
Rodrigo Soto Moreno
Hace algunos años escribí un artículo titulado: “El Antropoceno, un nuevo período en la historia terrestre”, en donde describía al Antropoceno y su efecto en el cambio climático de nuestro medio ambiente y obviamente en el planeta Tierra.
Hablar del Antropoceno es referirnos a la época de los seres humanos, que da por terminado a la época anterior, es decir el Holoceno. Algunos científicos señalan que el inicio de esta época podría situarse con la Revolución Industrial, sin embargo otros se van más atrás, aludiendo a que surge con la agricultura.
El punto central de esta época humana es que antes éramos meros espectadores del trabajo de la naturaleza y ahora parece ser que competimos con ella para marcar la tendencia en relación a las mutaciones y extinciones de las especies, como si hubiésemos acelerado, bajo nuestros términos, la supervivencia del más apto, recordando a Charles Darwin.
Hablamos entonces de una era en donde el impacto del hombre se ha registrado de forma dramática en el medio ambiente, esto mucho tiene que ver con el aumento de población de los seres humanos. El biólogo E.O. Wilson comenta que “el patrón de crecimiento demográfico en el siglo XX se dio a una tasa más bacteriológica que primate”, donde él mismo calcula que la biomasa humana (materia acumulada de un individuo) es 100 veces mayor que la de cualquier otra especie de animales grandes que haya existido en el planeta.
Uno de los grandes problemas del Antropoceno es que no hemos respetado el principio básico de la naturaleza, que se refiere a trabajar cooperando entre especies mediante la simbiosis o endosimbiosis. Es decir, en nuestro paso y de forma intencional o por accidente, hemos extinguido a un gran número de especies de animales y plantas. Incluso ahora mismo estamos poniendo en peligro a la Vaquita Marina, con tan solo 30 ejemplares en el mundo, y esto debido a la pesca ilegal que se realiza en el Golfo de California (México), y con esto pareciera que la estupidez humana no tiene límites, parafraseando al gran científico Albert Einstein.
Podríamos entonces inferir que hemos olvidado que la naturaleza respeta a todas las formas de vida, así como a cada organismo, a cada elemento, molécula, partícula y átomo, al igual que a cada materia y antimateria, a la energía y materia oscura, pues todos cumplen un rol asignado y cubren un nicho determinado, ya sea físico, químico o biológico, dentro del plan maestro del Cosmos.
Ahora también no todo ha sido negativo en nuestro deambular por el planeta, pues hemos construido maravillas como las pirámides Mayas, fuimos capaces de elaborar delicadas y bellas sinfonías de música clásica, modificamos las plantas para garantizar nuestra alimentación, estamos construyendo naves para escapar de la Tierra con miras a terraformar Marte u otros planetas, la inteligencia artificial potenciará nuestros disparos neuronales de forma exponencial y seguramente trasladaremos nuestra capacidad de conciencia y del tradicional “pienso luego existo” de Descartes a un receptáculo cibernético hecho en un nuevo lenguaje de ceros y unos, al igual que con secuencia de ADN con las tradicionales A, C, G y T.
Por lo anterior seguramente en el futuro cercano, estaremos hablando de una nueva época en donde sintetizaremos el conocimiento y el nuevo lenguaje de la evolución será aquel entrelazada en ceros y unos, secuenciación de ADN (A, C, G y T) y el código computacional de programación. Logrando esto, tal vez pensemos que somos capaces de comunicarnos con los dioses e incluso pensar en demostrarle a Plotino que no nos encontramos en medio de bestias y dioses, sino que podemos convertirnos en estos últimos.
Pero dando unos pasos atrás en esta colaboración de divulgación científica, me gustaría poner especial atención al momento en que descubrimos la agricultura, hace aproximadamente unos 10,000 años, y recordar que si bien aumentamos en número y pudimos cooperar como Sapiens gracias a los cultivos; también iniciamos la esclavización de otros seres humanos, así como la explotación y masacre de muchos animales. Claro haciendo hincapié que el fuego y la cocción de la carne, nos permitió el acceso a una deliciosa proteína que expandió nuestro cerebro y obviamente las ideas creativas de muchos Sapiens.
Sin embargo, la agricultura que nos unió para establecer los primeros esbozos de cooperación y expandir la civilización humana, también ayudó que los pseudo Sapiens, no brillantes, sino más bien zopencos, pudiesen esconder su ineptitud entre la multitud creciente. Burdamente el ejemplo que podemos utilizar es similar a cuando se encarga un trabajo de equipo escolar, donde tenemos un grupo de 5 individuos y en promedio sucede que uno o dos de ellos no realizarán trabajo alguno, sino simplemente obtendrán “gratis” su calificación gracias al desempeño del promedio de sus compañeros de equipo. Hablamos de individuos, por un lado, que reciben beneficio del grupo, pero no hacen nada por el equilibrio social, y por otro a aquellos que explotan al grupo y también reciben beneficio sin merecerlo.
