Morimos de vergüenza

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Rodrigo Soto Moreno

Parece que morimos de vergüenza, no sacamos nuestro potencial y esperamos que el gobierno resuelva nuestros problemas y elimine nuestras carencias, abriéndosenos nuevas oportunidades sin que nosotros hagamos nada. Por lo anterior no es extraño aludir al dicho: “a Dios orando, pero también con el mazo dando”.

En mis épocas de estudiante, en el bachillerato, dentro del Colegio Las Hayas, recuerdo no ser un estudiante destacado o modelo, sumado a que no participaba constantemente en clase. Reflexionando sobre esto, no estoy si era por flojera, desidia, falta de conocimiento, distracción, la adolescencia o que mi mente divagaba o simplemente vergüenza a opinar algo, dando una respuesta equivocada, exponiéndome a las burlas de mis compañeros.

Derivado de las líneas anteriores, me refiero a que constantemente nuestra mente nos juega partidas neuronales encaminadas a razonar demasiado una situación o cierto problema y así perdernos de una buena oportunidad de sobresalir, para que al final argumentemos en que “tuvimos un mal timing” o mala sincronía en la toma de decisiones, expresando: “se me fue el tren o el barco”.

Hablando de lo que podía llamarse “morir de vergüenza”, en el sentido de quedarnos paralizados o estancados en un lugar, esperando que el universo conspire a favor de nosotros para resolvernos la vida o cierto pesar en particular.

Morimos de vergüenza cuando no expresamos nuestro sentir; morimos de vergüenza cuando no opinamos de cierto tema o asentimos a pesar de discrepar, por un aparente respeto al estado tradicional; morimos de vergüenza cuando no buscamos el cambio y preferimos quedarnos en nuestra zona de comodidad o confort; morimos de vergüenza cuando permitimos que otros roben o expongan nuestras ideas y trabajos como suyos; morimos de vergüenza cuando permitimos que aquellos en el poder lesionen nuestros intereses como sociedad y nosotros nos quedemos callados porque pensamos que no puede cambiar nada en el país (aunque estamos empezando a ver un despertar en el estado, un despertar ciudadano, esperemos que así sea); morimos de vergüenza al esconder nuestro potencial por miedo a las críticas y temor a equivocarnos; morimos de vergüenza cuando decidimos ceder nuestra razón y emoción al control de la frívola y absurda maquinaria del Big Brother descrito por Orwell.

No podemos acostarnos a dormir y rendirnos a Morfeo en el sueño de los justos, esperando la llamada del gobernador, del rector, del secretario, del director, del coordinador, del jefe, para que nos resuelva nuestro estancamiento y podamos subir un escalón más de la escalera socioeconómica productiva; pero eso sería alimentar a la apellidocracia y debilitar a la meritocracia.

Debemos despertar y tomar control de nuestra vida y no esperar a que el gobierno nos solucione todo, que si bien tiene influencia, injerencia y culpa; cada uno de nosotros, con nuestros disparos neuronales creativos, innovadores y disruptivos, deben ser la punta de lanza para abrirnos camino entre nuestros miedos, nuestra vergüenza y entre nuestros enemigos.

Además debemos recordar que la base del aprendizaje es equivocarse, perder el miedo al error y abrazar nuestros fracasos, porque solo así será garantía de que en verdad hemos adquirido conocimiento. Un individuo debe ser medido por sus fracasos, por sus errores y por las veces que mentalmente derrotado, se ha levantado.

Para ir cerrando este escrito, me gustaría seguir el consejo de un personaje mucho más sabio que su servidor, me refiero a Yoda, en donde entrenando a Luke Skywalker dice, parafraseando, lo siguiente:

Yoda: Siempre contigo diciendo lo que no se puede hacer. ¿Qué no escuchas lo que te dijo? Debes desaprender lo que has aprendido.

Luke: Ok. Haré un intento.

Yoda: No. No trates. Haz o no hagas. No existe el tratar.

Entonces eliminemos nuestra vergüenza, derrotemos la apellidocracia, salgamos de nuestra zona de comodidad, expongamos nuestras ideas y saquemos nuestro potencial, abriéndonos camino por medio de la meritocracia y construyendo así nuestro futuro.

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