Rodrigo Soto Moreno
Si a un niño lo pusiésemos a observar el preámbulo de cierto combate, por primera vez, teniendo a una mangosta por un lado y a una cobra por otro, seguramente nuestro observador inclinaría su apuesta de forma rápida y simple hacia el reptil, pensando en las casi nulas oportunidades del mamífero. Sin embargo, al dejar correr la suerte de los combatientes, la sorpresa llegaría a la mente del infante, cuando el resultado favoreciese positivamente a la mangosta sobre la cobra, teniendo a esta última lista para la cena.
Hago la anterior alusión porque pienso que es común dar por sentado algo, antes de dejar chocar el libre juego de fuerzas en cierto enfrentamiento. Con esto me refiero a que aunque algo pareciera indestructible o inalcanzable, tal vez al final pueda ser abollado y de ahí posiblemente transformado o bien colapsado. En este punto particular me refiero a lo que hemos denominado como “apellidocracia”, siendo la misma el favoritismo laboral a familiares, amigos, conocidos, compadres, entre otros, dentro del mundo académico, empresarial, gubernamental y todo lo referente al mercado público y privado; además también lo asociamos directamente cuando le damos tareas de “gigantes” a “enanos”, por decirlo de cierta forma.
Viendo algunos ejemplos de lo anterior y haciendo un poco de memoria recuerdo leer o escuchar hablar sobre el tradicional “sueño americano”, refiriéndose a los Estados Unidos de América, en donde al igual que en otros países europeos y asiáticos, se tiene una igualdad de oportunidades de crecimiento y prosperidad para aquellos ciudadanos que quieran trabajar duro y de forma honesta. Con lo anterior me refiero a que en algunas sociedades del orbe se premia el esfuerzo laboral individual y colectivo aunado a un comportamiento ético y decoroso, pareciendo que viven bajo el concepto de meritocracia.
Realizando el mismo ejercicio hacia mi patria, remembro a mi país con simples y tristes comentarios como los siguientes: “en México no se puede”, “tenemos muchas riquezas naturales, por eso Dios puso ahí a los mexicanos”, “solamente en México pasan esas cosas”, entre otros, pero siempre haciendo alusión o dando un aplauso simbólico a cierta falta de compromiso, así como al estigma de mediocridad que pareciera definirnos y el compadrazgo laboral que nos estigmatiza.
Sin embargo con este último párrafo no concuerdo en su totalidad, pues a pesar de que resulte cómico mofarnos culturalmente, en lenguaje coloquial, de nosotros mismos como mexicanos, este estereotipo no aplica a la gran mayoría de la población y en mi particular percepción considero a los habitantes de mi país como seres con un gran potencial a explotar. Pero tal vez nos sucede como al elefante adulto encadenado en el circo, que recuerda sus años de joven cuando no podía zafarse de la cadena y por ende no hace esfuerzo alguno por liberarse, a pesar de contar con la fuerza para hacerlo. Es decir carece de voluntad y mientras sea alimentado y saciado en su sed, probablemente nunca lo intente por miedo a salir de su cómoda zona de confort.
Quisiera entonces recordarle a cada uno de nosotros que el cambio no proviene de grandes estrategias nacionales, sino de pequeños esfuerzos individuales en donde cada uno de nosotros busque el predominio del mérito sobre esta “apellidocracia” y la primera estrategia sea, por ejemplo, no hacerles la tarea a otros, sino ayudarles a razonar para elaborar ellos mismos su trabajo, siempre y cuando valga la pena ofrecer esa ayuda y creemos círculos virtuosos de crecimiento grupal y no viciosos, tapando la mediocridad de cierto individuo; además de que en este sentido constantemente se analice que si bien es cierta la frase de: “a cada cual de acuerdo a sus necesidades” también debemos remembrar el “a cada cual de acuerdo a sus capacidades” y mientras no queramos romper las cadenas que nos atan al suelo, nunca podremos sentir y estimular las neuronas de la mente con la ansiada libertad, pero sobre todo con la igualdad de oportunidades en beneficio de mi capacidad y de mis conocimientos aplicados en el mercado de la libre oferta y demanda.
Por mi parte sueño en un futuro no muy lejano, en donde los mexicanos adoptemos cierta filosofía, al estilo de Ayn Rand, en donde el concepto del hombre sea el de un ser heroico, con su propia felicidad como propósito moral de su vida, sin lesionar a otros, aunado a sus logros productivos como su actividad más noble y contando con la razón como su columna vertebral encaminada al progreso personal y posteriormente el general de una comunidad, para no solamente abollar sino eliminar la corona de la “apellidocracia”.
