Nos encontrábamos en una especie de letargo, divididos y sin propósito colectivo, pero está claro que en cierto momento nuestros ancestros unicelulares decidieron cooperar entre sí y fue entonces que surgieron organismos multicelulares y después de un complejo proceso evolutivo de millones de años, emergimos nosotros los seres humanos.
Posteriormente, como lo hemos dicho en otras colaboraciones, en nuestro encuentro con la naturaleza fuimos aprendiendo, aunado a las interacciones con otros seres vivos y con los de nuestra especie, pero sobre todo iteramos como sistemas complejos para alcanzar la aparente cúspide, de a veces efímera, creatividad para un bien común.
Pero todo lo anterior tuvo un costo, es decir, por cada pincelada de belleza en los cuadros de Da Vinci, por cada revelación en la física del universo relativo de Einstein, por cada cálculo matemático de Gödel, por cada vida que ha salvado la penicilina de Fleming, por cada poesía de gol de Maradona, se produjo a la par una dosis de estrés. En resumidas cuentas me refiero que existe una línea delgada entre un momento eureka de éxito y una situación de estrés que derive en ansiedad y depresión crónica.
Como lo dicen Mathias V. Schmidt y Lars Schwabe, en su artículo: “Splintered by Stress: The Good and Bad of Psychological Pressure”, publicado en Scientific American, las hormonas del estrés como el cortisol y la adrenalina, pueden contribuir a facilitar u obstruir la memoria. Los investigadores se refieren a que las hormonas del estrés pueden fortalecer o debilitar las conexiones, entre las células nerviosas del cerebro.
Tal vez de lo anterior podemos inferir, que muchas de las personas que triunfan, pueden ser aquellas que tienen gran capacidad de controlar su estrés y focalizarlo en momentos de creatividad, para evitar caer en ansiedad o depresión por cierta situación frustrante.
Meditemos un poco lo aquí descrito, desde que nos levantamos o incluso antes de hacerlo, en nuestros sueños, en cada una de nuestras actividades somos embestidos por el estrés, enfrascándonos en una lucha interminable con el mismo, ya sea en el trabajo, en el hogar, con amigos, compañeros o familiares, siempre tenemos que lidiar con cierta dosis de estrés y está en nosotros determinar el grado de lesión que nos puede provocar.
Después de todo esto, pareciera que es mejor vivir bajo el esquema en donde la ignorancia es una bendición, como lo dijo Thomas Gray en su poema; pues visto desde esa perspectiva, mientras menos sabemos o menos nos esforzamos, entonces seguramente menos estrés tendremos.
Desde mi punto de vista, la opción está tomada, pues decidimos despertar del letargo, interactuar e iterar, sobresalir, utilizar nuestra tasa de procesamiento neuronal para convertirnos en seres inquisitivos y creativos, con el fin de seguir experimentando y aprendiendo, dejando legados somáticos y extrasomáticos de sabiduría.
Para finalizar quiero decirles que no debemos ver al estrés como enemigo, sino como precursor e impulsor responsable, en dosis pequeñas, de sacarnos de nuestro círculo de confianza o comodidad, para explotar nuestro potencial y lograr momentos eureka de creatividad.
Diariamente debemos pensar en derrotar al estrés, parafraseando, por ejemplo, la filosofía del gran maestro Nietzsche quien dijo: “lo que no me mata, me hace más fuerte”. Además de hacer ejercicio para eliminar nuestras tensiones y toxinas que dañan nuestro cuerpo y nublan nuestra razón, haciéndonos presos de la emoción.
