En mi breve deambular por este mundo he llegado a la conclusión de que los seres humanos contamos con mucha dificultad para poder decir la verdad o viéndolo desde otra perspectiva, nos cuesta trabajo no decir un mentira.
En este sentido, me gustaría confesar, que yo también he dicho mentiras y reconozco lo anterior, e invito a otros a hacerlo, como el alcohólico que acepta su adicción, en miras de que así pueda alguien ayudarlo a salir de su problema y sea curado.
Mi punto con esta colaboración es exhortar a todos los que decimos mentiras, a acercarnos a la verdad, haciendo énfasis en particular en todos los que engañan, falsifican, fingen y utilizan la mentira como “modus vivendi”.
Entrando de lleno en el tema, quisiera hablar sobre la reciente entrevista que se le hizo al profesor Dan Ariely, a cargo de Ingrid Wickelgren, publicada en Scientific American bajo el título de: “Unveiling the Real Evil Genius”.
Dentro del mencionado escrito, Ariely habla de que resulta común que pensemos que aquellas personas que son adictas a las mentiras, elucubren planes maestros muy elaborados para conseguir sus objetivos.
Sin embargo, investigaciones de campo del profesor Ariely, señalan lo contrario. Es decir, no elaboran grandes planes y su problema radica en la escalada imprevista de un mal menor que se convierte en una enorme “bola de nieve” que difícilmente se puede parar una vez que se ha puesto en marcha.
Es decir, para el profesor Ariely, muchos de nosotros podemos mentir un poco y todavía considerarnos como personas honestas y portadoras de la verdad. La hipótesis de Dan Ariely es que la deshonestidad requiere de un proceso de raciocinio, pues mientras no pensemos que hemos dicho una gran mentira, podremos seguir viviendo en nuestra aparente realidad mental como sinceros y verdaderos.
Todo se centra, según el mismo Ariely, en los actos pequeños que hacemos, y a pesar de mentir, pensamos que solamente es una insignificante mentira blanca y que no por ella vamos a ser catalogados como mentirosos. Lo cierto es que no existen colores en las mentiras.
Otro punto muy importante, abordado por Ariely, es el de la creatividad, pues juega un papel preponderante a la hora de utilizar la misma, por parte del individuo en cuestión, para desarrollar mentiras más elaboradas. Incluso, en pruebas de matemáticas, se ha observado que los estudiantes más creativos, son quienes más hacen trampa a la hora de presentarlos.
Sin embargo, aquí quiero ahondar, en mi particular experiencia, pues he sido testigo que una persona adicta a las mentiras, tarde o temprano cae como el pez, que por su boca muere, ya que el mentiroso siempre podrá enarbolar historias y tretas complejas, pero a la larga olvida su historia y así es atrapado en su maraña de deshonestidad.
Otro aspecto a considerar es que el ambiente es un factor vital, según el mismo profesor Ariely, porque un individuo es más propenso a hacer trampa o engañar, cuando las leyes o reglas son flexibles o no están claras.
Lo anterior refuerza la necesidad de contar con leyes y reglas inflexibles y que no exista impunidad para quienes violan lo establecido como justo y legal. Con todo esto, tal vez, podamos comprender el porqué los mexicanos podemos no respetar los señalamientos de tránsito en nuestro país, pero no nos atrevemos a tener el mismo comportamiento cuando cruzamos la frontera y nos encontramos en los Estados Unidos.
Para ir cerrando esta aportación, hemos visto que los engaños muchas veces pueden iniciar con la conocida mentira piadosa, que deriva en otras más elaboradas, hasta llegar al punto de no regreso y vivimos bajo la sombra de hacer trampa.
Derivado de todo esto y en mi opinión, aunque el ser mentirosos nos puede dejar cuantiosos beneficios a corto plazo, la conclusión a largo plazo es que estos individuos pagan por su falsedad.
Para finalizar, me gustaría concluir con una frase de mi amigo Alfonso: “a una persona tonta se le perdona, pero a un mentiroso abusivo nunca”.

