Desde mi perspectiva, en algún momento dentro de la evolución de nuestra vida en el planeta, apostamos por dejar a un lado el letargo y despertamos para incorporarnos a la ruta del error, la iteración y el aprendizaje. Pero con esto llegó un costo asociado, incorporado a todas nuestras actividades, me refiero a la necesaria dosis de incertidumbre, misma que se relaciona directa e indirectamente con un asiduo visitante y compañero: el estrés.
En este sentido hablo de que por cada nota balanceada y armoniosa en las composiciones de Beethoven, por cada línea de poesía de Sabines, por cada pincelada de belleza en los cuadros de Van Gogh, por cada drible de poesía en las jugadas de Maradona, por cada revelación del universo gracias a las creativas explicaciones de Carl Sagan, se produjo a la par una dosis de estrés. Tanto dentro de la mente de un genio, como la de cualquiera de nosotros, existe una delgada línea de incertidumbre que nos puede acercar a momentos eureka por el éxito obtenido o hacia la depresión por alguna falla en el camino.
Dentro de este esquema, la estrategia entonces es primero aprender a vivir con la incertidumbre y segundo saber canalizarla para sacarle provecho a la misma, evitando la depresión por ciertos golpes o caídas que vayamos teniendo en el camino a la consecución de nuestro objetivo. Explayándonos en el tema y tomando una referencia más robusta sobre el mismo, me permití adquirir el libro: “Antifragile. Things that gain from disorder” de Nassim Nicholas Taleb, en donde el autor captó mi atención en el prólogo de su obra, iniciando textualmente: “How to love the wind”. Ahí Nicholas Taleb nos explica, de forma simple y clara, que el viento puede por un lado extinguir una vela y por el otro energizar el fuego de la misma. Es decir, tal cual como lo expresa el autor: “lo mismo sucede con el azar, con la incertidumbre y el caos: uno quiere usarlos, no escondernos de ellos”.
Sabemos entonces que aun dormidos, en aparente forma plácida en nuestros sueños, así como cuando despertamos y activamos la conciencia al estar despiertos, somos constantemente embestidos por la incertidumbre y el estrés que vive a su lado, tal vez como una especie de rémora. Pero también hemos aprendido que gracias a la falta de certidumbre es que podemos seguir vivos, pues una de las tareas del ser humano es enfrentarse a problemas y buscar resolverlos, como nos sucede en nuestra vida personal y laboral. Esto me recuerda a lo que dos de mis sabios y experimentados compañeros de trabajo me han dicho, en esas horas creativas de oficina, aludiendo a que el día en que dejen de laborar, seguramente se van a morir.
La resolución es simple para cada uno de nosotros, la mente debe estar activa y creativa o se atrofia, los músculos y huesos del cuerpo tienen que trabajar o pierden su resistencia, elasticidad y fortaleza. Es decir debemos agradecer contar dosis de incertidumbre y estrés, pues mientras más logremos aprender a vivir con ellos, más fuertes nos haremos, pues recordemos aludiendo al gran maestro Nietzsche: “lo que no me mata, me hace más fuerte” y “es preciso tener la necesidad de ser fuerte, pues de lo contrario, jamás se llega a serlo”.
