El camino hacia el “Valhalla” (2 de 3)

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Su cuerpo seguía excitado y no se requería ser un galeno para ratificarlo, pues esto se comprobaba con facilidad con observar su pecho, moverse de arriba abajo, al aspirar aire por los pulmones. Miraba, acostado, el cielo azul con asombro, pero Un Ojo seguía alerta de sus captores, quienes arrastraban, en ese momento, al derrotado “bruto” carente de vida, para echarlo en una fosa común donde yacían otros perdedores.

De pronto el momento ansiado se vislumbró, cuando manteniéndose tendido boca arriba, Un Ojo percibió el conocido olor rancio de uno de sus “amos”, además de escuchar el paso hundido en el lodo cercano a él, aproximándose para amarrarlo de manos y cuello, para transportarlo a su “hogar” representado en una jaula de palos y cuerdas. El procedimiento era simple, una vez terminada la batalla, donde nuestro campeón nórdico resultaba siempre vencedor, se le acercaban dos de sus captores para colocarle un dos sogas al cuello, mismas que se encontraban amarradas a un palo y al ser instaladas en el pescuezo de Un Ojo, se aprisionaban los nudos sobre su garganta, con el fin de protegerse a distancia, para no caer en las “garras” de este guerrero, además de recordarle así quienes eran los que mandaban.

Un Ojo tenía sus manos asiendo la cadena, sobre su pecho, guardando un secreto dentro de ellas. El olor rancio se percibía ahora más intenso y las pisadas se escuchaban más lentas y cautelosas y no solo provenientes de su lado derecho, sino también del izquierdo, alertando a Un Ojo, que ahora se acercaba un segundo “amo”. Los dejó confiarse y aproximarse, mientras cerraba su ojo y buscaba calmar su respiración; sintió entonces la primera raspadura de la soga gruesa y húmeda, proveniente de la zona diestra, percibiendo el olor mezclado de sangre, lodo y agua de lluvia, en la misma, mientras el nudo se cerraba con fuerza; y jalando el palo con ímpetu, el “amo”, se disponía a colocar al campeón sentado y permitir así que la segunda cuerda, se colocase también en su cogote. Nuestro guerrero cedió ante los primeros tirones y justo cuando la segunda soga estaba por colocarse, fue que Un Ojo, volteando a ver al “amo” que lo tironeaba, reveló el secreto que resguardaban sus manos, al aventar una de las argollas de la cadena, mostrando sus dientes amarillos representados en una sonrisa pícara y malévola, misma que provocó una especie de grito ahogado de desconcierto, de este “amo” que todavía mantenía a este guerrero “preso”.

La sorpresa es un elemento a mi favor, pensó Un Ojo, por lo que no era momento de perder tiempo y mostrar a estos señores la fuerza real de su voluntad de lucha, por lo que aprovechando la confusión generada, Un Ojo asió y jaló con fuerza desmedida, el palo que sostenía su “amo”, logrando que este último cayera al suelo y perdiera el breve control de su prisionero. De ahí, en un movimiento natural y casi imperceptible, se liberó de la cuerda que lo subyugaba, mientras sentía como sus latidos se aceleraban, prometiendo los primeros disparos de dopamina en su cuerpo. El “amo” empezó a tratar de incorporarse, pero al tratar de levantarse, resbaló con el lodo, dando pie a que Un Ojo pensase: “tontos, no están acostumbrados a este terreno y se les olvida que es mi territorio”, mientras escuchaba el grito de otro de sus “amos”, proveniente de la zona izquierda, que rezaba: “el bárbaro está libre…ayuda…rápido”.

