Bañarse del bosque: de regreso a la simbiosis con la naturaleza

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Rodrigo Soto Moreno

Para algunos de nosotros que nos gusta el contacto con el medio ambiente de plantas y animales, nos resulta relajante y meditativo el pasear por un bosque. Con tan solo empezar a oler la tierra mojada, por la reciente lluvia o por el rocío de la mañana, nuestras neuronas empiezan a disparar emanando recuerdos de épocas en las cuales, tal vez, los primeros homínidos sabían degustar de la calma que provee el universo de la madre naturaleza, además de comprender y valorar la simbiosis que guardamos con el universo de seres vivos a nuestro alrededor.

A medida que escribo estas líneas, diversos investigadores se dan a la tarea de investigar la relación que guarda un paseo en el bosque y el sentimiento de tranquilidad, relajación y una especie de trance meditabundo con la salud de nosotros los seres humanos.

En el artículo de Anna Lena Phillips, titulado: “A walk in the Woods” y publicado en American Scientist, menciona que uno de los primeros estudios serios sobre cómo el pasar tiempo en el mundo natural puede tener beneficios a la salud humana, fue el elaborado por Richard S. Ulrich en 1984 y publicado en Science. En esa investigación, Ulrich encontró que los pacientes que se recuperan de cirugía en cuartos con vista a la naturaleza tenían estancias más cortas en el hospital y tomaban menores cantidades de medicamentos para el dolor, que aquellos pacientes que cuyas ventanas daban hacia una pared o un muro de otro edificio.

A raíz de esto, nos comenta Lena Phillips, los investigadores se han preguntado y han tratado de investigar si la presencia de los árboles es capaz de influenciar el sentido de seguridad de las personas y esto derive en mejorar su salud, también han explorado la posibilidad de cómo la jardinería puede contribuir a optimar la calidad de vida de personas con alguna discapacidad, entre otras cosas.

Anna nos ofrece algunos ejemplos de estudios que se han realizado al respecto. Uno de ellos, con una muestra pequeña de 16 individuos, incorporó una visita al bosque y una visita a la ciudad, mientras se medían los ritmos cardíacos, la presión sanguínea, entre otras variables. Sorprendentemente, cuando los individuos fueron al bosque, mostraron un nivel de presión sanguínea más baja, que cuando fueron de visita a la ciudad. También los niveles de la norandrenalina, ligada al estrés fueron significativamente menores en los paseos dentro del bosque que cuando se hizo lo mismo en la ciudad. Además los niveles sanguíneos de la hormona dehidroepiandrosterona sulfato (DHEA-S) de la suprarrenal y de la adiponectina, una hormona secretada por el tejido graso, eran más altos después del paseo en el bosque que en el paseo de la ciudad. Aquí Anna nos remarca, que los investigadores hablan que la DHEA-S puede contribuir a la salud del corazón, entre otros beneficios, y que los niveles bajos de adiponectina están asociados con obesidad y diabetes del tipo 2.

En otro estudio, presentado en el artículo de Anna Lena Phillips, se habla de 12 individuos que también visitaron el bosque y el área urbana, obteniendo de ellos resultados similares a los del otro estudio mencionado.

Para el investigador Qing Li, del departamento de Higiene y Salud Pública de la Escuela Nipona de Medicina en Tokio, a esto se le conoce como baños en el bosque o del bosque: “forest bathing”, que sencillamente lo define él como hacer caminatas en el bosque.

El científico nipón Li, supone que todo esto se puede deber a los “phytoncides”, que según Wikipedia, son compuestos orgánicos volátiles que emiten las plantas. Este término fue primeramente usado por el doctor ruso Boris P. Tokin, quien descubrió que las plantas emiten estas sustancias para evitar podrirse y repeler el ser comidas por algunos insectos y otros animales. Curiosamente el significado de la planta se traduce o deriva como “exterminado por la planta”.

Para soportar la idea de los phytoncides, Li menciona que existen estudios de Yuko Tsunetsugu, publicados en el 2009 en Salud Ambiental y Medicina Preventiva, donde se ha determinado que el inhalar el aceite de la madera del cedro ayuda a bajar la presión sanguínea. Otros resultados de Tsunetsugu muestran que los phytoncides inhalados por el ser humano no solamente bajan la presión sanguínea, sino que también mejoran el desempeño para realizar tareas específicas.

Como podemos inferir de las investigaciones aquí presentadas, las muestras de los sujetos en cuestión para los experimentos son muy pequeñas para poder generalizar que efectivamente la relación de caminar en el bosque efectivamente tiene relación directa con la mejora de la salud de los pacientes. Aunque en mi opinión existen amplias posibilidades de que sí contribuyan.

Sin embargo lo que sí considero prudente decir es que no hace daño que los pacientes tengan contacto con la naturaleza, buscando que recuerden sus orígenes simbióticos con las plantas. Además de que debemos comprender que estamos conectados con ellas de cierta forma y hasta compartimos el mismo ecosistema que nos mantiene con vida. En mi caso particular considero, que como forma de medicina preventiva, una caminata larga o corta en un bosque contribuye a salir de la rutina laboral o de estudio, para relajarme y tratar de limpiar tanto la mente como los pulmones del aire de la ciudad.

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