Rodrigo Soto Moreno
En algunas ocasiones en que he manejado o me han llevado al aeropuerto de Monterrey, me resulta muy interesante, curioso y creativo cierto señalamiento en el que al conductor, se le muestra por un lado la velocidad permitida en esa parte, en particular, del camino. Mientras por otro lado existe un sensor que le dice al mismo conductor la velocidad en que este se encuentra viajando, misma que al ser comparada con la permitida, me ha creado y ha creado en otros conductores la sensación de bajar la velocidad para no rebasar ese límite permito, al pasar por ahí.
El ejemplo es claro, uno va manejando hacia el mencionado aeropuerto y se observa un letrero que nos señala que el límite de velocidad es de 70 kilómetros por hora y de igual forma el sensor nos dice que nosotros vamos a una velocidad de 80 kilómetros por hora. Por increíble que parezca, un gran porcentaje de automovilistas, como yo, absorbemos la información presentada, la procesamos y damos como resultado el que disminuyamos la velocidad para tratar de no exceder ese límite impuesto.
Lo anterior no es nuevo, resulta que de acuerdo al artículo de Thomas Goetz, titulado “Harnessing the Power of Feedback Loops”, dentro de la revista WIRED, se nos habla de que en el año 2003 en Garden Grove, California, el pueblo se encontraba con una situación muy conocida en diferentes partes del mundo: automovilistas que no respetan el límite de velocidad, especialmente en áreas escolares.
Las autoridades habían tratado de resolver el problema desde diferentes perspectivas, sin tener éxito. Una de ellas fue el poner nuevos señalamientos, más brillantes y visibles, para avisarle de nuevo a los conductores de que el límite permitido era de 40 kilómetros por hora en el horario escolar. Otra fue tener policías levantando infracciones a todo aquel que no respetara esos señalamientos de velocidad, pero de igual forma fue un fracaso.
Pero, de pronto, a los ingenieros viales se les ocurrió una nueva e innovadora estrategia. La misma consistió en poner “señalamientos dinámicos de velocidad”, en donde se establece el límite de velocidad permitido y los nuevos señalamientos, por su parte, le anuncian al conductor del automóvil, de forma digital: “Tu velocidad es…”, dando obviamente el resultado de lo que se midió su velocidad. Además, dentro de esos lugares, donde estaban los señalamientos dinámicos no había policías, ni se le advertía alguna sanción al automovilista en cuestión.
Por increíble que parezca, los resultados fueron asombrosos, pues los conductores en Garden Grove, al ver este tipo de señalamientos, disminuían su velocidad en un 14% en promedio. Pero no solamente eso, sino que los mismos conductores seguían con una velocidad baja por algunos kilómetros en el camino.
Pero, cómo era posible que esa sola variable de información tuviera el gran poder de transformar el accionar de los individuos, de forma positiva y sin tener a una especie de “Big Brother” o Leviatán levantando el látigo de castigo por no acatar las instrucciones y reglas debidas.
Todo ha maravillado a diversos investigadores y el secreto cae en lo que Thomas Goetz describe como un bucle (ciclo) de retroalimentación. Estos, según Goetz, constan de cuatro etapas. La primera se refiere a los datos, en donde un comportamiento debe ser medido, capturado y almacenado, siendo la etapa de evidencia. La segunda etapa es donde esa información obtenida debe ser expuesta al individuo no solamente como datos sueltos, sino dentro de un contexto que la hace emocionalmente resonante, siendo la etapa de relevancia. La tercera etapa es la de la consecuencia, donde la información debe iluminar uno o varios caminos subsecuentes hacia adelante y por último, la cuarta etapa, que se refiere a la acción, donde el individuo tiene un breve instante de claridad para recalibrar su comportamiento, tomar una decisión y actuar en consecuencia. El ciclo continúa cuando la acción se mide y el bucle de retroalimentación sigue su camino, buscando nuevas acciones en los comportamientos de los individuos, para según Goetz, acercarnos a nuestros objetivos.
Somos criaturas que nos vemos expuestas y envueltas, a veces sin darnos cuenta, a grandes cantidades de información y que solamente a definir y establecer patrones de comportamiento que nos acerquen a un beneficio colectivo, donde realmente consigamos los objetivos que tengamos trazados como especie para seguir evolucionando y que cada quien tenga un medio provechoso que sacar de ganancia.
En palabras del psicólogo de la Universidad Stanford, Albert Bandura, si a cierta persona se le da una meta clara y los medios para evaluar si efectivamente está consiguiendo esa meta, se incrementa sustancialmente la probabilidad de que esa persona alcance el objetivo deseado. Para Goetz, los bucles de retroalimentación tienen muchas aplicaciones y una clara es dentro de las empresas, donde se pueden incorporar para eliminar malos hábitos, motivar a los trabajadores, dándoles herramientas para que monitoreen su productividad y escojan sus agendas para ello. También se puede ayudar a que los trabajadores se den cuenta de los recursos que consumen de la organización, el costo de los mismos, el tiempo que se pierde y de esa forma concientizarlos de cómo aprovecharlos mejor, sacando un mejor provecho de sus actividades y disminuyendo costos hacia la empresa.
