Rodrigo Soto Moreno

Como padre de los dioses y de los hombres, Zeus, estaba sorprendido de la insolencia de esos monos bípedos, que siendo su creación, se rebelaban ante sus decisiones y habiéndoles quitado el fuego a todos ellos, tuvieron la osadía de recurrir al titán Prometeo para que lo engañase y le robara de nuevo el fuego para regresarlo a los hombres.
El castigo de Prometeo estaba listo, sería encadenado por Hefesto (dios del fuego, la forja, de los herreros, los artesanos, entre otros) en el Cáucaso para que un águila, proveniente de tifón y equidna, le comiera el hígado todos los días de forma eterna, puesto que ese órgano volvía a crecerle ya que era inmortal.
Pero ahora tenía pendiente castigar a los hombres, tenía que poner un ejemplo claro y mandar la señal adecuada para que no volviera a repetirse esa acción. Fue entonces cuando se le vino a la mente una idea macabra y justa. Pidió, de nueva cuenta la presencia de Hefesto, para que con arcilla creara a una magnífica mujer con belleza y que tuviera vida, pero que también reinara en ella la maldad y la mentira. Pandora la nombró y aparte le dio una caja (ánfora) en donde venían encerrados todos los males y enfermedades que aquejarían a la especie humana.
Tenía entonces su encargo y salió a cumplir su tarea sin tener remordimiento de lo que estaba a punto de desatar. Abrió entonces esa caja de regalo de su padre y se liberaron esos males y enfermedades que rondarían por siempre a los hombres, sin embargo Zeus no previno que dentro de toda la maldad contenida en la caja de Pandora, se había colado la esperanza, misma que también abandonó ese recipiente y se refugió en el corazón de los hombres.
Fue así que Zeus observó, molesto pero con ese sentimiento protector de un padre, que esos monos bípedos, los hombres, podían tener la capacidad de levantarse y seguir adelante a pesar de que les hubiera golpeado una gran cantidad de terribles males y enfermedades en su devenir por el mundo. Podían llorar y caer presa de un sufrimiento que parecía inconsolable, pero siempre surgía de nuevo un pequeño grano de esperanza que rápidamente se multiplicaba en su ser y los hacía sobreponerse ante cualquier amenaza y malestar.
De pronto al ver el rostro de Zeus, nos pareció ver una mueca que bien pudiera ser la antesala a una sonrisa, como ese padre que observa atento al hijo cuando nota que ha entendido el mensaje y ha retomado el camino; pero no hubo tal sonrisa, regreso el ceño a su estampa de seriedad, tal vez Zeus reía por dentro y tal vez no fue un error dejar la esperanza escondida entre todos los males, pues era casi imposible que se le escapasen esos detalles al padre de dioses y hombres, tal vez siempre quiso que estuviese ahí y que el hombre se aferrase a ella, ante todo lo que venía a enfrentar en su futuro y poder concebirlo de forma optimista.
De igual forma como en las anteriores historias de interpretación a la mitología griega, recientes estudios señalan que parece ser que el optimismo, relacionado obviamente con la esperanza, se encuentra inserto en nuestra ingeniería y arquitectura neuronal evolutiva, variable que nos ha ayudado de forma grandiosa a soportar el duro embate de diversos problemas en la vida.
Por ejemplo, en su artículo titulado “The Optimism Bias” de Tali Sharot, publicado en la revista Time, se nos dice que las personas en promedio desestiman la posibilidad de tener un divorcio, perder su empleo, tener cáncer, además de que esperan que el futuro de sus hijos sea prometedor y mucho mejor del de ellos, al igual que considerar la esperanza de vida muy por arriba de lo que realmente tenemos programado en nuestras células.
Por lo anterior, también nos dice Sharot, es por lo que nosotros cuando somos niños, tenemos sueños positivos y optimistas acerca de nuestro futuro, en donde nos vemos como doctores, astronautas, deportistas de alto desempeño, así como alguno que otro dato atípico, pero muy necesario, como receptores del Premio Nobel por diverso descubrimiento, entre otros.