Corrió Un Ojo con todas sus fuerzas y llegó puntual a la cita, cuando el “amo” en el suelo, realizaba el segundo intento por incorporarse y desenfundar su hacha para defenderse de la muerte inminente, acercándose con hambre hacia él, y trató con todas sus fuerzas, pero era demasiado tarde, Un Ojo lo había derribado y estaba encima de él. El “amo” buscó luchar, pero de nueva cuenta no había juego de azar envuelto en este enfrentamiento y lo supo en el momento de sentir unos dientes penetrar la carne de su cachete izquierdo y buscando repeler el ataque intentó usar el hacha, pero su brazo derecho estaba sometido por el siniestro de Un Ojo, siendo de mayor volumen y poderío. De pronto, los dientes agresores se retiraron y dejaron de morder, llevándose parte de la carne de la mejilla del “amo”, y cuando éste quiso defenderse con su mano izquierda, sintió un fuerte golpe en la garganta y en el costado del estómago, haciéndolo perder aire y sentir una asfixia angustiante. Trató ahora de retomar la defensa con el hacha, pero se dio cuenta que ya no la tenía y lo supo con claridad, cuando su última imagen fue la de la mano de Un Ojo empuñando el arma afilada.

Ahora estaba armado y si Un Ojo era sinónimo de invencible, utilizando las armas naturales como sus piernas, dientes, cabeza y puños, el contar con un arma artificial, lo colocaban ahora en un plano muy superior a sus nuevos contrincantes. No tuvo que voltear, pues sabía de las pisadas provenientes a su espalda con velocidad y fuerza, aunadas a un grito feroz de guerra y seguramente acompañadas por una espada desenvainada con miras a contener o eliminar a Un Ojo; a lo que nuestro campeón, por sorprendente que parezca, se limitó a permanecer inmóvil y cuando supo que era tiempo se dejó caer sobre sus rodillas, escuchando el sonido tradicional de “corte” de aire por la espada. Es decir, este otro “amo” había fallado su golpe y no había que decirle a Un Ojo que era su turno, pues su hacha en mano ya volaba hacia el cuerpo de este opresor de su libertad. Posteriormente nuestro guerrero sintió un chorro caliente en la espalda y supo que era el líquido vital de su enemigo, sumado al sonido estrepitoso de la caída en el lodo del cuerpo mortalmente herido. Un Ojo se incorporó ahora y finalizó su tarea, al ponerle fin a la vida dictatorial de este captor.

Ahora sabía su siguiente paso y era someter al jefe de todos sus “amos”, por lo que asió el hacha con fuerza y tomó un cuchillo del reciente finado enemigo y se encaminó en dirección de enfrentarlo. El jefe de los “amos” no era ningún cobarde y ya se enfilaba, con otro de sus subordinados, a contener a Un Ojo, mostrando sus espadas, bien listas para arremeter y lesionar al prisionero sin cadenas. Pero antes de que dieran un paso más, Un Ojo, les demostró otra de sus dotes de combate, al lanzar el cuchillo con velocidad y asestar en el hombro derecho del jefe, logrando así que soltase la espada, clavándose esta última en el suelo blando. Acto seguido, Un Ojo, lanzó ahora el hacha, para que la misma se alojase en el muslo izquierdo de la pierna del jefe; el grito desgarrador fue el resultado del dolor experimentado por el jefe y corriendo hacia él, Un Ojo, lo derribó con un golpe en la quijada, noqueándolo parcialmente. Fue así que nuestro guerrero recuperó el cuchillo y el hacha y volteando a ver al último de sus “amos”, le esbozó una sonrisa y en un ademán de cortesía, lo invitó a reunirse con sus otros compañeros de oficio. Este último “amo” sabía sus posibilidades, pues largo tiempo había observado los combates de Un Ojo, quien le había hecho ganar mucho dinero con las apuestas a su favor, por lo que sin pensarlo dos veces, tiró su espada y abrió sus manos en señal de no querer pelar, e inmediatamente corrió en dirección contraria a nuestro gladiador nórdico, pero siempre volteando para reafirmar que no lo siguiese para darle fin.