Otra aplicación fabulosa es la que ha logrado Shwetak Patel, egresado de la Universidad de Georgia, pues al querer ofrecer una herramienta para monitorear a las personas de edad avanzada, logró desarrollar un dispositivo que podía descifrar el “voltaje de una vivienda”, donde su aparato reconoce la emisión eléctrica de los dispositivos como son un foco, el aire acondicionado, la lavadora, la licuadora y de esta forma determinar si un anciano en casa está dentro de los parámetros normales y de seguridad o se requiere atención inmediata para ayudarlo. Es decir, cuando se detecta por el voltaje que diversos focos de la casa se van prendiendo y apagando, es porque la persona va avanzando de una habitación a otra, lo cual es normal. También lo es que se prenda la licuadora por algún breve lapso a fin de preparar cierto alimento, pero por ejemplo cuando se detecta que la puerta del refrigerador tiene más de 10 minutos abierta o que la licuadora sigue prendida por varios minutos, es momento de llamar al típico 911 para ofrecer ayuda a la persona de la tercera edad.
De igual forma en medicina se están desarrollando este tipo de aplicaciones, basadas en bucles de retroalimentación, como por ejemplo en “GlowCap”, que es un dispositivo que se programa y se pone en la tapa del frasco de medicinas que se tiene que tomar un paciente, según indicaciones de su médico y que cuando no se siguen las instrucciones de tomar el medicamento, porque ya es hora y la GlowCap detecta que no se ha abierto el frasco, emite un ligero zumbido y parpadea de color naranja para avisar a la persona que debe tomar sus pastillas, minutos después si aún así no las toma, entonces el zumbido aumenta de tono, minutos posteriores si todavía no se abre el frasco, entonces se emite una melodía para avisar, otros minutos más y todavía no se toma el medicamento, la GlowCap envía un mensaje de texto al celular del paciente o le llama y le contesta un mensaje grabado recordando que debe tomar su medicina.
La importancia de este dispositivo médico, como bucle de retroalimentación, ayuda directamente en lo que Goetz señala, pues según estudios solamente la mitad de los pacientes que tiene prescrito por un médico tomar un medicamento lo toman, para el caso de las estatinas (bajar colesterol) solamente es el 30% el que las toma. Además, otros estudios señalados por Goetz, nos dicen que el no tomar los medicamentos como está prescrito por el especialista tiene un costo de unos 100,000 millones de dólares anuales al sistema de salud de los Estados Unidos y causa alrededor de 125,000 muertes innecesarias al año.
La razón de ser de los bucles de retroalimentación la explica Goetz, al decir que los seres humanos, como cualquier otro organismo, somos criaturas auto reguladoras, con múltiples sistemas que trabajan a la par para lograr la homeostasis (que según Wikipedia es la característica de un sistema abierto o de un sistema cerrado o una conjugación entre ambos, especialmente en un organismo vivo, mediante la cual se regula el ambiente interno para mantener una condición estable y constante). Además, Goetz señala, la misma evolución es un bucle de retroalimentación, donde las mutaciones genéticas se van mejorando y así poco a poco, en lo que muchos llaman “prueba y error” se crea un mejor organismo para buscar así pasar a la siguiente etapa evolutiva y mantener la supervivencia de la especie.
Para Bandura, esto es más simple, pues dice que las personas somos organismos proactivos y aspiracionales, donde los bucles de retroalimentación nos alimentan para lograr esas aspiraciones. Por mi parte considero que gracias a la capacidad del hombre, de tener un acervo histórico, acumulado a lo largo de millones de años y pasada de generación en generación, se han reforzado los bucles de retroalimentación para lograr perfeccionar estrategias evolutivas de nuestra especie. Por eso, cada vez que no logramos cerrar un ciclo o bucle virtuoso de información en beneficio común, amenazamos la supervivencia de la especie o de unos cuantos y es precisamente ahí, en esos sistemas imperfectos en que nos vemos al espejo más semejante a los primeros homínidos, que verdaderamente en imagen y semejanza al súper hombre de Nietzsche.
Desde que nos levantamos, de forma natural evolutiva o artificial homínida estamos expuestos a esos bucles de retroalimentación, por ello es que dentro de nuestra capacidad de explotarlos y dominarlos traducidos en beneficio colectivo, es que podremos aspirar a la paz y concentrarnos mejor en el siguiente paso evolutivo de nuestra especie.

