Desde muy pequeño tuve una gran fascinación por los animales, recuerdo que mi Padre, cuando venía de la ciudad de México, en donde trabajaba y estudiaba, a Veracruz, me llevaba a un zoológico en el fraccionamiento “Las Animas” y ahí podíamos ver a diversas criaturas del reino animal y también vegetal. Particularmente me llamaba la atención un tigre, por la majestuosidad del ejemplar, su dentadura, sus garras y sus manchas en la piel.
Mi Padre siempre nos entusiasmó, a mis hermanos y a mí, a conocer de cerca a la naturaleza y para ello le gustaba regalarme diferentes mascotas. En una ocasión, estando yo en el kínder en la ciudad de Coatepec, mismo que se llamaba, desconozco si todavía existe, “Rosas de la Infancia”, me trajo un ratón blanco de laboratorio, mismo que había rescatado de las garras autoritarias de los investigadores médicos y le había encontrado una mejor vida en una caja de zapatos bajo mi cuidado.
Claro que el regalo fue una sorpresa para mí, pero fue aún más sorpresa para mis maestras del kínder, pues me lo dio por una ventana del salón de clases mientras impartía su curso una de mis profesoras. Caso contrario con mis compañeros de estudio, pues muchos de ellos estaban asombrados y contentos de poder ver un ratón blanco tan cerca y muchos de ellos se apresuraron a acariciarlo para comprobar si era de verdad.
El fin del ratón fue mejor del que hubiera tenido seguramente en mis inexpertas y jóvenes manos, pues al verlo mi tía abuela Yoyi y mi bisabuela Ena, con quienes vivía porque mis padres practicaban medicina en la ciudad de México, decidieron dejarlo ir y que fuera libre. Además de que no eran muy afectas a ese tipo de animales.
A partir de ahí tuve un sinfín de mascotas, desde perros, serpientes, cangrejos, tortugas, peces, borregos, gallinas, pollos, patos, gansos, entre muchos otros. Lo importante de toda esta experiencia fue el impacto que tuvieron cada uno de esos animales y que siempre me mostraron que cada uno de ellos estaba vivo, sentía y debía ser respetado con el derecho inalienable a la vida digna en simbiosis con nosotros los seres humanos.
Continuando con este tema, el día de hoy busqué algo relacionado en el portal de Scientific American y logré localizar el siguiente escrito: “Guest Post! Let’s Educate Kids About Animals” de Jason G. Goldman. En el principio el autor confiesa su fascinación por los animales y sus buenas experiencias con ellos, pero también nos remarca que los niños muestran una clara tendencia a maravillarse con los animales, además de que sorprendentemente su contacto con los mismos, ayuda a que mejore su desempeño escolar así como sus relaciones sociales.
Goldman comenta que en el estudio: “Preschool Children Require Fewer Instructional Prompts to Perform a Memory Task in the Presence of a Dog” de los autores Gee, Nancy R.; Crist, Elise N.; Carr, Daniel N., se encontró evidencia de que los niños en preescolar se desempeñan mejor en exámenes de memoria, cuando está presente con ellos un perro amigable, que cuando hicieron el mismo examen en compañía de un ser humano.
Por otro lado Goldman nos ofrece otro ejemplo con otro estudio: “Social Effects of a Dog’s Presence on Children with Disabilities” de los autores Esteves, Stephanie Walters; Stokes, Trevor, en donde se encontró que los niños con discapacidades para el desarrollo de aprendizaje, participan de forma más proactiva en sus actividades escolares cuando se encuentra un perro entrenado en su salón de clases, que solamente estando con el profesor.
De igual forma, otros estudios señalan que la presencia de un perro en un salón de clases, ayuda a la cohesión social de los estudiantes, entre ellos mismos y hacia el maestro según Goldman. La experiencia personal de Jason G. Goldman, es que los niños en edad preescolar son más propensos a compartir sus “stickers” (calcomanías) o pegatinas (que son muy valiosas a esa edad) con un perro vivo, que con un robot o un perro de peluche. De esa forma, Goldman, concluye que los animales, particularmente los perros, pueden contribuir positivamente al refuerzo de las relaciones sociales en el salón de clases en estudiantes de preescolar.
Además se ha encontrado, de nueva cuenta tomando datos de Goldman, que los animales reducen los signos psicológicos del estrés, cuando un niño va a consulta con un doctor o al hospital. Sumado a esto, nos dice Goldman, el salón de clases puede ser un lugar de estrés para el estudiante, pero si ayudamos a los mismos con mascotas entrenadas, podemos lograr que ese lugar de estrés se convierta en un lugar verdadero de aprendizaje y motivación para asistir por parte del estudiante.
Pero otro de los puntos, que me pareció más importante del escrito de Goldman, es que mientras más niños tengan contacto con los animales, los aprecien, los quieran, sonrían con ellos, menos propensos serán esos niños a lesionar a los mismos, tanto cuando son pequeños como cuando se conviertan en adultos, pensando así en que podemos reducir el abuso animal que tanto nos molesta a algunos seres humanos.
Sería muy interesante que se estudiara lo anterior en los salones de escuelas mexicanas, para probar si realmente ayuda en el aprendizaje de los alumnos y en sus relaciones sociales. Por lo menos creo que para los niños sería una clase inolvidable.
