Nuestra implacable búsqueda de placer

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A veces pienso que pasamos demasiado tiempo observándonos en el espejo, tratando de determinar si cumplimos los estándares sociales, con el fin de darle gusto a la sociedad y poco tiempo analizando el aspecto cognitivo de nuestro comportamiento en las diferentes “puestas en escena de las obras teatrales” en las que nos desempeñemos, ya sea en el hogar, en el trabajo, con los amigos, entre muchas otras.

Lo cierto es que desde el momento en que tomamos conciencia plena de nuestro cerebro, hasta cuando reaccionamos de forma inconsciente, así como cuando nos encontramos en la zona de sueño (en una especie de reparación y organización de la información del disco cerebral), estamos constantemente expuestos y bombardeados por nuestra implacable búsqueda de placer.

Es así que, a mi parecer, contamos con un cerebro adicto al placer que suplica en múltiples ocasiones: “Por favor, más dopamina”. Gran parte de la adicción descansa en el sistema de recompensa, que burdamente consiste en que, cuando experimentamos un extremo placer en el cerebro, mediante la conexión de ciertos disparos neuronales, como cuando tenemos sexo o comemos nuestro postre favorito, o ingerimos una droga, entre otras, buscamos impulsivamente, y en muchas ocasiones irracionalmente, que se repita.

Detallando el sistema de recompensa, y con información de Wikipedia, tenemos:

  1. Todo inicia cuando, dentro del área tegmentaria ventral (grupo de neuronas en el tronco cerebral), que consiste en una serie de neuronas dopaminérgicas (relacionadas con la dopamina), que responden al ácido glutámico, siempre y cuando detecten que existe un estímulo de recompensa presente, liberan dopamina por el canal mesolímbico(ruta de neurona que transmite dopamina) hacia el núcleo accumbens (NAc).
  2. Posteriormente, interviene el núcleo accumbens (grupo de neuronas del encéfalo), que son neuronas ácido gamma-aminobutírico o GABA, neurotransmisoras, y se caracteriza por adquirir y evocar comportamientos condicionados.
  3. También entra la corteza prefrontal (área cognitiva), que integra información para analizar y evaluar si determinado comportamiento será o no evocado.
  4. Seguimos con la amígdala, parte del sistema límbico (estructura cerebral que responde a estímulos), que procesa y almacena reacciones emocionales.
  5. Por último, asociamos el hipocampo dentro del rol de la memoria de aprendizaje.

Pero, para que exista una adicción como tal, tenemos que las sustancias adictivas hacen que exista un exceso de dopamina en las sinapsis (unión entre neuronas), y se crea un desequilibrio en el sistema de recompensa, al igual que una batalla entre razón y emoción, de la cual sale victoriosa esta última.

Tratando de describir lo anterior, por medio de un ejemplo en concreto, encontré información importante en el sitio de bloomberg, específicamente en el escrito de Robert Langreth y Duane Stanford, titulado: “Fatty Foods Addictive Like Cocaine in Growing Body of Scientific Research”.

La tesis de este escrito es la siguiente: la comida chatarra y las bebidas azucaradas no solamente son en parte responsables del sobrepeso y obesidad en el mundo, sino que también pueden hacer al cerebro adicto a estos sabores, de igual forma que lo hacen la nicotina, la cocaína u otras drogas similares. Incluso, algunos estudios de escaneo cerebral revelan que los obesos y los comedores compulsivos muestran disturbios en su sistema de recompensa, similar a lo que sucede con los consumidores de droga.

Para el doctor David Ludwig, investigador de Harvard, los alimentos altamente procesados causan picos y declives en la ingesta de azúcar en la sangre, y logran la ansiedad, para volver a incorporar esa azúcar al cuerpo. Es así que Langreth y Stanford comentan que la constante estimulación de nuestro cerebro con alimentos cargados de calorías y grasas procesadas desensibiliza el circuito cerebral, e invita a que las personas tengan que consumir mayores cantidades de alimentos chatarra para mantener su estado de placer ligado a la dopamina, haciendo que se forme un círculo negativo y que derive en los conocidos padecimientos de sobrepeso y luego en obesidad.

Bajo esta perspectiva, resulta claro pensar que requerimos de “nuestra droga” adecuada para funcionar dentro del marco social, ya sea esto satisfecho por medio de una taza de café, un postre, tener sexo, fumar un cigarro, tomar una copa de alcohol, apostar, hasta el uso de marihuana, heroína o cocaína, pues parecería que nuestro cuerpo no trabaja igual cuando se le suprime ésta. Estamos diciendo que el cerebro se acostumbra a tener determinada sustancia en el cuerpo, o realizar cierta actividad para liberar dopamina, en miras de operar normalmente.

Además pienso que el placer, desde el punto de vista evolutivo, ha estado ligado a nuestra supervivencia como especie. No hablando del sexo, cuya práctica es clara en términos darvinianos; el analizar el correr como lo dice el artículo en The Economist titulado: “Fun run, Exercise and addiction”, en donde se habla de que al parecer los seres humanos hemos evolucionado para ser adictos al ejercicio. Específicamente el escrito menciona que al correr se liberan ciertos químicos en el cerebro, particularmente los cannabinoides, que incluyen a los endocannabinoides, similar a la sustancia psicoactiva del cannabis o marihuana. Es decir, los químicos que se liberan durante cierta sesión de ejercicio funcionan de igual manera que los obtenidos al usar la droga descrita. Siguiendo con el artículo, desde el punto de vista evolutivo, resulta claro que el placer ligado al correr, así como el ejercicio obtenido del mismo, era vital para la supervivencia de los seres humanos, tanto para librar cierta batalla, como para huir de cierto depredador.

Cerrando esta colaboración, podemos inferir, que cada uno de nosotros de forma consciente o inconsciente, buscamos el placer, y solamente nos queda, después de vernos al espejo y determinar la aprobación o no al reflejo emitido, poder responder a las suplicas constantes del cerebro por la ansiada dopamina y escoger así nuestra “droga” predilecta o realizar cierta actividad que la provea, pero siempre escuchando las alertas, para evitar que esto derive en una adicción. Por ello, la razón debe mantener quieta a nuestra emoción descontrolada.

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