En cierto momento de nuestro caminar evolutivo se nos olvidó la importancia de estar en simbiosis con todos los seres vivos y en general con la madre naturaleza. No solamente porque ayudamos a mantener un equilibrio entre las especies del planeta, ni tampoco porque potenciamos nuestra propia supervivencia, sino que se nos olvida la felicidad que nos puede generar el estar cerca del campo y ser partícipe, en primera fila, de la maravilla de la creación, así como de la justicia salvaje de los animales que en ocasiones despliegan mayor cooperación y altruismo que los seres humanos; sin olvidar al reino plantae que se aferran a la vida en situaciones inhóspitas, que parecen imposibles y que como lo dijimos en otros escritos existen árboles como el Pando, que tienen mucho más tiempo en la Tierra que nosotros.
En este tenor, contrariamente pensamos que la felicidad proviene del dinero, sobre todo porque como muchos analistas lo han pensado, es común inferir que a mayor ingreso existe menos sufrimiento porque las necesidades básicas del ser humano están cubiertas y se inicia un camino a satisfacer necesidades de lujo o superfluas. Parte de este razonamiento es el que ha imperado en investigadores de la ONU, que se han dedicado a estudiar el Producto Interno Bruto para correlacionarlo con la felicidad de una nación, situación que se describe en el artículo de Mark Fischetti, publicado en Scientific American y titulado: “Being Happy: Social and Natural Factors Are More Important than Money (Especially in Costa Rica)”.
Pero de acuerdo a lo mencionado por Fischetti, un nuevo estudio de Roly Russell científico del Instituto Sandhill para la Sustentabilidad y Complejidad en Britihs Columbia, el capital humano (es decir estructuras sociales) sumado con el capital natural (la naturaleza), son más determinantes en la felicidad de un pueblo que el capital financiero (ingresos).
De acuerdo al trabajo de Russell, se estudiaron 248 variables, dentro de 3 grandes grupos divididos en: financieros e infraestructura (que incluye PIB, así como ahorros domésticos), en el segundo grupo aspectos humanos y sociales (como años de estudio y libertad de elección) y en el tercer grupo la naturaleza (comprendiendo el medio ambiente y acceso a los recursos naturales). Posteriormente Russell correlacionó esos grupos de las variables con el nivel de felicidad de los habitantes de diversos países.
Siguiendo en el escrito de Fischetti, los resultados obtenidos por Russell señalaban de forma preliminar que el capital financiero tenía casi el 50% de la felicidad en lo individuos, pero por otro lado el capital social y natural representaron, cada uno dos tercios de la diferencia en felicidad. El principal ejemplo es Costa Rica que tiene el mayor índice de felicidad de 123 países y cuenta con uno de los más bajos PIB en el mundo.
Russell concluye que los países, al trabajar en políticas para mejorar la felicidad de sus habitantes, deben considerar otros factores y no solamente el económico. En palabras de Russell: “el camino a la felicidad de un país puede involucrar mayor atención en mantener o promover sistemas sociales y naturales saludables, y menos en producir más cosas”.
Pensando en un esquema como lo dicho por Tyler Durden en el Club de la Pelea, pensamos que por tener más dinero y más poder adquisitivo, vamos a ser más felices, pero se nos olvida que el dinero y las cosas que poseemos, nos terminan por poseer y dejamos a un lado las valiosas relaciones humanas que fomentan y reparan el tejido social, así como nuestro vital encuentro con la naturaleza para comprenderla, para transformar el medio ambiente en el que nos desenvolvemos, siempre en simbiosis con todos los seres vivos. Viviendo con menos cosas y más apegado a otros seres humanos con nuestra misma forma de pensar, ligados a la maravilla de la creación de la Madre Naturaleza puede aliviar el estrés, la ansiedad y potenciar la sonrisa que llevamos dentro.
