
Rodrigo Soto Moreno
Nada es para siempre, pues todo tiende a expirar, a desgastarse, a fallar, a llegar a su punto de declive, para al final no ser más; esa misma condición se aplica a la vida del planeta, de nuestro sol, de las galaxias; incluso este universo tuvo un principio y seguramente tendrá un fin. Tal vez para reciclarse y formar un nuevo universo con otra combinación de sistemas planetarios, de galaxias, de materia, de partículas y antipartículas y esperemos que dé cabida para seres inteligentes, con marco ético de comportamiento, superiores a nosotros.
Sobra decir que nosotros también estamos programados para apagarnos, en donde curiosamente nuestro organismo viene precargado, con características genéticas, para dejar de funcionar correctamente y cuando llegue su tiempo apagarse por completo. Claro que aquí debemos de considerar el cuidado que demos a nuestra “carrocería y motor”, considerando la presión del estrés a la que estamos sometidos constantemente. Es decir la aparente suma de insumos genéticos y meméticos se encuentran directamente relacionados a nuestra esperanza de vida.
En este contexto hemos intentado mirar detrás del telón del Mago de Oz para tratar de comprender más sobre la genética, así como el efecto del estrés que sufrimos por el medio ambiente, entre otras cosas, con el objetivo de poder saber cuánto vamos a vivir, y la calidad de vida que vamos a tener. Con todo esto me refiero a que venimos preparados para en cierto momento dejar de funcionar y apagarnos, influenciados por la carga genética que nos heredaron nuestros padres, así como la de memes que vamos incorporando conjuntamente con el estrés oxidante de la vida.
Analizando lo que sucede con las formas de vida en el planeta y con la nuestra, hemos replicado ese conocimiento en nuestra tecnología, queriendo ahí comprender el momento en el cual cierto producto va a fallar. Por ejemplo: me he preguntado el número de veces que puedo presionar el botón central de mi celular, sin que éste termine por ceder y fallar. Esto último alimentado por nuestra obesidad tecnológica y obsesión por estar esperando un mensaje de texto nuevo.
Buscando comprender un poco sobre lo aquí descrito, encontré un artículo titulado: “Why things fail?“, escrito por Robert Capps y publicado en la revista Wired, en donde se afirma que todo eventualmente falla, se descompone o se rompe. Es decir las fallas inesperadas suceden todo el tiempo, como lo dice el propio Capps. Es por ello que los ingenieros se han dado a la tarea de entender cuándo, cómo y dónde sucederá el fallo.
Capps nos dice que el fallo de un producto es muy difícil de comprender, pues no depende solamente del uso que le da el consumidor, sino también de las propiedades intrínsecas de cada parte que componen al producto y cómo esos materiales responden a las diferentes condiciones del ambiente, especialmente al estrés que están sometidos derivado de su funcionamiento.
Los productos ligados a la tecnología viven sujetos a la Ley de Moore, en donde esperamos que cada vez sean más pequeños, más veloces, y más eficientes en el consumo de energía, con gran capacidad de procesar operaciones y la mejor forma de lograr esto, según el apunte de Capps, es enfocarse en el peso del producto.
Entonces la tarea se torna interesante porque los ingenieros buscan retardar el momento en que los productos van a fallar o descomponerse, realizando excesiva ingeniería (overengineering), es decir robusteciendo los componentes y las partes de cada producto, pero obviamente afectando el diseño y peso del mismo. Un ejemplo interesante, expuesto por Robert Capps, es el de los aviones quienes deben llevar la combinación adecuada de excesiva ingeniería, porque cualquier falla por mínima que sea tiene un alto costo.
Sin embargo como lo dijimos anteriormente, apoyados en la explicación de Capps, la excesiva ingeniería viene con un sobrepeso aplicado a los productos y para el caso del avión le resulta en perdida de eficiencia en consumo de combustible, que se traduciría en aumento de precio en los vuelos y en aumento en las emisiones de gases contaminantes a la atmósfera.
Otros ejemplos interesantes, también ofrecidos por Capps, es el caso de las laptops, siendo productos que buscan ser cada vez más delgadas y poderosas; los automóviles que buscan también ser más poderosos y eficientes en el consumo de combustibles; también las bicicletas (como las del Tour de France) que se enfocan en su desempeño y poco peso, utilizando un efecto contrario al exceso de ingeniería, es decir aplicando la mínima ingeniería (underengineering).
Ante la dicotomía de cuándo utilizar la excesiva ingeniería y la mínima ingeniería, los especialistas en este tema se apoyan de modelos computacionales que simulan las iteraciones de los productos, es decir se utilizan componentes geométricos digitales para predecir el estrés. Aunado a esto también se analiza y predice la fatiga de materiales a nivel microestructural con microscopios especializados.
Mi punto, sumando todo lo aquí descrito, es que después de nuestra experiencia y conocimiento en conocer cuándo va a fallar un producto, sobretodo aquellos ligados a la tecnología, contando con alta precisión para hacerlo, podamos entonces regresar a la medicina para intentar predecir lo mismo pero con nuestra vida, sumando las dos variables de carga genética y memética, aunado a la presión evolutiva y oxidante del estrés y del medio ambiente social que hemos construido como especie.
Por último y considerando que vamos hacia una nueva evolución, con la singularidad de Kurzweil, es que nuestra fusión con la nanotecnología y con la inteligencia artificial en simbiosis con nuestra inteligencia humana, seguramente nos permitirá saber cuándo vamos a fallar, a apagarnos y por ello podremos movernos a un nuevo “receptáculo” y escapar de la muerte celular programada o apoptosis, así como de las enfermedades terribles para el ser humano como es el caso del cáncer y de epidemias como la obesidad y diabetes.
Pero por lo pronto seguimos destinados a fallar y desconectarnos de esta realidad; así que la recomendación es carpe diem…y disfrutar el seguir respirando.
