La pérdida de tiempo en escoger la ropa.

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Inevitablemente perdemos mucho tiempo en la toma de decisiones para vestirnos todos los días, tratando de escoger las mejores “plumas” y “máscaras” para salir a enfrentar los embates de la sociedad, obteniendo las comunes aprobaciones de nuestros pares y buscando ser aceptados por aquellos círculos a los cuales ansiamos pertenecer.

Para muchos individuos esto representa una forma de presumir su poder adquisitivo, al ostentar diferentes marcas en las cambiantes combinaciones que nos muestran diariamente, incluso logrando no repetir la indumentaria, por miedo a ser relegados o criticados por las altas esferas sociales.

Sin embargo desde mi opinión, tenemos por un lado la idea de vender nuestra imagen por medio de la vestimenta que elegimos a diario, aludiendo al dicho de “como te ven te tratan”; mientras que por otro lado contamos con la opción de vender nuestra tasa de procesamiento neuronal o las ideas que pululan en la mente, en ocasiones representadas en bienes o servicios.

Pero ¿qué resulta mejor? ¿Vender la imagen con un buen traje? O ¿vender nuestro intelecto, nuestra inteligencia? De acuerdo al escrito Suitable Disruption, publicado en The Economist, se nos explica que el emprendedor e inversor de capital de riesgo, Peter Thiel, cuenta con una recomendación simple y efectiva para decidir si invierte o no en cierto empresario tecnológico. El consejo es simple, de acuerdo a Thiel: “no hagas negocios con personas vestidas en traje”.

En este tenor recuerdo hace tiempo cuando asistí a una conferencia de Kjell A Nordström y Jonas Ridderstrale, donde estos expositores llegaron a presentar sus ideas sobre el Capitalismo Karaoke y otras revolucionarias sobre la economía y los mercados, vestidos con simples pantalones vaqueros, una playera negra y cómodos tenis o mocasines; argumentando que no necesitaban un gran traje (plumas) para interesar al público en lo que nos iban a exponer. Punto que resultó ser cierto.

Curiosamente cuando vamos a solicitar trabajo, pedir un crédito o préstamo, no resulta extraño que nos refugiemos en un traje fulminante, ostentoso o caro, para crear esa imagen etérea de triunfo o para darle certeza a quienes queremos venderle nuestro producto o servicio de que somos unos triunfadores.

Pero volviendo al escrito en The Economist, resulta que si algún individuo va cubierto con un traje muy formal y correcto, aludiendo al manual de Carreño, es sinónimo de que el producto o servicio que ofrecen no es tan robusto y debemos recurrir a otra estrategia mercadológica de vestirnos de traje para compensar la baja calidad de nuestra oferta. Sobre todo, repito, hablando en cuanto al invertir capital de riesgo en empresas de tecnología.

Por otra parte se dice que aquellas personas que se visten de forma más relajada, desaliñada, con un poco de barba crecida, pelo despeinado o rebelde, utilizando ropa más cómoda, aludiendo al estudio realizado en Harvard denominado: Red Sneakers Effect (donde un profesor gana prestigio al utilizar “sneakers rojos” o converse rojos versus sus colegas vestidos con traje y zapatos tradicionales) refleja que esa persona está muy segura de sí misma  y cierta de que su producto o servicio es disruptivo, triunfador, es decir excelente, y por ende no requiere otras “plumas” adicionales a su vestimenta, como ese traje ostentoso o caro, para vender, pues el producto o servicio se vende solo y no se tiene uno que esconder bajo la ropa o como el Mago de Oz detrás de un telón.

Continuando en este contexto resulta interesante observar que se nos exige cierto grado de formalidad para desempeñar una labor en particular, como el traje riguroso para aquellos individuos que trabajan en Wall Street, así como para diversos políticos o para laborar en algunas empresas donde el código de vestimenta es muy importante, pero se nos olvida que no es más importante destinar capital a un traje, sino más bien procurar y cultivar el capital intangible, el capital intelectual, que sobrepasa nuestra forma de vestir. Es decir resulta más fácil defenderme o venderme en la jungla de asfalto con mi intelecto, con mi tasa de procesamiento neuronal versus a depositar mi suerte en la vestimenta que traiga puesta.

Desde esta perspectiva si estoy confiado y seguro sobre la calidad de mi producto o servicio, y estoy cierto de que mi intelecto es lo suficientemente fuerte para competir en el mercado, entonces no requiero una vestimenta tradicional ostentosa y elaborada como un traje; pues caso contrario es sinónimo de que busco utilizar “plumas” falsas para esconderme en esas ropas y maquillar cierta carencia en la tasa de procesamiento neuronal.

Al final del día es que resulta mejor venderse y defenderse con la mente versus utilizar simplemente la vestimenta. Para finalizar les recuerdo, como lo leí en un escrito de Jacquelyn Smith publicado en Forbes, que Steve Jobs y Albert Einstein contaban con un gusto particular para vestirse similar, el primero con jeans y un camisa negra con cuello de tortuga y el segundo con trajes grises, con el fin de evitar la monótona tarea de tomar decisiones sobre el qué ponerse y mejor utilizar el procesamiento neuronal para decisiones más trascendentes en sus vidas diarias. Aunque en ocasiones es casi imposible evitar utilizar un traje.

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