Rodrigo Soto Moreno
Muchos de nosotros, desde iniciado el camino en el proceso cognitivo, es decir en el momento donde tomamos el aparente control de nuestra mente y podemos, con seguridad, comprender nuestra existencia, la de otros, así como inferir los pensamientos de nuestros semejantes y algunos seres vivos, buscamos desenfrenadamente una apuesta segura.
Es decir, después de reaccionar ante cierto estímulo, muy probablemente al tener un momento eureka de éxito, queremos con ansia repetirlo, ya sea de forma gradual, espontánea, metódica, pero sin lugar a dudas volver a sentirlo. En este tenor, no es raro introducirnos en los rincones creativos de la mente para elucubrar la estrategia perfecta, con el objetivo de no errar en el camino hacia la obtención de las dulces mieles del triunfo.
Sin embargo, lo cierto es que no existe una ruta infalible, ni tampoco un camino libre de obstáculos, para conseguir el éxito deseado. Lo existente, comprobado por mis efímeros e inexpertos 36 años de vida, es un enfrentamiento cotidiano con la vida, donde seguramente ella nos dará lecciones, muchas veces más que nosotros a ella. Hablo en el sentido de que muy probablemente conoceremos primero el fracaso, antes del éxito. Tendremos primero una palmada en la espalda, a modo de consuelo, antes de escuchar los aplausos del triunfo bien logrado.
Razonando en estos términos, el camino hacia el conocimiento debe ser errar, posteriormente iterar y por último aprender. Siempre dándole la bienvenida a todos los fracasos, pues de ellos obtenemos al final la sabiduría y fortaleza necesarias para continuar absorbiendo bits y bytes de información del mundo y la sociedad que nos rodea, usándolos en nuestro beneficio para cuando nos encontremos con situaciones similares.
Continuando con esta colaboración y sin ánimo de desalentar, la única apuesta segura es caernos o fracasar, para posteriormente aprender a levantarnos. En este punto me gustaría hacer énfasis, en lo descrito por Nassim Nicholas Taleb, en donde nos apunta a detectar los pequeños golpes de la vida, para abrazarlos, disfrutarlos, saborearlos, con el ánimo de que es mejor tener constantes caídas con raspones leves a enfrentarnos a un golpe fuerte y certero del cual no podamos levantarnos.
Lo anterior nos va a permitir, sin lugar a dudas, a soportar mejor el estrés de vivir, engrosando la coraza de nuestra mente y pudiendo de esa forma no desistir en las metas que queremos conseguir, sino mantener la constancia hacia las mismas, a pesar del camino sinuoso enfrente de nosotros. Aquí vale la pena recordar la frase de Thomas Alva Edison cuando trataba de hacer un foco y no lo lograba, sin embargo, después de varios intentos lo logró. Para esta aventura nos dice textualmente: “No fracasé, sólo descubrí 999 maneras de cómo no hacer una bombilla”.
Para ir cerrando esta colaboración podemos decir que las personas exitosas son aquellas que mejor manejan el estrés de vivir, teniendo claro lo que es ganar y perder, sacando siempre provecho de ambos, obteniendo aprendizaje. Al final creo que el mensaje puede ser similar a lo dicho por Rudyard Kipling: “Al éxito y al fracaso, esos dos impostores, trátalos siempre con la misma indiferencia”.
