Rodrigo Soto Moreno
Platicando con un querido primo lejano, recordábamos y disentíamos en cuanto a los roles laborales de ciertos personajes, en relación a su cargo o posición dentro de cierta organización. Después de un rato, la conclusión a la que llegamos fue la siguiente: “Existen personas que sudan la camiseta en favor de otras que solamente calientan el asiento”. Aunado a esto, ofrecimos el ejemplo del trabajo realizado por otro tío no tan lejano, pues su desempeño era dando órdenes similares a estas: “Mira Pedro, tú vas a realizar los cálculos contables; por otro lado Luis, tú deberás verificar las entradas del almacén; mientras Jaime realiza las adquisiciones de materia prima; ahora tú Paco, tienes que encargarte de las ventas de producto; y yo…pues yo les digo a cada uno lo que tiene que hacer”.
El punto central de esa discusión es que algunos jefes, ya sea en el ámbito público o privado, focalizan su trabajo en dar órdenes y decirles a todos lo que tienen que hacer, sin realmente hacer nada. Aunado a esto, existe aparentemente la ironía en remarcar que en ocasiones estos jefes dadores de órdenes y faltos de trabajo, requieren de prolongados y frecuentes sesiones de descanso en lugares remotos, con el fin de reponerse del “agobiante y desgastante estrés laboral” al que se encuentran sometidos en copiosas cantidades.
Derivado de esto, encontré el escrito de Keith Payne, titulado: “The Myth of Executive Stress”, publicado en Scientific American, donde se habla del surgimiento del erróneo concepto de “síndrome de estrés ejecutivo”, donde se refuerza aquella idea del alto contenido de estrés en estos, a veces autoproclamados, capitanes empresariales públicos o privados.
Hablando un poco del estudio mencionado, fue realizado por el neurocientífico Joseph Brady, en 1958, donde se tuvo a dos grupos de monos, a los cuales se les aplicaron, cruelmente, choques eléctricos cada 20 segundos en períodos de 6 horas. Sin embargo a un grupo de monos, se les permitió evitar las descargas eléctricas, presionando una palanca en cada intervalo de 20 segundos, y catalogarlos así en “monos ejecutivos”. Asumo que todos, al igual que Keith Payne, consideramos que esta situación es terrible para ambos grupos de animales, pero tentativamente es más frustrante y estresante para aquellos monos que no pueden evitar los impulsos eléctricos al mover la palanca descrita. Sin embargo los resultados arrojaron que los monos con mayores posibilidades de evitar el castigo eléctrico, fueron quienes comenzaron a morir por úlceras estomacales.
Lo anterior sirvió entonces de base para cimentar la idea del estrés ejecutivo y justificar así los enormes pagos a jefes públicos y privados, en sus torres de marfil, dentro de las empresas y del gobierno, además de las prolongadas vacaciones, argumentando también el gran cúmulo de decisiones importantes que deben tomar, incluidas aquí, las relacionadas con el “dejar ir al personal” o el tradicional despido.
Sin embargo, Payne, nos dice que existen cientos de estudios sobre la relación entre el estrés, la salud y el poder, teniendo como resultado todo lo contrario; es decir, se ha obtenido que entre más bajo sea tu rango en la escala social y económica, más propenso serás a tener estrés ligado a tu empleo, por la falta de control en tu vida, aunado también, según yo, al pobre ingreso que se recibe y a la posibilidad de perder el trabajo.
De acuerdo a estudios en babuinos del biólogo Robert Sapolsky, se ha logrado encontrar que, como lo dijimos, mientras más bajo sea el rango social de este primate, más estará ligado a tener altos niveles de estrés y enfermedades relacionadas al mismo. Caso contrario al perfil de un macho alfa, quien pudiendo aparearse con cualquier hembra, además de sacar su agresión hacia cualquier otro babuino de menor rango, cuenta con menos estrés. Por lo que, de acuerdo a Payne, realmente este mamífero alfa sería un “primate ejecutivo”.
Por otro lado, estudios del psicólogo Gary Sherman, en donde se analizó el desempeño laboral, tanto en la milicia como en los negocios, de dos tipos de individuos, unos denominados líderes, quienes tenían a otras personas a su cargo; y otros catalogados como seguidores, quienes solamente seguían las órdenes que les indicaban. Los resultados fueron que los niveles de estrés mostrados por los líderes fueron substancialmente menores a los de sus contrapartes los seguidores o no líderes.
Recordando lo que sucede con la respuesta del estrés, misma que fue vital para pelear o correr y evitar cierta amenaza; en la actualidad, según Payne, es este mismo mecanismo de defensa encargado de lanzar descargas de adrenalina y cortisol en nuestro cuerpo, haciendo que nuestro ritmo cardíaco se acelere, aunado a la vida sedentaria, es responsable de la acumulación de tensión que se va guardando y al final se deposita en problemas cardiovasculares u otros padecimientos con consecuencias severas, incluso la muerte.
Pero volviendo al primer experimento y la débil sustentación del estrés ejecutivo, con los monos atormentados con choques eléctricos, pero especialmente el grupo en que podía evitar las descargas; resulta que en realidad nunca estuvieron en una posición de poder y de control de su entorno, pues como lo comenta Payne, estaban más obsesionados en evitar el dolor y fue al final lo que los estresó y mató, contrario a pensar que fue su alto grado de responsabilidad en la toma de decisiones. En palabras de Payne: “si furiosamente estás tratando de controlar una situación porque te encuentras aterrado de lo que pueda pasar sino lo haces, entonces realmente no estás en control”.
Acercándonos a concluir, este escrito no trata de decir que no existe el estrés en los altos ejecutivos o líderes públicos o privados, pero considero que es significativamente menor al compararlo al de otros de bajo rango en la escala socioeconómica y jerarquía laboral.
Al final los dejo con un recuerdo vago, de lo parafraseado por Pompeyo, personaje en la serie televisiva Roma, cuando cerca del mar dice: “que fácil es ser esclavo, solamente a la deriva y sin la capacidad de tomar decisiones…lo realmente difícil es mi tarea como político romano”. ¿Tendría razón? Según yo no, pero la mejor respuesta la tiene usted…