de los soldados y de los peones del ajedrez socioeconómico que mueven las ruedas de la economía desde cada una de nuestras trincheras.

Un pensamiento glorioso es el que nos ofrece el personaje de Cooper, dentro de la película Interstellar: “La humanidad nació en la Tierra, pero no está destinada a morir aquí”.

No estoy equivocado en esta percepción y sueño que en este país de más del 50% de pobres, pueda ofrecer el conocimiento en libros digitales e impresos a todos aquellos que quieran comprender, como lo dijo Carl Sagan, lo maravilloso que es un libro y que es leer y la capacidad que pueden tener para transformar sus vidas a través de la absorción de conocimiento, a través de intentar comprender el Cosmos, de escapar de este planeta y poder utilizar nuestro tiempo de manera más óptima en terraformar un planeta para la especie humana.

Yo también pierdo el tiempo, todos lo hacemos, pero trato de recuperar el mismo cuando abro las páginas de alguna lectura enriquecedora, sobre todo en materia de ciencia y tecnología; y por ende trato no solo absorber conocimiento sino que intento transmitirlo de igual forma y llenar el vacío de mis disparos neuronales creativos que constantemente están demandando más información y viendo que todos los datos no caben en mi cabeza y por ello es necesario hacer estas colaboraciones para someter el conocimiento al libre juego del método científico con miras a robustecerlo, desecharlo o generar nuevo conocimiento.

Estamos constantemente errando, iterando y aprendiendo en un bucle de información constante con otros seres humanos y ciertamente perdemos el tiempo, pero no lo perdamos en forma risible, en banalidades y en tonterías y en todo aquello que no va a potenciar el siguiente paso evolutivo de la especie humana.

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