Abrazando de forma amistosa a la literatura, sabemos que la vida de cada uno de nosotros tal vez se podría insertar en lo que bien Honorato de Balzac describió en su narrativa como “La Comedia Humana”, en donde luchamos de forma constante en movernos de escalón social, y por supuesto, económico.
Si bien es cierto que con un mayor ingreso de cierta forma garantizamos una mejor calidad de vida, algunos individuos confunden esto con la imperiosa necesidad de gastar en productos superfluos caros para aparentar posiciones socioeconómicas que más que beneficiar su estatus en la sociedad, lesionan sus bolsillos creando problemas a futuro en cuanto al flujo de efectivo que puedan tener para afrontar una necesidad primaria o urgente como lo puede ser cualquier enfermedad que derive en incapacidad de trabajo, por poner algún ejemplo.
Como en algunas ocasiones lo hemos dicho, los valores de muchas personas se encuentran equivocados, pues piensan que hay que tener para ser, siendo que lo correcto debe es saber para ser. De ahí que nos percatemos que muchos individuos se enfrasquen en una lucha por aumentar el crédito de sus tarjetas o pedir préstamos en el banco, para adquirir lo último de la moda en ropa o comprar cierto automóvil o propiedad, siempre bajo la mira de que esos artículos les permitirán acceder a ciertos o fiestas del estilo de los “jet-set”, así como abrirles las puertas al magnífico mundo de la primera clase en todo el sentido de la palabra.
En este tenor es que nos encontramos con el escrito de Daisy Grewal, titulado: “The Perils of Paying for Status”, publicado en Scientific American, en donde en el inicio del mismo se habla en relación a que todo ser humano añora sentirse importante, con poder y claro popular. Teniendo entonces, según Grewal, que el deseo por estatus social es uno de los factores más importantes a la hora de motivar cierto comportamiento humano. Incluso para la autora, esos movimientos en los escalones sociales determinan con quien nos casamos, que tanta esperanza de vida tenemos, así como otras cosas, a las que yo agregaría la sencillez o prepotencia con la que nos desempeñamos, los hábitos alimenticios a los que nos adecuamos.
Sin embargo un aspecto que me pareció muy interesante es el que menciona Grewal, cuando al estudiar grupos de individuos, a una parte de los mismos se les recuerdan aspectos de estereotipo. Un ejemplo concreto es el experimento llevado a cabo por el psicólogo Aarti Ivanic de la Universidad de San Diego, en donde con sus colegas reclutó a 113 personas de raza afroamericana y caucásicos para que compraran cierto producto en tiendas departamentales. Cabe señalar que a la mitad de los afroamericanos se les recordaron ciertos estereotipos, mismos que aunque no apliquen a la mayoría pueden tener influencia en sus decisiones. Esos estereotipos, según estadísticas su raza (afroamericana), señalaron que tienden a mostrar alta capacidad atlética y deportiva pero bajo desempeño en pruebas académicas, entre otras variables.
Posteriormente se les presentó a todos un par de audífonos de alta fidelidad, con el objetivo de que ofrecieran la cantidad de dinero que estuviesen dispuestos a pagar por los mismos. Curiosamente aquellos afroamericanos que se les remarcaron los estereotipos, fueron quienes ofrecieron pagar más del doble de lo que costaban los audífonos, siendo el grupo en cuestión que más ofertó por ese producto. Derivado de esto los investigadores concluyeron que estos individuos (afroamericanos) al ser recordados de algunos estereotipos negativos, quisieron eliminar esa percepción al gastar más dinero por su “aparente” menor escala social y educativa.
En otro experimento que me gustaría comentar, también dentro del escrito de Daisy Grewal, se habla acerca del trabajo del experto en mercadotecnia David Dubois, de la Universidad de Northwestern, quienes han demostrado que cuando una persona se siente poco importante es muy probable que pida una comida abundante o extragrande, como los conocidos “por 5 pesos más le hago su bebida más grande o sus palomitas mega grandes”. Para Dubois queda claro que en muchos casos, el ordenar comidas y bebidas más grandes tiene relación directa con la sensación mental ficticia de mayor estatus social y económico, aunque como de igual forma lo dice Dubois, estos individuos solamente están generando más calorías en su cuerpo y reduciendo su esperanza de vida.
Curiosamente al tener en nuestra mente una autopercepción de clase social baja, de forma absurda queremos compensar la misma gastando más dinero por ciertos productos y servicios en un afán sin sentido de demostrar que nuestra posición socioeconómica es alta. Siguiendo en este tenor solamente estamos lesionando nuestro flujo de efectivo, como lo dijimos, ya que gastamos y posiblemente comprometemos dinero que todavía no ingresa en las arcas personales, dificultando la adquisición de bienes de consumo diario y que son realmente importantes para nuestra supervivencia.
Desde mi perspectiva, como se ha dicho, es necesario que trabajemos en “saber para ser” y no caigamos en la frivolidad de “tener para ser”. Vale más aquella persona que usa su tasa de procesamiento neuronal que aquella persona que tiene mucho dinero y bienes, aunque sean de dudosa procedencia. El consumir por consumir lleva a la quiebra personal y empresarial, como lo hemos visto en diferentes casos, por ello es importante como lo dice Grewal, que antes de adquirir cierto bien o servicio analicemos si estamos en nuestra mejor posición emocional, pues si venimos del fracaso de una relación amorosa, de una mala calificación laboral, de perder un empleo, es muy probable que pensemos que el adquirir cierto artículo se va a traducir en una afrenta pública a la sociedad para demostrarle que somos valiosos y pudientes, aunque de forma translúcida solamente se vea que mostramos inseguridad.
