Itero, luego existo… o me colapso

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En ciertos escritos he señalado que para mi gusto, una de las constantes para la existencia de vida en el planeta y en todo el universo es el calor, sin embargo para que esa vida simple prospere o evolucione en organismos más complejos, no solamente desde la perspectiva multicelular, sino en cuanto a la capacidad de procesamiento neuronal o conexión sináptica creativa, existe otra variable de suma relevancia, pero que pocas veces visualizamos.

Esto porque pienso que como criaturas con cierta tendencia a sentirnos superiores a las otras que nos rodean, tanto a los que son de nuestra especie como con otros seres vivos, no resulta extraño que en nuestro grácil andar desechemos la posibilidad de que aparte de compartir material celular con otros organismos, también menospreciemos el hecho de similitud en las operaciones que llevamos a cabo y que han sido pilar para el desarrollo y avance de la civilización humana, al igual que para otras especies. Me refiero al proceso de iteración o repetición.

Desde una perspectiva muy simple y partiendo desde el inicio de la vida en el planeta, contamos con la sopa primigenia o caldo primordial, en donde las primeras moléculas basadas en carbono, según estudios del biólogo ruso Oparin, evolucionaron en organismos unicelulares y posteriormente, gracias a iteraciones de prueba y error, surgieron los primeros organismos pluricelulares, hasta tener como cierta cúspide sistemas complejos de redes neuronales, como es el caso del cerebro humano.

De cierta forma, dejamos el letargo y decidimos aventurarnos a la compleja vida activa, sin conocer de antemano que íbamos a ser emboscados por la ansiedad y el estrés en cada paso del acaecer de nuestra historia particular y como especie, pero siempre pensando que aunado a esto la recompensa sería la grandeza de erigirnos como seres vivos dominantes y esconder así nuestra inseguridad como individuos llenos de defectos más que de virtudes.

En este sentido quisiera ahondar comentando que para el proceso de la vida, sabemos que las iteraciones dan lugar a organismos multicelulares y sobre todo a sistemas complejos como el cerebro, siempre y cuando esas iteraciones se encuentren dentro del límite permitido, porque de lo contrario una repetición o replicación celular descontrolada, no solamente no cura ni repara, sino que lesiona de forma constante y a veces permanente causando enfermedades como el temido cáncer.

Retomando el punto del cerebro, como sistema complejo, este utiliza la plasticidad cerebral para desarrollarse, fortalecerse y fijar sus conexiones creativas para el pensamiento individual de cada uno de nosotros, es decir que gracias a la iteración constante de disparos  sinápticos entre neuronas, podemos decir que aprendemos, perfeccionamos y nos convertimos en expertos en cierto tema para lograr el éxito. Aquí tal vez vale la pena mencionar lo dicho por Malcolm Gladwell, en su libro “Outliers”, en donde señala la “regla de las 10,000 horas”, con el objetivo de que para dominar cierta disciplina y ser virtuosos en ella, no existe algo mejor que aplicar el dicho de que “la práctica hace al maestro”. Es decir requerimos de iterar como regla para ser versados en cierta materia o disciplina.

Para comprobar lo anteriormente descrito, falta recordar la forma en que aprendimos a sumar, restar, dividir, multiplicar, escribir con un lápiz o pluma, utilizar la computadora, manejar, entre otras muchas cosas; simplemente fue gracias a un proceso de repetición. Mismo que es comprendido y aprovechado por el cerebro, para que con cada actividad se fijen ciertas conexiones neuronales y de esa forma reforcemos el aprendizaje. Otro ejemplo a señalar es la escuela, institución que también cuenta con bases iterativas de los profesores hacia los alumnos en su proceso de enseñanza – aprendizaje. Además no se nos debe olvidar la educación fuera del salón de clases, que no termina hasta el día que regresamos a ser polvo de estrellas, recordando a Carl Sagan.

La iteración ha sido tan exitosa en el proceso de aprendizaje que la hemos llevado a los sistemas computacionales, mismos que en su kernel o núcleo, trabajan haciendo millones de cálculos por segundo, como lo dice Steven Johnson, diferenciándose del cerebro que solamente puede hacer una operación tras otra, requiriendo un tiempo de descanso de 5 milisegundos, siendo que bajo este esquema Johnson señala que nuestras neuronas son capaces de realizar 200 cálculos por segundo.

Para ir cerrando el tema y darle sentido al título del mismo, quisiera ir atando cabos, partiendo de que la vida se originó de iteraciones de reacciones químicas y biológicas para dar paso a organismos unicelulares que al unirse, replicarse en repetidas ocasiones, construyeron los organismos pluricelulares, que al ir evolucionando en forma de prueba y error, formaron sistemas complejos en los cerebros particulares de nosotros los seres humanos y claro de otros seres vivos inteligentes. Considerando que en este proceso se tuvo que dejar el letargo y abrirle la puerta a la creatividad del pensamiento humano, con el constante embate de la oxidación del estrés y la ansiedad que impactan sobrecalentando el organismo de iteraciones, y en algunas casos focalizándose en el cerebro y creando locura, demencia, alzheimer, entre otros padecimientos, como sucede cuando esas mismas iteraciones de supuesta reparación celular se salen del límite permitido y llevan al individuo al mortífero cáncer.

Sin embargo la enseñanza es que la evolución de la especie seguirá utilizando las iteraciones para aprender, en sus sistemas complejos biológicos (como el cerebro) o artificiales (como la computadora) con la premisa de que “itero luego existo” pero también con la advertencia que al salir del límite establecido y desbordar esas iteraciones corremos el riesgo de colapsarnos en forma individual o colectiva.

Disfrutemos y tengamos cuidado de nuestros procesos iterativos.

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