Las piernas de Un Ojo eran fuertes y hubiera sido muy sencillo darle alcance a este “amo” o simplemente lanzarle el cuchillo a su espalda e impedirle su escape, pero Un Ojo sabía que era bueno dejarlo ir, pues al final alguien debía contar su historia y este “amo” podría ser un buen narrador de sus logros obtenidos y comenzar así la leyenda del bárbaro campeón, invencible, con el apodo simple de: “Un Ojo”. Así que se limitó a pensar: “cobarde, pero listo, así tendrá más oportunidades de llegar a viejo”. Luego, retomó su última tarea, regresó a verificar al adolorido jefe, quien yacía todavía noqueado, por lo que lo arrastró hacia una de las jaulas y amarrando sus manos y pies fuertemente, lo introdujo a su nueva morada.

No quedaba enemigo de pie y fue entonces que Un Ojo, comenzó a recordar lo que era la libertad, así que se relajó y disfrutó la cascada de dopamina que atravesaba su cuerpo, sentándose en el pasto húmedo y aflojando el agarre en la empuñadura de sus armas artificiales. Sumido en esos efímeros pensamientos reflexivos, escuchó un parloteo proveniente de la jaula donde se encontraba el jefe y acercándose para percibir mejor lo que decía, pudo escuchar lo siguiente: “morirás Un Ojo…morirás malagradecido…irás al infierno…disfruta tu libertad momentánea…pues tu destino no es otro que morir. Piensas que eres invencible, pero desconoces algo muy importante…”. ¿Qué es eso que desconozco? Preguntó Un Ojo, a lo que el jefe respondió: “Nosotros éramos tu último reducto de salvación, nos servías y nos divertías, tus triunfos te hacían valioso y la muerte en tus manos proveía de justicia a los ladrones, violadores, mentirosos consuetudinarios y demás lacras sociales…y gracias a ello nosotros hubiéramos luchado junto a ti para detener a un nuevo enemigo, que se erige como plaga y deambula por estas tierras…”. ¿Quién es ese enemigo y nueva plaga?, replicó Un Ojo, y el jefe dijo: “se hacen llamar los evangelizadores y dicen ser portadores de la salvación y el único camino a la libertad del alma…afirmando que su Dios es ese que conducirá a los hombres al verdadero Valhalla”.

Meditó por un tiempo esas palabras emitidas por el jefe y tomó una decisión, así que acercándose a la jaula le dijo: “Yo vengo del infierno y ahora me dirijo a redimir mi alma, mi camino es hacia el Valhalla…sin embargo tú fuiste un líder déspota y autoritario, siempre que pudiste me lesionaste y me tuviste preso años, mismos que te hice ganar mucho dinero, pero ahora debo cobrar lo que me corresponde y eso es tu vida…”. Así que abriendo la puerta de la jaula y empuñando el hacha, se aproximó al jefe, quien desgastado y desangrado, intentó luchar pero solamente prolongó lo inevitable y al recibir el primer golpe certero en su abdomen, supo que su tiempo se había agotado, emanando un grito de rabia y dolor.

Acabando con la vida del jefe, Un Ojo tomó algunas de las prendas de los fallecidos y se encaminó hacia abajo de la montaña, buscando un reducto de agua y al encontrarlo, se introdujo en ella, removiendo sus ropas a pesar del frío y dejando su cuchillo y hacha escondidos. Entonces pudo beber y limpiar sus manos y rostro, mismos que estaban pegajosos y marcados con el rojo de la batalla mortal. Sumido en ese ritual, pensó que no tenía miedo en encontrar a esos evangelizadores y portadores de la verdad, con su único Dios, pues ¿quién puede tener miedo a hombres que alaban a un Dios? Cuando él tenía a varios dioses. Acaba de pensar eso, cuando escuchó pasos, no de un hombre, sino de varios, además de cánticos y rezos extraños. Estaba desnudo, pero eso no le iba a impedir pelear, sus nuevas armas estaban cerca, pero ¿habría tiempo de llegar a ellas?… Continuará…

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