Incluso, a pesar de leer constantemente noticias sobre la violencia y conflictos bélicos, la tendencia en general es que pensemos que eso se debe arreglar y que vendrán tiempos mejores. En este punto quiero hacer especial mención a lo que sucede en el país, con la violencia, y particularmente al estado de Nuevo León, donde debemos de aferrarnos al activo más valioso de la sociedad para salir con optimismo y acciones concretas de este mal que aqueja a toda la sociedad, me refiero a su gente. En mi particular opinión y viniendo de otro estado, teniendo en tierras regias aproximadamente 11 años, el espíritu de trabajo, de innovación, de emprendimiento, de lealtad y de vislumbrarse como motor económico del país debe traducirse en una red impenetrable para que surja un motor social de unión entre los regiomontanos para enfrentar la inseguridad y la violencia y salir del problema en cuestión. Además, como se ha dicho en cierta película: “No puede llover todo el día”.
Pero bueno, volviendo al tema, es importante identificar desde el punto de vista médico el lugar donde se encuentra el optimismo. Para Sharot es claro y nos ofrece la siguiente explicación: siendo una conjugación de diversas partes del cerebro, donde el cortex prefrontal, que es el área atrás de la frente y que se encarga de la planeación y del establecer objetivos; luego tenemos al hipocampo, que es crucial para la memoria y para generar imágenes del futuro; luego el núcleo caudado en la profundidad del hemisferio cerebral y que es un conjunto de células nerviosas que procesan las recompensas y alerta al cerebro cuando algo bueno va a suceder; así como el rACC que se conoce como el área cingulada anterior rostral, que es parte del cortex frontal y aumenta el flujo de emociones positivas y se activa con mayor fuerza cuando pensamos en un futuro prometedor; y por último la amígdala, misma que nos ayuda con el procesamiento de las emociones y al igual que el rACC nos ayuda en la generación de optimismo.
Para descifrar y comprender el optimismo, tenemos que sumarle la variable del futuro, como lo describimos en las líneas superiores. Es decir, como lo dice Sharot, la capacidad del ser humano para planear y anticiparse a lo inesperado en el futuro, logra que uno te los talentos más deseados en esta época complicada, surja como balsa en el amplio mar de la violencia e inseguridad. Gracias a ver el futuro, los seres humanos nos tratamos de ver adelante en el tiempo y así guardar recursos y comida para tiempos difíciles o días lluviosos, así como trabajar con gran empeño y dedicación esperando una recompensa por lo mismo, además de que algunos de nosotros comprendemos que nuestro comportamiento actual y el cuidado del tejido social son la base de sustento para las futuras generaciones.
Tali Sharot nos dice que el hipocampo juega un rol central en la visión del futuro, pues a pesar de ayudar a la memoria, se ha determinado que pacientes que tienen lesiones en esa área, les es imposible vislumbrar una imagen de su futuro y crear proyecciones con imágenes del mismo. También se nos explica que el dirigir nuestros pensamientos hacia escenarios positivos, es el resultado de la comunicación del cortex frontal con las regiones subcorticales en el cerebro.
Dentro del núcleo caudado se procesan las recompensas y se avisa sobre la proximidad de alguna, en palabras de Sharot este órgano manda la señal al cerebro de que se prepare para recibir una gran recompensa, como cuando comemos el postre favorito, por ejemplo, o cuando estamos con un alto porcentaje de seguridad de que nuestro proyecto va ser aprobado.
De igual forma se explica que la cingulada anterior rostral actúa como tráfico conductor y aumentador de las emociones positivas y sus asociaciones a eventos que nos suceden en nuestro actuar. Aunado a esto, se ha visto que las personas con depresión tienen un mal funcionamiento de la amígdala y la cingulada anterior rostral.
Resumiendo las palabras de Sharot, de no existir un mecanismo neuronal que genere optimismo, es muy posible que los seres humanos estuviéramos moderadamente deprimido. Lo que pondría en riesgo la visión de nuestro futuro y de los que dependen de nosotros, siendo un problema entonces el garantizar nuestra supervivencia como individuos y si se contagian otros como especie.
Después de todo lo aquí descrito, comprendemos que el optimismo es pieza fundamental en la evolución de nuestra especie y de no tenerlo, al parecer impreso, en nuestra comunicación neuronal, estaría tal vez escribiendo un Neanderthal y no un Homo Sapiens. Así que exploremos el pensamiento optimista, sin caer en exageraciones, sino enmarcarnos en ruta para que como sociedad protejamos el tejido social del país y sobre todo del estado de Nuevo León, aunque el panorama nos dicte todo lo contrario.
