Es de reconocer y aplaudir que los primeros cinco años de mi educación, estuvo a cargo de un matriarcado, empezando por mi bisabuela Ena, mi abuela Ena y mi tía abuena Elodia (Yoyi de cariño), aunque también conté con diferentes figuras paternas, como mi bisabuelo Félix, mi abuelo Abraham y mi tío abuelo Félix.
Lo poco que tengo de fidelidad en mi memoria, me transporta a momentos donde, después de mis labores escolares, podía visualizar a mi bisabuela Ena, mi abuela Ena y mi tía abuela Yoyi, trabajar en la cocina, ya fuese espulgando los frijoles para quitarles piedras o impurezas, cuidando la cocción de una sopa en la estufa, preparando agua fresca de limón o naranja, lavando verduras para agregarle sabor y fibra a los alimentos, así como sazonando una carne de res cuidadosamente escogida en la carnicería, pues su fama trascendía fronteras, al deshacerse en la boca al contacto con los dientes; estoy seguro que mi hermano, aun siendo una especie de vegetariano budista, estaría deseoso por degustar tan placentero manjar, haciendo una pausa a sus recientes principios alimenticios.
Todo ese proceso culinario, de casa de mi bisabuela, era cuidado delicadamente, siempre tomando en consideración a los alimentos, pues eran casi en su totalidad frescos, al ser adquiridos en los mercados circunvecinos o en el central del pueblo, cerca del palacio municipal de Coatepec. La preparación de la comida, aunque no me consta al ciento por ciento, iniciaba temprano, creo que por ahí de las 10:30 de la mañana, cuando mi tía abuela Yoyi se encaminaba a enfrascarse en un estilo de negociación de compra y venta árabe, al regatear los precios con las marchantes y los marchantes, en los diferentes mercados ambulantes que se topaba. Tal vez de ese cariño y de esa diversidad de cosechas, aunado a una excelsa forma de preparación de los alimentos, es que la comida que tuve el honor de ingerir, representó un maná para mi sentido del gusto, de ahí mi argumento centrado en la posición de que difícilmente podré probar algo tan delicioso en lo que me resta de vida.
Después de los rituales costumbristas de esa época, como era rezar, leer, ver la televisión, practicar algún deporte, jugar cierto juego de mesa; siempre esperaba con ansias el momento de sentarme a la mesa para deleitar mi paladar con el juego de combinaciones preparadas por mi bisabuela, abuela y tía abuela. Estando seguro de que mi bisabuelo, mi abuelo y mi tío abuelo también compartían mi gusto, comprobado al observar sus rostros con los primeros bocados, así como escucharlos agradecer ese alimento a todas las cocineras involucradas.
Fue así que mis alimentos, durante mis primeros años de vida, estuvieron más que bien resguardada y balanceada por el matriarcado a cargo de mi educación. Desde muy pequeño comprendí que mientras mi bisabuela, mi abuela y mi tía abuela se encargaran, aunque fuese por separado, de la preparación de los alimentos, éstos se encontraban asegurados en la mesa y por ende nunca nos faltarían. Era realmente magia, lo que podían lograr con unos cuantos pesos en sus bolsas, pero sobretodo creativo a la hora de realizar el proceso químico en la cocina, en la resultante del producto final.
Valga esta digresión para comentar en relación a una información gráfica, de la que me percaté recientemente en The Economist, titulada: “Eat better? Let women do the work…”, en donde entre muchos datos, se nos dice que de acuerdo a la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura (FAO), se estima que si las mujeres tuvieran acceso a los mismos recursos productivos que los hombres, es decir mejores semillas, fertilizantes y fungicidas, se podría incrementar su producción en un 20 a 30 por ciento. Además, refiere el mismo escrito, existe un 43 por ciento de mujeres agricultoras, a nivel global, entonces se podría incrementar el total de los productos agrícolas en el mundo, entre un 2.5 a 4 por ciento, por ende reduciendo la hambruna en el planeta, en un 12 a 17 por ciento, según datos de la FAO.
Ya había leído en relación a que las mujeres, son las mejores candidatas a microcréditos, pues son las mejores pagadoras en tiempo y forma, también he leído que el educar a una mujer, garantiza que sus hijos también sean educados, elevando el nivel educativo de cierta zona o comunidad, y ahora al leer lo anterior me queda claro que debemos darles más oportunidades a las mujeres, para que con sus estrategias, a su mero estilo de recolectoras, puedan mejorar las condiciones de riqueza y alimentación en el mundo.