Rodrigo Soto Moreno
Caminando en la estepa los primeros homínidos crecían en comunidades pequeñas y aisladas, realizando cooperación entre los miembros de su clan, tribu, localidad o sociedad, de esa forma centraban el éxito de su pequeña prole.
Sin embargo la especulación inicia cuando éstos se encontraban con otros de su misma especie, pero extraños a su habitual círculo de relaciones, tal vez esos homínidos realizaban pronósticos mentales en relación a las probabilidades que había de encontrarse con algún otro de su especie y así determinar la factibilidad de proporcionarle ayuda, pues pensaba que al ayudar a otro el día de hoy, garantizaba que el día de mañana alguien le tendiera la mano para hacer lo mismo.
Como sabemos, a lo largo de nuestra vida y de acuerdo al esquema de la economía, así como de nuestro andar evolutivo, existe un costo asociado a cada decisión que tomemos, además de que los recursos que apliquemos o usemos a esa decisión van a impactar directamente en nuestro futuro y en el de los seres que dependan de nosotros.
De ahí la pregunta que muchos investigadores se han hecho, en relación al porqué ayudar a un extraño, si existen amplias posibilidades de que no lo volvamos a ver o de que nos lesione de cierta forma, ya sea económica o truncando nuestro camino evolutivo y el de nuestros seres queridos.
Pero también considero que a pesar de que existe un costo asociado al ayudar a un extraño, pienso que de alguna forma una buena acción siempre será reconocida y en algún momento y será objeto a que algunos miembros de la sociedad la aprecien y le den el valor justo que garantice que ese individuo “samaritano” sea recompensado.
Además si en nuestro afán de ayudar como buenos samaritanos nos encontramos a una persona que aprovechó su posición para obtener un beneficio de forma truculenta, entonces como lo dice el investigador Alain Marciano, de la Universidad de Riems; ante esta situación somos capaces de identificar entonces a los denominados “free riders” o por decirles de otro modo: parásitos, que solamente van engañando a quien se encuentran enfrente para así continuar su camino.
Incluso, Marciano, nos ofrece la explicación de Buchanan y Stark, que comentan que dentro de las relaciones de los samaritanos (morales) y los parásitos (no morales), se descubre que los parásitos siempre van a explotar a los samaritanos.
En este tenor, me resulta muy interesante el estudio publicado en The Economist, dentro del artículo titulado: “The evolution of generosity; Welcome stranger”, en donde al estudiar la evolución humana mediante una simulación computacional, gracias al diseño de software del doctor Delton y el doctor Krasnow, encontraron que al replicar el comportamiento de los samaritanos (morales) y por otro lado los parásitos (no morales), se determinó que al modelar los 200,000 años de historia de la humanidad, el ser un buen samaritano paga al final mejor que el ser un parásito.
Desde mi perspectiva y experiencia propia, existen individuos que tienen impreso en sus genes el altruismo y el comportamiento de un buen samaritano, mientras que otros definitivamente centran su éxito en aprovecharse o sacar ventaja de las trampas que puedan hacerle a cualquier samaritano que se encuentren, aunque eso les cueste ser marcados por la sociedad y que no vuelvan a formar parte del círculo de confianza de la persona a la que engañaron, además de que se les hace mala publicidad de boca en boca, que es la peor publicidad que algún producto, servicio y en este caso persona, pueden tener.
Pero haciendo un poco análisis somero, podemos decir la evolución de nuestra especie ha estado sustentada por despliegues de altruismo y comportamientos al estilo del buen samaritano, pues de lo contrario ya hubiéramos llegado a un punto de inflexión y estaríamos en plena debacle. Aunque para muchos vamos hacia ese inexorable camino, incluido el gran filósofo inglés Thomas Hobbes, que habló en Leviatán sobre la locución latina de Tito Macio que dice: “Homo homini lupus”, significando que el hombre es el lobo del hombre.
Por mi parte, no creo que haga daño que ofrezcamos la mano para ayudar a nuestro semejante, pues aunque no esté dicho de forma explícita, siempre queda el mensaje de forma implícita en donde ayudamos hoy, bajo la premisa de obtener ayuda o recompensa por nuestros comportamientos en el futuro y recibir la ayuda también cuando la necesitemos.
Aunque claro, la ayuda siempre debe ser dada con cautela, pues los parásitos siempre están al acecho y nadie está exento de ser presa de un engaño, de un fraude o de cualquier otra fechoría de ésta índole. Situación que puede despertar nuestros más oscuros rincones de ira, pero sobre todo de venganza, estimulando los mismos centros de recompensa, en nuestro cerebro, que produce el ingerir nuestro postre favorito, el deseo y por supuesto: las drogas. Pero no dejemos abierta esa rendija de nuestra particular “caja de Pandora” de la venganza y mejor busquemos a aquella persona que sí sepa valorar un gesto amable de generosidad, aunque no sea totalmente desinteresada y en el futuro pida el mismo trato como recompensa.

