Muero y otros sobreviven gracias a mí…

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Rodrigo Soto Moreno

Desde que nacemos tenemos pronosticada nuestra muerte en algún momento, nuestro organismo viene ya predispuesto a funcionar por determinado período, para que cuando llegue su tiempo, se apague y deje de funcionar. Claro que nuestro estilo de vida influye directamente en la esperanza de vida que nosotros tengamos y con ello vamos a prolongar o acortar la misma.

Estoy seguro, que este tema de la muerte no solamente llama mi atención, sino la de muchas personas y por supuesto de diversos investigadores. Sobre todo me llama la atención la muerte celular programada o apoptosis, que se refiere a la muerte de células por estímulos internos o externos de forma ordenada. Este proceso se dice que es vital para el desarrollo de órganos, así como el mantenimiento de la homeostasis (regular el ambiente interno para tener una condición estable y constate).

En los seres humanos por ejemplo, según escrito de Elsa Youngsteadt titulado “Dying Generously”, la muerte celular programada moldea los dedos, los vasos sanguíneos y otras características anatómicas durante el desarrollo y elimina las células dañadas durante el curso de nuestra vida.

Actualmente continúa la fascinación para poder comprender claramente el proceso anterior, sobre todo porque es un tipo de suicidio celular para mantener la estabilidad dentro de los organismos, tan solo las células de la piel se renuevan constantemente. Sin embargo, lo que está causando mayor asombro es observar que ciertos organismos unicelulares se suicidan, debido a una reacción que tienen con el estrés, que hubieran podido sopesar y continuar con su vida.

Para la investigadora Youngsteadt una de las respuestas puede ser que estos organismos unicelulares se suicidan con el objetivo de beneficiar a sus vecinos y parientes, por llamarles de esa manera. Por ejemplo, en investigaciones del alga Chlamydomonas reinharditi muerta por suicidio, esta libera sustancias que ayuda a otras células a que crezcan a mayor velocidad. Es decir, su muerte contribuye a la supervivencia de otro organismo unicelular.

Anteriormente se pensaba que la muerte celular programada era exclusiva de los organismos pluricelulares, pero recientemente se ha observado que no es así, según nos comenta Kay Bidle de la Universidad de Rutgers. Se ha encontrado que hongos, protozoarios, algas rojas y verdes e incluso bacterias tienen programación genética para autodestruirse en determinado momento.

Resulta, tal vez cuestionable, y sorprendente que algunos organismos mueran de forma autoprogramada en una especie de suicido definido, pues estamos acostumbrados a que la vida se abra paso, dentro de nuestro planeta, bajo incluso las condiciones más inhóspitas y complejas. Pero la respuesta puede estar precisamente en que ciertos organismos se benefician de esa muerte, al aprovechar ciertos compuestos que les permiten acelerar su crecimiento, en el caso visto de los organismos unicelulares como el alga mencionada.

Para probar todo esto, según nos dice Elsa Youngsteadt, se trabajó en 3 cultivos de algas por separado. En el primero de ellos se produjo la muerte celular programada gracias a someter a las algas a un baño de 50 grados centígrados. En el segundo cultivo se logró matar a las algas por medio de necrosis, que es la muerte de células provocada por un agente nocivo que no se puede reparar o curar, en este caso por medio de ondas sónicas de alto nivel. Por último en el tercer cultivo estuvo durante 18 horas sin que se le molestara y por ende sin estrés.

Al final los residuos de las algas, de los 3 cultivos, fueron puestos a disposición de otro cultivo de algas sin alterar. Para sorpresa de los científicos, los residuos cuando se produjo la muerte celular programada hizo que las células crecieran más rápido que cuando se les ofrecieron nutrientes frescos de la cultura que había estado controlada. Incluso se observó que el suplemento obtenido por la apoptosis podía lograr duplicar el crecimiento de otras células (algas) en un período de cuatro días. Mientras que el cultivo, en donde se presentó la necrosis, tuvo un alto inhibidor de crecimiento para las células.

Resulta entonces muy interesante que las células unicelulares puedan, por medio de la muerte celular programada o apoptosis, suicidarse y dejar ciertos compuestos que son aprovechados por otros organismo unicelulares similares. Esto nos habla de que la naturaleza trabaja para procurar que la supervivencia de la especie se mantenga y de cierta forma paradójica, ese suicidio unicelular se convierte en un aferre a la vida misma para otros organismos.

Al igual que las algas unicelulares, nosotros somos organismos que estamos expuestos al estrés, mismo que nos va haciendo decaer y que nuestras células se vayan preparando para el momento en que no trabajen más. Todos los días la muerte celular programada está trabajando en nuestro organismo y definiendo nuevos algoritmos biológicos y químicos para establecer el día en que se apaguen las luces y dejemos de ser.

Pero para comprender la maravilla de este proceso de muerte celular programada en los organismos unicelulares, vale la pena hacer el simple ejercicio mental de especular la gran cantidad de ancestros que tuvieron que perecer, el enorme universo de células de cada uno de ellos que estuvieron expuestas a la apoptosis y que gracias a cada aportación de cada uno de mis antecesores, de mi ascendencia, es por el motivo en el que yo estoy aquí escribiendo y tú estás aquí leyendo y que cada día que pasa estamos librando una batalla más en contra del estrés, en contra de la oxidación y tratando se sonreír para aumentar nuestra esperanza de vida y diferir así el cierre del telón para que termine nuestra función, que seguramente será en beneficio de otro organismo.

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