Cualquiera que haya disfrutado de una deliciosa comida, no podrá negar que la excitación de las papilas gustativas resulta ser un deleite, tanto para el organismo, con el fin de seguir su correcta operatividad, como para nuestro órgano rector: el cerebro, quien a pesar de solamente contar con el 2% de la masa corporal, consume aproximadamente un 20% de la energía requerida por cada uno de nosotros, ansiando obtener su maná representado en la tradicional glucosa, con el fin de seguir generando ideas creativas.
En este sentido deambulamos, guiados por el olfato y el gusto, como si fuésemos “perros de Pavlov”, condicionados a la constante búsqueda de alimento, para el cuerpo y obviamente también para el cerebro, con el fin de encontrarlo y corroborar la delicia del manjar al contacto con nuestro paladar, saboreando el éxito obtenido.
Es así que ingerimos alimento tanto para darle energía a todo el organismo, pero sobre todo para que funcione el cerebro. Por lo anterior no es sorprendente que contemos con una necesidad, y a veces ansiedad, por consumir alimentos que contenga azúcares o glucosa, pues inconscientemente sabemos que ese monosacárido, en cantidades adecuadas, es bien recibido por nuestros disparos neuronales.
Aunado a todo esto, también resulta familiar, que cuando nos encontramos en una especie de “letargo mental”, donde nuestra capacidad de raciocinio se ve minada y nos cuesta trabajo realizar las operaciones básicas cognitivas, es que buscamos recuperarnos por medio del consumo de alimentos calóricos de rápida absorción, aunque aquí es necesario señalar que creamos picos en la incorporación de azúcar en la sangre, mismos que con la rapidez que llegan se van y nos hacen generar ansiedad, como lo señala el doctor David Ludwig, investigador de Harvard, para incorporar esa glucosa de nuevo al cuerpo.
Es por ello que los investigadores Robert Langreth y Duane Stanford, comentan que la constante estimulación de nuestro cerebro con alimentos cargados de calorías y grasas procesadas desensibiliza el circuito cerebral, e invita a que las personas tengan que consumir mayores cantidades de alimentos chatarra para mantener su estado de placer ligado a la dopamina. Por lo que establecen la tesis, en su escrito titulado: “Fatty Foods Addictive Like Cocaine in Growing Body of Scientific Research”, publicado en el sitio de bloomberg, que la comida chatarra y las bebidas azucaradas no solamente son en parte responsables del sobrepeso y obesidad en el mundo, sino que también pueden hacer al cerebro adicto a estos sabores, de igual forma que lo hacen la nicotina, la cocaína u otras drogas similares. Incluso, algunos estudios de escaneo cerebral revelan que los obesos y los comedores compulsivos muestran disturbios en su sistema de recompensa, similar a lo que sucede con los consumidores de droga.
Pero bueno, a mi parecer, gran parte de la vida la dedicamos a conseguir sustento alimenticio y gracias a los vibrantes y descriptivos recuerdos, es que algunos afortunados como nosotros, podemos escoger el alimento que vamos a degustar, dependiendo de ciertos factores, como la hora del día, el tiempo con que contemos, el dinero disponible, la accesibilidad a ciertos platillos, pero siempre imaginando que al final, cuando quedemos satisfechos, lograremos que el cuerpo aproveche lo mejor posible, cada uno de los aparentes nutrientes que le hicimos llegar a través del tracto digestivo. De ahí que cuidemos la alimentación, pero no exclusivamente para no caer en la epidemia de sobrepeso o el terrible padecimiento de la obesidad, sino que también procuremos una dieta adecuada para alimentar al cerebro.
En este contexto, localicé un artículo de Ingrid Keifer, titulado: “Brain Food” y publicado en Scientific American Mind en noviembre de 2007, donde la autora nos dice que básicamente, hablando de dietas, lo comida que es buena para el cuerpo, lo es también para el cerebro. Es decir, Keifer señala, que aunque se siguen realizando descubrimientos importantes, hasta el momento ciertos estudios señalan que una buena nutrición se encuentra ligada a contribuir positivamente a mejorar nuestro potencial intelectual. Haciendo énfasis en que un niño con mala nutrición no puede aprender ni dentro, ni fuera del salón de clases.