Parafraseando a Douglas Hofstadter, nosotros los Sapiens somos un bucle extraño de información genética, sometidos también a la presión de la evolución y ligados a las interacciones con los memes sociales que se van impregnando en la cultura de las diversas poblaciones humanas. Con una gran capacidad creativa y de inteligencia para resolver problemas bajo la administración de recursos escasos mediante la programación lineal y la teoría de juegos, suponiendo un premio a aquellos quienes cooperen y un castigo a los polizontes que no se integran al beneficio grupal.
Hablando de los primeros Sapiens, de los cuales nos habla Yuval Noah Harari, eran expertos en conocer su territorio, en determinar las plantas comestibles y aquellas venenosas, con amplia capacidad para seguir el rastro de una presa y evitar a otros depredadores más poderosos y con la fortaleza y resistencia física como cualquier atleta de alto rendimiento de la actualidad. Hombre a hombre, el primer Sapiens era mejor que el actual, pero en grupo nosotros somos mejores que los primeros.
Nuestra facilidad de cooperación grupal ha logrado que potenciemos nuestros disparos neuronales creativos, similar a lo que sucede cuando conectamos varias computadoras en red o cuando utilizamos Wikipedia o al señor Google en internet para saciar una duda. Ciertamente hemos superado a los primeros Sapiens, pero ojo solo de forma grupal, no uno a uno. Logramos superar la relación de 150 individuos del número de Dunbar para relacionarnos con más personas, sino solo demos una vista a nuestras redes sociales, así como a la cantidad de información que procesamos en nuestro trabajo o rutina de lectura.
Sin embargo, ese acelerado desarrollo tecnológico y el ansia desmedida por poder y dinero está teniendo un alto costo en el futuro de nuestra evolución y nos coloca en una encrucijada muy interesante.
¿Cuál ha sido el costo?
El más conocido es el cambio climático, el aumento de la temperatura del planeta, la sequía y por ende la modificación del paisaje natural, así como la extinción de flora y fauna. Traicionamos entonces la simbiosis con la naturaleza, destruimos el hábitat de plantas y animales, además de torturarlos y explotarlos a nuestro antojo no solo para alimento, sino también para aspectos lúdicos. Pero además, sin darnos cuenta, es muy probable que estemos poniendo en riesgo a los Sapiens que nos trajeron progreso y que fueron el último vestigio de búsqueda de simbiosis con los seres vivos, para dejar libre paso a que los pseudo Sapiens tomen el control del planeta.
Todo eso podría parecer ciencia ficción, pero los invito a observar el accionar de muchos gobiernos del orbe, donde parece que la inteligencia ha perdido mercado, y ya no hablemos del conocimiento científico y tecnológico, mismo que ha sido socavado por supersticiones, por la astrología, por la pseudo ciencia y que todo esto peligrosamente nos empuja hacia una nueva era de oscurantismo, pues ya estamos muy inmersos en el pantano del analfabetismo funcional.
En resumidas cuentas estamos deformando el camino evolutivo, no solo con las laceraciones en los ecosistemas que hemos hecho gracias al Antropoceno, sino también estamos poniendo en riesgo nuestro futuro científico y tecnológico, así como el de las futuras generaciones, como lo predijo Carl Sagan, quien argumentaba acertadamente que nuestro progreso está ligado al conocimiento científico y tecnológico y que si la población en general se desentiende de este tema, entonces ¿quién está tomando las decisiones en materia de ciencia y tecnología? ¿Quién determinará el futuro de las nuevas generaciones? ¿El gobierno? ¿El congreso? ¿Los diputaos? Seguramente que no, pues hay muy pocos que entienden el tema científico y tecnológico.
La propuesta para revertir esto no es simple, pero se debe empezar por construir un sistema de cooperación científica y tecnológica en donde el código central sea un kernel protegido, patentado, y el resto esté disponible para que por medio de código abierto se pueda aumentar las capacidades y beneficios de ese producto, servicio y programa desarrollado, aunado a como lo dijimos la creación de un nuevo lenguaje, aquel compuesto por ceros y unos, por la secuencia de ADN (A, C, G y T) y el código de programación computacional, para que como bucle de información erremos, iteremos y aprendamos, con el fin de ir creando los cimientos biológicos, físicos, químicos y tecnológicos del nuevo Sapiens, tal vez refiriéndonos al Homo Deus de Yuval Noah Harari, pero asegurándonos que tenga más genes de explorador científico y menos de conquistador.
