Rodrigo Soto Moreno
Bueno pues aquí estamos contentos y agradeciendo un día más de vida en este planeta Tierra. Comento lo anterior por toda la especulación y el gran show mediático que se generó, gracias a la mala interpretación del calendario Maya.
En este sentido no debería de sorprendernos que los medios de comunicación utilicen todos estos artilugios con sensacionalismo, para atraer público o aumentar así su audiencia fija. No voy a entrar en la discusión de lo que esperábamos con este supuesto fin del mundo, que realmente fue un cambio de era, es decir un ciclo nuevo en la percepción Maya, sino mas bien voy a tratar de analizar el porqué de este disfrazado gusto por cataclismos en la mente de nosotros los seres humanos.
Para el neurocientífico Shmuel Lissek, de la Universidad de Minnesota, la respuesta se puede encontrar en el antiguo mecanismo evolutivo del miedo, mismo que ha servido a diversos seres vivos, particularmente los mamíferos, para reaccionar con rapidez ante cierta situación de riesgo, con el fin de ponerse a salvo y evitar alguna lesión, o peor aún, la muerte.
Como lo explicar el propio Lissek, aquí la amígdala toma el control del cerebro y activa la respuesta del miedo, antes de que otras zonas corticales puedan intervenir para valorar la situación de forma más racional.
Por otro lado, el mismo Lissek, ha encontrado que ciertas personas con experiencias traumáticas, así como aquellos fieles seguidores del término apocalipsis, encuentran gran placer cuando ven que existe un supuesto “orden superior”, traducido en cierta profecía, como es el caso de los Mayas, en donde el fin es inminente y de esa forma, al tener un grupo mayor de individuos afectado por el mismo síntoma fatalista, estas personas encuentran tranquilidad en su interior.
Además, siguiendo con las investigaciones de Lissek, en colaboración con el doctor Christian Grillon, dentro del Instituto Nacional de Salud Mental, se ha encontrado que cuando cierta experiencia dolorosa es predecible, al final los seres humanos nos relajamos. Es decir, como ejemplo ellos argumentan, que si recibimos un choque eléctrico de forma constante y determinada en un tiempo específico, lograríamos estar relajados porque ya sabemos que es lo que nos espera. En este tenor, lo que Lissek ha inferido es que el ser humano quiere liberarse de la incertidumbre que proviene de ciertas situaciones o acciones en su vida.
Continuando en el tema, de acuerdo a la psicóloga Karen Douglas de la Universidad de Kent, en sus estudios de teorías de la conspiración, se ha encontrado que diversos individuos disfrutan del placer que les confiere sentirse poseedores de cierta información privilegiada y reservada al resto de la población. Por ello es que se sienten gratos de saber más acerca del fin del mundo que otros inexpertos en el tema. Es curiosamente una satisfacción de contar con conocimiento exclusivo, aunque el mismo sea falso.
Al final, para ir cerrando esta colaboración, es cierto que tenemos un anhelo por la destrucción y de acuerdo a las investigaciones de Lissek y lo descrito por Daisy Yuhas, encontramos cierto confort ante una aparente apocalipsis cercano y en lugar de preocuparnos, muchas personas se relajan, pues consideran que la incertidumbre se ha detenido y podemos estar en paz y ceder ante la profecía infranqueable.
Desde mi punto de vista, antes que nada debemos verificar con expertos cualquier información del fin del mundo y además no estoy de acuerdo en ceder como “borregos” hacia el matadero, sino luchar por la supervivencia de nuestros genes egoístas, pues al final una de las tareas del ser humano es enfrentar y resolver los problemas.