Entrando en algunos puntos importantes, abordados por Keifer, se remarca que el cerebro humano trabaja mejor cuando los niveles de glucosa se mantienen estables, es decir, eliminando los mencionados picos de azúcar que como vienen se van. Por lo que, de nueva cuenta Keifer, comenta la importancia de consumir carbohidratos complejos, como frutas (naranjas, peras, ciruelas, pomelos), vegetales (brócoli, espinacas, zanahorias, lechuga), granos enteros (trigo, arroz, avena), legumbres (lentejas, garbanzos, chícharos, fríjoles, alubias), en lugar ingerir azúcares simples, con el fin de estabilizar la concentración de glucosa y evitar esos conocidos lapsos mentales o de la memoria.
Además me pareció trascendente, aunque ya lo hemos escuchado, la importancia de los horarios para comer, pues la autora señala con determinación que para tener agudeza mental, hay que realizar un buen desayuno y consumir ciertos bocadillos nutritivos durante el día. Otro aspecto vital, en el escrito de Keifer, es la incorporación de hierro (espinacas) a la dieta, específicamente al torrente sanguíneo, con el objetivo de mejorar las funciones mentales tanto en niños como en adultos.
Vivimos entonces agobiados por la incesante búsqueda de comida, pero sobre todo de azúcar o glucosa, pues en su momento, funcionó para nuestros antepasados homínidos, pero se nos olvida que algunos de ellos generaron un “gen ahorrador” para enfrentar largos períodos de falta de alimento, pudiéndonos heredar el mismo, situación que en la actualidad se complica cuando, algunos de nosotros, aparentemente contamos con mayores oportunidades de realizar las tres comidas, no solamente para saciarnos sino a veces para comer con glotonería, creando cambios disruptivos en los depósitos grasos y de glucosa en el cuerpo que se traducen en transformaciones en la fisonomía del reflejo que vemos en el espejo.
Para ir cerrando esta colaboración me falta mencionar que si bien los picos rápidos de glucosa pueden causar adicción, también nos sirven cuando requerimos energía inmediata para afrontar cierta reunión, realizar un examen, escribir algún artículo, dar una conferencia, manejar el auto, caminar, al no haber comido adecuadamente y a nuestras horas, por lo que un refresco azucarado o un chocolate, va a proveer las calorías necesarias para sortear ese evento con éxito.
En relación al punto anterior me gustaría hacer mención sobre un reciente escrito de Franz M. Messerli, publicado en el New England Journal of Medicine, bajo el título: “Chocolate Consumption, Cognitive Function, and Nobel Laureates”, en donde se analiza el consumo de chocolate ligado al aumento de la cognición cerebral y que éste pueda estar ligado con los premios nobel que se obtienen por cada país. Aunque para el caso de los mexicanos, ávidos consumidores de chocolate, esto no aplica, pues no contamos con un gran número de nobeles en la población, de todas formas las conclusiones textuales de ese estudio son las siguientes: “El consumo de chocolate mejora la función cognitiva, que es una condición sine qua non para ganar el Premio Nobel, y se correlaciona estrechamente con el número de premios Nobel en cada país. Queda por determinar si el consumo de chocolate es el mecanismo subyacente de la asociación observada con la función cognitiva mejorada”.
Por último me gustaría cerrar con algunas provisiones para el “poder cerebral”, como lo llama y describe Ingrid Keifer, en donde tenemos que:
a)Carbohidratos. Proveen glucosa para energía y se encuentran en granos y frutas (manzana), vegetales.
b)Hierro. Transporta oxígeno y está en piñones, avena, espinacas, lentejas, soya, semillas de calabaza, germen de trigo, levadura, alubias.
c)Calcio. Conductor para las señales neuronales y se encuentra en la leche y derivados, legumbres, nueces, germen de trigo, semillas de amapola, brócoli.
d)Zinc. Importante para concentración y memoria, encontrándose en huevos, queso, pescado, zanahorias, papas, pan de grano entero.
e)Vitamina B1. Ayuda al metabolismo de la glucosa y en la función de las células nerviosas, podemos obtener en la ingesta de avena, germen de trigo, legumbres, nueces.
f)Omega 3. Construye membranas en las células y se localiza en el pescado, espinacas, aceite de cacahuate, aceite de soya, aceite de semilla de uva.
g)Cafeína (moderado). Dilata los vasos sanguíneos en el cerebro; aumenta la concentración y la memoria y se encuentra en el café, té negro y verde.

